
Melissa Klein presenta su universo de cerámica funcional y artística
Pasó del atelier de moda al taller de barro: Klein Haus donde fusiona arte y funcionalidad en la decoración.
La luz entra por las ventanas altas de la Casa Klein, en el barrio Las Peñas de Guayaquil, donde cada rincón tiene historia. En ese escenario, Melissa acomoda sobre la mesa una selección de piezas de cerámica.
Hay bowls de brillo profundo, vajillas que parecen recién salidas del mar, cuchareras con curvas suaves y, al centro, una canasta que engaña al ojo: parece paja toquilla, pero es cerámica pura. Uno la observa de cerca y se sorprende; ella sonríe porque así quería que fuera, una ilusión material que honra lo ancestral.
Todo ese trabajo es como una extensión de su vida. Creció rodeada de barro, observando a su abuela, la escultora Yela Loffredo, modelar, texturizar, quemar piezas que parecían nacer directamente de la tierra.
Esa conexión con su infancia regresó con fuerza hace poco... y dejó en pausa su marca de moda. “Siempre vuelvo al barro”, dice mientras pasa la mano por una pieza de la colección Toquilla, “me nutro de lo ancestral, lo estudio… y se refleja en cada colección”.
En la moda, Melissa es rápida, instintiva. “Podía hacer un vestido en un día”, recuerda riendo. Pero el barro la obligó a frenar, a respirar, a entender otro ritmo. Aquí nada se resuelve en horas: todo necesita secar, contraerse, esperar. “En cerámica manda la paciencia”, admite. A su lado, una cevichera parece observarla; es una de las que tuvo que repetir porque la primera terminó encogiéndose al tamaño de una salsera. El aprendizaje también se exhibe en la mesa.
Así nació su marca Klein Haus y dos colecciones que ya hablan por sí solas: Marina Tropical, con sus azules intensos y referencias al coral; y Toquilla, ese homenaje a la tradición costeña que juega con la vista y el tacto.
“Quiero que la gente tenga arte en su casa, sin que sea inaccesible”, dice, mientras ordena una pieza para que la luz la toque justo en el borde. Y se nota: hay intención en cada volumen, en cada surco, en cada acabado.
Del barro de su niñez a las técnicas que hoy domina
En diálogo con EXPRESIONES, Melissa habla de lo que hay detrás de este nuevo emprendimiento. Del barro de su niñez a las técnicas que hoy domina, del recuerdo de su abuela al horno que instaló desde cero. Con presencia en casas, hoteles y restaurantes, sus diseños muestran cómo la funcionalidad y el arte se abrazan.

Pasó de la moda, que es rapidísima, a la cerámica, que exige otro ritmo. ¿Cómo vivió ese cambio?
En moda yo ya tenía veinte años de práctica. Podía hacer un vestido en un día. Tenía la tela, la máquina y listo. Hasta para un matrimonio me hacía el vestido el mismo día (risas). Pero con la cerámica es otra historia: aquí manda la paciencia.
¿Qué la impulsó a cambiar de rumbo?
En realidad fue un regreso. Lo practico desde los seis años, gracias a mi abuela Yela Loffredo. Este cambio de rumbo se da porque sentía que ya había una sobreproducción tan grande de ropa en el mundo, que mi aporte no estaba alineado con lo que el planeta necesitaba. Decidí poner la moda en pausa y concentrarme en algo más artístico, más conectado con mis estudios y con mis raíces.
¿Y ahí aparece Klein Haus?
Sí. Nació hace un año, justo de ese replanteamiento y lo he centrado en objetos utilitarios para el hogar. Pero siempre desde lo ecuatoriano, es decir, conecto la estética contemporánea con nuestras raíces. Por ejemplo, la colección de “canastas”: parecen paja toquilla, pero están hechas de barro. El barro dura miles de años, se vuelve casi roca. Me encanta transformar un material noble y cotidiano en algo eterno.
¿Cuánto tiempo toma hacer una pieza de cerámica a diferencia de una prenda de moda?
En cerámica hay muchas fases. Primero esculpir, que me toma unos tres días. Luego secado y pintura, que son un par de horas, y después la quema: eso es un proceso de 24 a 48 horas porque el horno debe enfriarse por completo.
¿Qué es lo que más le seduce de todo ese trabajo?
Dar forma, experimentar. También la ergonomía: ahora que hago piezas utilitarias, me preocupo de que funcionen, de que las cucharas entren bien en la cucharera, por ejemplo. Me encanta hacer objetos que se puedan usar de varias maneras. Esa es mi personalidad: crear piezas versátiles que cada persona adapta a su casa.

Ahora que emprende en interiorismo, ¿qué posibilidades ha encontrado?
Doy talleres corporativos, hago regalos empresariales y también trabajo piezas bajo pedido: esculturas, azulejos, elementos decorativos para consultorios, hoteles, restaurantes… El mercado del interiorismo está creciendo muchísimo; ahí hay una oportunidad enorme.
Al final, ¿qué busca que tengan sus objetos?
Que sean funcionales y artísticos, para que la gente tengas piezas bellas en su casa sin que sean inaccesibles. Ayuda mucho que la cerámica está en auge desde la pandemia: la gente volvió a los materiales naturales y muchos se quedaron explorando ese mundo.
Cuando lo local se vuelve arte
A Melissa le inquieta que el mercado haya sido moldeado para consumir siempre igual, mientras el país rebosa texturas, fibras y técnicas que otros vienen a estudiar. “Vivimos en un lugar lleno de naturaleza; afuera vienen a inspirarse en nosotros y nosotros queremos parecer gringos”, remata. Su inspiración, en cambio, mira hacia adentro. Hacia lo propio. “Siempre vuelvo a lo local, a lo ancestral”, confiesa. Lo estudia, lo trabaja y lo convierte en piezas que mezclan diseño contemporáneo con memoria.
La demanda hoy crece a un ritmo que la sorprende. “Me están buscando arquitectos, diseñadores de interiores y empresas para regalos corporativos navideños. Eso me tiene full”, cuenta entre risas.
Para lograr calidad trabaja con materiales cuidadosamente seleccionados. Importa el barro base y también las pinturas. Al final, lo que busca es una experiencia concreta: que quien tome una pieza sienta que está frente a una pieza de arte. Esa es la esencia de su universo creativo.
Créditos:
- Fotos: Carlos Klinger.
- Producción: Gianella Muñoz.
- Maquillaje: Rafa Roca (IG@rafaroca_makeup)
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