Tía Loca Guayaquil
Guayaquil entre el verde y los recuerdosMiguel Rodríguez

Crónica de una guayaca nostálgica

Guayaquil ciudad de contraste que no se explica, se vive: con calor, con sabor y ese caos bonito que solo aquí se entiende

Ay, Guayaquil, “mi ciudad radiante y bella…” ¿se acuerdan? Esa canción que entonábamos con más orgullo que armonía allá por los años de qué-te-importa, cuando todavía no nos daba miedo andar por la calle. “Tiene un río sin igual…”, decíamos a grito pelado. También nos hacían recitar con voz trémula: “De la tierra bella esmeralda y del mar perla preciosa…”. ¡Otra época! Cuando todavía se creía en los actos cívicos y los niños no sabían lo que era una bala perdida.

Hoy por hoy, en vez de celebrar a la ciudad, uno aprovecha el feriado para salir disparado a donde sea que haya menos chance de que te roben hasta la fe. Porque sí, la cosa está fea. Así que, bien hace el gobierno si por fin se pone serio con la seguridad ciudadana, que ya uno ni puede pasearse por el Malecón 2000 sin andar mirando de reojo. ¿Se acuerdan cuando era el emblema de la urbe? Lo cercaron, lo llenaron de guardias que no guardan nada, y le pusieron parqueo pagado como si eso espantara al crimen.

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Anécdotas guayaquileñas

Y aunque no lo crean, yo fui joven también. Y para las fiestas de Guayaquil, me subía como gacela ágil y veloz por las escalinatas del cerro Santa Ana. 

Eso sí, la gacela a veces se quedaba atrapada en algún barcito, brindando por la ciudad entre risas, amigos y una que otra nota musical.

Mis tiempos de groupie, cuando seguía a mis amiguitos rockeros de garaje como si fueran los Rolling Stones. Qué épocas. Se vivía sabroso, y no como ahora, que uno vive asustado.

¿Y la comida? ¡Ay, la comida! Otro punto a favor de este terruño querido. Aunque los manabas -que los adoro, que no se me resientan- se han querido adueñar de los sabores costeños, ¡Guayaquil tiene lo suyo! 

Yo todavía ando como inspectora gastronómica buscando el mejor caldo de bolas de la ciudad. Y sí, he probado varios, pero ninguno le gana al de mi mamá. Porque esa mujer le pone amor, le pone alma y, sobre todo, le pone verde bien rayado.

Guayaquil es mi ciudad. Aquí nací, aquí crecí, aquí me robaron el celular, aquí me chocaron a penas saqué mi carro del concesionario, aquí me enamoré, y aquí me pienso quedar. Con su cielo gris confuso -que uno nunca sabe si va a llover, si hay incendio o son las seis de la tarde- y sus olores que a veces son nostalgia y a veces otra cosa. Con su sazón única, su gente gritona pero querida, y su caos adorable. ¡Viva Guayaquil, carajo!

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