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Cafetear con las amigas... preferiblemente con chisme recién hechoIA

Reunión entre amigas, una logística enredada que siempre tiene final feliz

Que no falte el café, ni la risa, ni esa dosis de cariño que, como todo lo bueno, se disfruta mejor en buena compañía

Tratar de quedar con mis amigas para un cafecito de media tarde se ha convertido en una operación diplomática de alto riesgo. ¡Peor que una cumbre del G20! Entre los hijos que van a clases de arpa zen, los perros que tienen cita en el spa (con masaje de piedras calientes, ¡faltaba más!), y los suegros que no se pierden su círculo de lectura de novela histórica ucraniana… lograr vernos quince minutos es una hazaña digna de condecoración. Y no me digan que exagero, que ya tengo pruebas y testigos.

Una quiere ser libre como el viento -como decía Luis Miguel, o eso creo, porque también podría ser “fría como el viento”, y la verdad depende del mes y del humor-, pero también tiene una vida. A ver, no es que ande salvando el mundo: mis diligencias se resumen en pilates, peluquería y alguna que otra cita con el dermatólogo. Pero eso ellas no lo tienen que saber. Que crean que estoy ocupadísima me da estatus.

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Cuando por fin logramos coordinar, de las 13 confirmadas aparecen 5, cada una más tarde que la otra porque, claro, el tráfico, el marido, los hijos, el perro, el colapso emocional… cada cual con su excusa respetable. La puntual termina cuidando 8 puestos con cara de “tengo amigas, lo juro”, y rodeada de miradas reprobatorias de los demás clientes que ya se comieron hasta el envoltorio del muffin esperando mesa.

Y cuando llega el salonero, empieza el recital de restricciones: café descafeinado, endulzante de stevia, torta sin gluten, leche de avena nivel barista… ¡Y la que se atreve a pedir un capuchino con leche entera es mirada como si sacara una cajetilla de cigarros en medio del culto! Yo, que soy práctica, siempre abogo por el vinito. Es fermentado, como el yogur griego y el kimchi, y eso hoy en día es lo más healthy. Al fin y al cabo, es uva en su versión adulta. ¡Nutrición con estilo!

Eso sí, los dueños de las cafeterías deben tener pesadillas con nosotras: cinco horas ocupando mesa, hablando del ex del colegio que ahora vende seguros, de lo fea que está la nueva decoración del centro comercial y de la última receta de hummus con maracuyá, todo por un consumo de $5 por cabeza. Pero invitar a la casa no es opción: ¿y quién lava después toda esa loza emocional?

Lo peor, como siempre, llega con la cuenta. Cada una quiere pagar lo suyo, pero el mesero viene con una sola factura, como si fuéramos una delegación consular con presupuesto común. Se arma una coreografía de billeteras, calculadoras, lentes de lectura y teorías de proporcionalidad que ni en clase de álgebra. Si alguna le toca pagar más que otra, lo sabremos todas… en el próximo cafecito.

Siempre es rico reunirse con las amigas

Pero al final, valió la pena. Porque una buena carcajada, una frase que te levanta el ánimo o ese “amiga, date cuenta” que te abre los ojos, no tiene precio. Salimos todas renovadas, agradecidas… y con nuevas historias para compartir en un futuro encuentro.

Así que sí, reunirnos es un drama. Pero ¡qué rico drama!

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