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Mascota con trato de reyMIGUEL RODRIGUEZ

¿Mascota o miembro de la realeza? El lujo (y lío) de tener un perrito hoy en día

Tener una mascota en la actualidad es como firmar un contrato de amor, gastos eternos y sesiones de spa… pero sin reclamos

La idea de conseguir un perrito faldero me ha hecho muchísima ilusión. Siempre he sido del team perros, más que de los gatos. Los perros te miran como si fueras la reina del universo; los gatos, en cambio, ni te reconocen si no llevas comida en la mano.

Los perritos son una ternura cuando están pequeños: esos ladriditos ridículos, esas patitas que parecen de gelatina… es imposible no enamorarse. Pero mascota pequeña, problema pequeño. Porque cuando crecen, también crecen los gastos, las responsabilidades y el espacio que ocupan (en tu cama y en tu presupuesto).

El otro día me dieron unas ganas locas de comprar uno. Sí, dije comprar, porque quiero un perro que me digan que es de raza y no llevarme una sorpresa genética, tipo salchicha con mirada de pastor alemán. Que sí, adoptar es noble, pero yo ya no estoy para sorpresas: quiero cariño, no una caja de pandora con pulgas.

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Hoy, tener un perrito no es simplemente alimentarlo y sacarlo a pasear. ¡No, señor! Hay todo un ecosistema de lujo alrededor de ellos: chaquetas combinadas con tu outfit para el verano, pañitos húmedos para limpiarles las patitas y otras zonas menos instagrameables, y por supuesto, la visita al veterinario más seguido que mi cita mensual con la dermatóloga.

Antes, montar un negocio para mascotas era una ruleta rusa. Ahora hay joyerías, spas y hasta coches más finos que los de bebé. El otro día, saludé al supuesto recién nacido de una vecina y era… ¡un perro en su cochecito, con juguetes, antifaz para el sol y todo! Me fui de ahí sintiéndome una ignorante total del nuevo orden mundial.

Y ni hablar de los gastos: que si el alimento premium, el champú orgánico, la cámara hiperbárica para relajar el lomito, la escuelita de modales caninos y, por supuesto, el psicólogo perruno porque “viene con traumas”. ¡Por Dios, ni yo tengo terapia semanal!

Los jóvenes hoy huyen del compromiso, pero ahí los tienes, criando perros con más entrega que un padre primerizo. Y no olvidemos: el perrito puede vivir 15 o 20 años… es decir, más que algunos matrimonios. Para colmo, si la pareja se separa, el perro entra en régimen de custodia compartida, con derecho a visitas programadas y todo.

Mi última mascota era hermosa, lista y más cariñosa que un peluche con vida. El único problema: odiaba estar sola. Me seguía hasta el baño como guardaespaldas peludo, exigía mimos a toda hora (sin decir una palabra, pero con esos ojitos de chantaje emocional) y por las noches se me pegaba como chicle para ver juntas la última novela turca en Netflix.

Así que sí, la tentación de tener un perrito sigue ahí, porque ¿quién no quiere un ser que se emocione cada vez que entras por la puerta? Pero también hay que admitir que criar un perro es casi como tener un hijo, solo que este no te contesta mal, no se roba tus vinos ni aparece a las tres de la mañana oliendo a fiesta.

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