Íñigo Pirfano
“Nada humano me es ajeno", Íñigo PirfanoJuan Pablo Castillo

Íñigo Pirfano, un director que interpreta la vida

El director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil dirige, reflexiona y vive la música como un acto espiritual

Forma parte de una familia de ocho hermanos con una profunda afinidad por la música, aunque solo dos se dedicaron profesionalmente a ella. “Pero todos la disfrutamos mucho”, comenta Íñigo Pirfano, actual director titular de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil desde hace dos años.

Es el séptimo de los hermanos, y su hermano mayor -el segundo de la familia- es chelista en Madrid. A pesar de compartir la misma pasión, nunca han coincidido profesionalmente.

Desde niños, los Pirfano acompañaban a su padre, Pedro Pirfano -también director de orquesta-, a los conciertos. “En casa todo giraba en torno a la música. Los amigos de mis padres eran directores, solistas, cantantes o miembros de coro”, recuerda. En ese ambiente nació su vocación musical, aunque confiesa que durante un tiempo dudó.

Antes de entregarse a la dirección orquestal, hizo teatro y estudió Filosofía, disciplina que marcó su manera de pensar y expresarse. Finalmente, tomó sus cosas y se fue a vivir a Salzburgo para dedicarse por completo a la música.

La música como camino

Las respuestas que ofrece durante la conversación en el Parque Histórico, entre una toma y otra, revelan un espíritu reflexivo y cercano. Cuando se le pregunta cómo logra abarcar tantas facetas -director, compositor, escritor y conferencista- responde con serenidad: “Nada humano me es ajeno; todo, para mí, es un ejercicio del espíritu”.

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“A mí, en el fondo, lo que más me interesa es el ser humano, en su asombrosa y fascinante complejidad”, confiesa. “El ser humano es una realidad misteriosa; nosotros mismos lo somos. Todas esas facetas que cultivo me ayudan a comprender un poco mejor quiénes somos”.

“La música es una herramienta sensacional para acercarse al misterio del ser humano, pero la filosofía y la literatura también lo son”, afirma. Esa búsqueda de sentido la comparte en sus conferencias sobre liderazgo, gestión de equipos y motivación. 

“El director de orquesta es un paradigma de liderazgo: debe coordinar personalidades muy distintas y sacar lo mejor de cada una y del conjunto. Esa experiencia se puede trasladar perfectamente al mundo empresarial”.

Versatilidad y público

La Orquesta Sinfónica de Guayaquil está formada por 75 músicos de diversas nacionalidades, incluyendo cubanos, venezolanos, rusos y ucranianos. Al hablar de los retos de la orquesta, Íñigo menciona primero “recuperar al público en un contexto post pandemia. Estamos muy contentos porque hoy podemos decir que tenemos a ese público que nos sigue allá donde vamos”, afirma.

Otro desafío ha sido consolidar la idea de que la Sinfónica “es la orquesta de todos los guayaquileños”. Si bien su sede está en el Centro Cívico, mantiene temporadas en el Teatro Centro de Arte, en Los Ceibos, y en el Sánchez Aguilar en Samborondón. “Algunos dicen que solo tocamos en el norte y otros en el sur; eso significa que lo estamos haciendo bien”, bromea.

La clave, explica, es la versatilidad: “Estamos constantemente abordando todos los repertorios para que el público sienta la orquesta como suya”. Han interpretado desde Rigoletto y Così Fan Tutte hasta cumbia, salsa sinfónica, rock y bandas sonoras. “Aunque otras propuestas tengan más éxito, no podemos dejar de ofrecer música académica, porque es lo que hace crecer a una orquesta como grupo sinfónico”.

“El arte me da respuestas a mis preguntas, a mis inquietudes más profundas, las del ser humano, que en el fondo giran siempre en torno a tres temas: el amor, la muerte y la trascendencia.”Íñigo Pirfano

Recuperar la capacidad de asombro

Una simple pregunta -si estamos perdiendo la buena música- lo lleva a reflexionar con hondura: “No solo estamos perdiendo la buena música, sino algo esencial para el ser humano: la capacidad de asombro, la infancia interior y la experiencia de la belleza”.

A su juicio, el mundo actual sufre dos males profundos: “El aburrimiento y el narcisismo. Las redes sociales son el catálogo perfecto de esto: gente vacía viendo a gente vacía”.

Frente a esa superficialidad, propone recuperar la mirada del niño interior. “El filósofo, el artista y el enamorado comparten esa misma mirada infantil, entendida no como pueril, sino como una forma pura y maravillada de contemplar la vida”.

“El arte es una vía de acceso a la realidad del asombro”, asegura. “Hemos perdido el fervor, el sentido de lo sagrado. La vida tiene un carácter festivo: un árbol, un amanecer, la lluvia, la amistad... todo nos recuerda que somos invitados de excepción a esta fiesta que es el mundo”.

La música como interpretación

Íñigo se muestra sincero al hablar de su faceta creativa. “Yo compongo, sé componer… pero no soy compositor”, dice con una sonrisa. “Un compositor no puede no componer; es una necesidad imperiosa, casi un llamado al que no puede renunciar”. Solo escribe música cuando se lo encargan. “Me encantaría componer más, pero todavía tengo muchísimo repertorio que estudiar como intérprete”, confiesa.

Cuando se le pregunta qué desea que el público se lleve de un concierto, conecta su faceta de filósofo con la de músico: “Para mí, la música y la filosofía son ejercicios de interpretación, de hermenéutica”. Así como un filósofo interpreta a Platón o Descartes, él se aproxima a una sinfonía de Brahms o Haydn. “La partitura solo recoge un 60 o 70 % de lo que la obra realmente es; el resto depende del intérprete: hay que sentirlo y transmitirlo”.

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“En la partitura están las notas, los acordes, los matices… pero no la vida”, dice citando a Herbert von Karajan: “Señores, ya tocan las notas correctamente, ahora llénenlas con vida”. Luego añade: “Yo aporto mi propia vida en la interpretación”.

Cuando se le pregunta qué obras lo conmueven más, Íñigo no duda en mencionar tres títulos que lo han marcado profundamente: “La Novena Sinfonía de Beethoven, la Segunda Sinfonía de Mahler -llamada Resurrección- y el Réquiem Alemán de Brahms”.

Ecuador, un país que inspira

En Ecuador, Íñigo también estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de Loja. “Es una ciudad encantadora. Guardo recuerdos muy bonitos y un gran grupo de buenos amigos”, comenta. 

Admira especialmente el orgullo cultural de los lojanos: “Se enorgullecen de ser la capital cultural del país, y con razón: tienen dos orquestas sinfónicas. Además, el Teatro Benjamín Carrión es de primerísimo nivel, no solo para Ecuador, sino para toda Latinoamérica”.

Entre sus recuerdos también está la gastronomía. “Me encantaban las cremas y sopas, como el repe, el locro o la arveja con guineo, ese tipo de preparaciones tan reconfortantes”, dice sonriendo. Otro de sus platos preferidos es el ceviche al estilo Jipijapa.

El Ecuador me deslumbra por su diversidad: aquí hay de todo, naturaleza, paisajes, gastronomía y, sobre todo, gente maravillosa”, afirma. Aunque no ha tenido mucho tiempo para recorrer el país, reconoce su admiración por el Azuay: “El Cajas me deja sin aliento, y Cuenca me parece una ciudad extraordinaria”.

Aún le quedan destinos por descubrir. “Todavía no he podido ir a las islas Galápagos, aunque me encantaría. En enero viajaré por primera vez con la orquesta a Ambato, me han dicho que es un lugar asombroso. Tengo muchísimo por explorar”.

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