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Salud Mental en riesgo: por qué la psicología no encaja en los sistemas públicos

La salud mental importa pero aún cuesta darle un lugar justo en los sistemas públicos que priorizan costos antes que personas

La psicología clínica es, probablemente, la rama de la salud que más difícilmente logra encajar en el sistema de salud pública de un país. Determinar cómo debe ofrecerse representa un desafío complejo. Las necesidades particulares de cada ciudadano deben ser acogidas por un sistema orientado a la cobertura universal y equitativa.

Lo singular de cada uno entra así en tensión con las exigencias de eficiencia que rigen el gasto público. Con más frecuencia de la deseada -algo que se perfila como una preocupante tendencia mundial-, son los criterios económicos los que prevalecen sobre el bienestar subjetivo.

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La tensión entre eficiencia y singularidad

Por el objeto de su estudio -los procesos psíquicos y afectivos que determinan la conducta y la subjetividad de una persona-, la psicología clínica es reacia a la generalización. 

Para un presupuesto de Estado, la cardiología es menos problemática: se implementan medidas preventivas que prueban su efectividad en la medida en que decrecen las intervenciones quirúrgicas o el gasto en medicamentos para pacientes crónicos.

En la salud mental no se puede (o en todo caso no se debe) prescribir conductas ni tipos de pensamiento preventivos. Sí es posible ofrecer recomendaciones generales para el bienestar psíquico, pero en este campo la prevención y la atención coinciden en el encuentro con el profesional.

Aunque ciertos indicadores psicológicos de riesgo pueden visibilizarse por medios indirectos, solo la consulta con un psicólogo o psiquiatra puede funcionar como una verdadera medida preventiva.

Una red nacional de centros de atención psicológica y psiquiátrica es costosa para cualquier país. Por ello, quienes diseñan las políticas públicas, suelen privilegiar el enfoque científico antes que el clínico. Los hallazgos neurocientíficos los convencen de que las patologías mentales se reducen a una causalidad única, lo que les da la esperanza de ofrecer soluciones generales y más económicas. Esta vía, sin embargo, ignora dimensiones clínicas fundamentales como la historia, la cultura o la tradición de cada paciente.

Implementar espacios de escucha, donde prevalezca el saber de la psicología y la psiquiatría, puede ser logísticamente incómodo, pero clínicamente necesario. Privar a los ciudadanos de contar con estos espacios para su salud mental sería tan nocivo como negar a los pacientes cardíacos una alimentación adecuada o la atención de cirujanos competentes. No se argumenta en contra de la eficiencia y sostenibilidad económica. Se aboga, más bien, por políticas que no hagan economía con el bienestar psíquico de los ciudadanos.

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