Bernardo Tobar Carrión | La piedra angular

Tan arraigado es el irrespeto a la ley que se considera muy listo a quien la viola
La población de Estados Unidos proviene de Alemania, África, México, Irlanda, Inglaterra, Italia y en menor proporción del resto del mundo. ¿Cómo semejante diversidad de lenguas y culturas, una torre de Babel en potencia, construyó uno de los países más libres, ricos, dinámicos e institucionalmente sólidos? Ausente una nacionalidad común, ¿qué les permitió forjar identidad, sentido de patria?
Con todos los defectos y excesos de la cultura norteamericana, el respeto por la regla de derecho es un valor innegociable. Con enmiendas puntuales, ahí sigue incólume su Constitución desde 1789, la ley se cumple y los jueces de la Corte Suprema jamás han sido sometidos a juicio político, salvo el caso de Samuel Chase en 1804, cuya destitución fue desestimada por el Senado. Lo mismo suizos que árabes o peruanos, privados o soberanos, suelen someter sus negocios más complejos a la ley y el foro angloamericano, por la confianza en el sistema. El imperio de la ley depende de la autoridad de los jueces que la hacen cumplir y preservar ésta constituye la piedra angular del Estado de derecho, que es garantía de libertad y cimiento del edificio democrático.
Ecuador, campeón continental de la inestabilidad normativa, ha tirado a la basura más de 20 cartas políticas y ya llevaba seis a cuestas cuando García Moreno intentó en 1869 hacer país apelando a la fe católica, más constante que la voluble pirámide jurídica. Y así seguimos, tan solo hemos mudado de culto y cambiado de nombre al enemigo y los fines con que se fabrica, esta vez para hacer saltar por los aires la independencia del control constitucional, último dique frente al absolutismo de cualquier signo.
Tan arraigado es el irrespeto a la ley que se considera muy listo a quien la viola, le descubre la vuelta, toma atajos, burla controles o la negocia tras bastidores. Así se han forjado las fortunas advenedizas desde Montecristi, cuando la concentración de poder clavó sus garras en la justicia. El relato maniqueo contra la Corte Constitucional para ubicarla junto al enemigo de coyuntura no resolverá el problema de leyes con palmarios vicios constitucionales, pero habrá servido para profundizar más, si cabe, el inveterado desdén del ecuatoriano común por la regla de derecho y sus instituciones. El nuevo Ecuador no es diferente que hace dos siglos: insiste en desechar la piedra angular, sin la cual no es posible hacer país.