Rubén Montoya Vega | La desesperanza es un pecado
Rompamos el silencio, dejemos la comodidad del ostracismo, pongamos nuestro grano de arcilla vital
Es inevitable que en estas fechas nos sintamos animados a hacer inventarios y balances. Hay un ambiente general de buen rollismo, de abrazos fuertes de WhatsApp y tequieros de tarjeta de crédito. Y nos lo autoriza la costumbre, que como saben todos los cobardes, es más fuerte que el amor.
Inevitable. Y pese a eso, cuesta. Porque duele hacer un recuento de lo sucedido en el “nuevo” Ecuador. Este es el país donde se mató (y torturó, no lo olviden nunca) a cuatro chicos que no eran delincuentes, aunque fueron tratados -antes y después de su asesinato- peor que si lo fueran. Y donde un indignado ministro de Defensa, valiente mientras lo rodeaban decenas de militares, amenazó en medio del proceso a la jueza del caso, buscando que la sancionen “hasta las últimas consecuencias”. ¿Qué hará hoy el cruel ministro?
Cuesta hacerlo cuando hemos sufrido los escándalos que ya no escandalizan: Progen y los equipos que no podíamos revisar ni hemos abierto porque “se supone que ellos nos daban las garantías”, según la máster en ‘ingenuidad’ e ineptitud que llegó a ministra. O Austral y las escandalosas fallas que detectó la Contraloría. Y el Porsche Cayenne caritativo en la Isla Trinitaria. Y el otro que circula por vías del país que tiene uno de cada cinco infantes con desnutrición crónica.
Cuesta, en el país donde un juez anticorrupción es abandonado y acosado por el mismo poder que debe protegerlo, y nadie se espanta ante las posibles narco-verdades que ese abandono sugiere. El país donde todas las élites -empresariales, sindicales, académicas, intelectuales- viven la realidad que les dicta su bolsillo o su enano interés. ¡¿En qué país viven, soberanos cobardes?!
Y sin embargo, la podredumbre del listado es -o debiera ser- el motivo que nos impulse a construir uno nuevo. Las horas más oscuras son también las más necesarias para crecer. Rompamos el silencio, dejemos la comodidad del ostracismo, pongamos nuestro grano de arcilla vital para que el próximo inventario sea venturoso. Para empezar, prohibamos la desesperanza. Porque en las horas tristes, justo en esas, la desesperanza es un pecado. Y es peor que uno religioso.