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Arvind Subramanian | Las potencias hegemónicas sabotean la economía mundial

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La convergencia de los países en desarrollo hacia los niveles de vida occidentales se ha estancado

Aunque 2025 probablemente será recordado como el año en que Donald Trump alteró el sistema comercial mundial, lo cierto es que el desorden actual es resultado de la acción conjunta de las dos grandes potencias: Estados Unidos y China. El proteccionismo estadounidense y el mercantilismo chino se han convertido en fuerzas que perjudican al resto del mundo, especialmente a los países en desarrollo.

Algunos describen el escenario actual como un mundo ‘G-Zero’, sin liderazgo global. Sin embargo, resulta más preciso hablar de un mundo ‘G-Negativo-Dos’, en el que ambas potencias no solo dejan de proveer bienes públicos globales, sino que generan costos económicos que se refuerzan mutuamente.

En parte, el mercantilismo chino dio origen al proteccionismo estadounidense. La obsesión de Trump con los aranceles se basa en la creencia de que los superávits comerciales extranjeros han dañado a la economía de Estados Unidos, en particular a su sector manufacturero. En ese relato, China aparece como el principal responsable, aunque las medidas se han extendido a numerosos países.

Los aranceles impuestos en abril, junto con sus posteriores modificaciones, han convertido a Estados Unidos en una de las economías más proteccionistas del mundo. El arancel promedio sobre las exportaciones de bienes aumentó de poco más del 2 % a cerca del 17 %. Además de restringir el acceso al mercado estadounidense, esta política ha incrementado la incertidumbre, ya que los aranceles se utilizan de forma errática y con fines políticos.

El Tribunal Supremo ha señalado que no cuestionará la autoridad del Ejecutivo para definir amenazas a la seguridad nacional, incluso cuando dicha autoridad se use con motivaciones políticas evidentes. Aunque el Tribunal pudiera limitar estas prácticas, el presidente dispone de otros mecanismos para aplicar la misma agenda, manteniendo la incertidumbre para los socios comerciales de Estados Unidos.

El impacto directo de los aranceles se ha visto parcialmente eclipsado por otros factores, como el auge de la inteligencia artificial en Estados Unidos, que ha impulsado la demanda y las importaciones. Sin embargo, el principal efecto indirecto ha sido el fortalecimiento del mercantilismo chino.

El mercantilismo forma parte del ADN económico de China desde hace siglos. En la actualidad, el país actúa como si no necesitara importar nada que no pueda producir mejor y más barato. Esta actitud se ha intensificado a medida que el acceso al mercado estadounidense se ha reducido y el crecimiento chino sigue dependiendo de las exportaciones. En consecuencia, China ha redirigido su presión comercial hacia otras regiones, especialmente el sudeste asiático.

Las exportaciones chinas de productos de bajo valor añadido a países en desarrollo han aumentado notablemente, debilitando las industrias locales. A pesar del aumento de los salarios, China sigue dominando sectores que deberían haber dejado espacio a economías más pobres. Además, su competitividad se sostiene en parte por una moneda infravalorada.

Ante esta presión, muchos países en desarrollo están recurriendo a nuevas medidas proteccionistas. En un mundo de cadenas de suministro complejas, estas respuestas tienden a generalizarse. El resultado es preocupante: la convergencia de los países en desarrollo hacia los niveles de vida occidentales se ha estancado, coincidiendo con el retroceso de la globalización. Los más pobres serán los principales perjudicados, y la responsabilidad recaerá sobre Estados Unidos y China, que hoy limitan las oportunidades comerciales del resto del mundo.