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Daniel Noboa dijo que ChatGPT es una herramienta ilimitada que sirve para cualquier cosa: desde hacer discursos políticos hasta diseñar una Constitución.
Daniel Noboa dijo que ChatGPT es una herramienta ilimitada que sirve para cualquier cosa: desde hacer discursos políticos hasta diseñar una Constitución.Foto: Flickr Presidencia de la República

Una Constitución de ChatGPT es una tentación muy peligrosa

Análisis| Daniel Noboa no dijo que la próxima carta política del Ecuador será redactada por la inteligencia artificial 

Que una Constitución redactada por ChatGPT pueda ser mejor que una redactada por constituyentes del Ecuador en 2026 es una posibilidad real. Una posibilidad cierta, porque el nivel de los actuales políticos ecuatorianos no es garantía de nada bueno: basta ver cómo redactaron a la patada las leyes de Integridad, Solidaridad e Inteligencia en la Asamblea, que, precisamente por eso, fueron objetadas por la Corte Constitucional.

Leyes que no habrían pasado el control de un curso propedéutico de cualquier facultad de Derecho del mundo y que han originado la actual crisis política que tiene al país inmerso en un proceso constituyente de pronóstico reservado.

La idea de una Constitución redactada por inteligencia artificial puede sonar extravagante, pero el tema entró en la conversación nacional luego de unas declaraciones que hizo recientemente el presidente Daniel Noboa. 

Mucho se ha dicho, sobre todo en redes (donde se concentra buena parte del debate público), acerca de estas declaraciones. En realidad, el presidente no dijo (como muchos interpretaron) que la próxima Constitución será redactada por la inteligencia artificial. Si bien en esas declaraciones Noboa sugirió que ChatGPT es capaz de redactar una carta magna, así como un discurso político, lo cierto es que tan solo esbozó esa posibilidad.

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En su intervención, lo que realmente afirmó es que ChatGPT es una herramienta ilimitada que sirve para cualquier cosa: desde hacer discursos políticos (como, según él, hacen en su Departamento de Comunicación) hasta diseñar una Constitución. 

El presidente ponderó la velocidad que genera la inteligencia artificial, a la que calificó como un instrumento en el que el ser humano puede apoyarse. Aseguró también que la tecnología sirve para muchas cosas, pero advirtió que la inteligencia artificial es como tener un carro de altas prestaciones que no sirve de nada si no se sabe conducir.

El problema con las declaraciones del presidente es que las hizo en un tono cargado de ironía, que no permitía saber si estaba haciendo un anuncio serio o simplemente ensayando una reflexión con su audiencia y su equipo de comunicación, al que, dicho sea de paso, dejó mal parado al contar que le preparan discursos con ChatGPT.

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Lo que hizo Noboa, en todo caso, fue poner sobre la mesa un tema que vale la pena debatir, porque puede ser muy peligroso o muy provechoso para cualquier sociedad. Es cierto que cualquier persona podría pensar que el presidente, en efecto, considera que ChatGPT haría el trabajo mucho mejor que un constituyente, en especial si este constituyente pertenece al oficialista ADN. 

Esto se debe, también, a que Noboa evidentemente no tiene un concepto muy elaborado de la política y cree que la deliberación humana sobre la administración de la cosa pública y las reglas de la participación democrática no requiere reflexiones éticas o morales.

En verdad, Noboa no dijo que la nueva Constitución vaya a ser redactada por la inteligencia artificial, ni siquiera que podría serlo, pero no es difícil entender a quienes interpretaron así sus declaraciones.

Daniel Noboa no representa al demócrata que cree en las instituciones ni en la importancia de la representatividad democrática. Por el contrario, en muchos momentos de su gestión ha puesto a las instituciones del Estado al servicio de sus intereses empresariales o personales; como cuando anuló el contrato de seguros de Petroecuador por simple revancha emocional con la familia de su exesposa, propietaria de la aseguradora que había ganado la licitación en el gobierno anterior.

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Muchos, y con razón, pudieron haber pensado que, de todas las ideas que ha tenido el presidente sobre la reforma política que necesita el país, esta (la de la inteligencia artificial redactando la nueva Constitución) es la más brillante de todas. 

El posible escenario tras la consulta

Si gana el ‘sí’ en la consulta del domingo 16 de noviembre (en poco más de una semana), y los constituyentes se parecen a los actuales legisladores de la Asamblea Nacional, el resultado será que la carta magna tendrá un nivel tan pobre y triste como el del actual Poder Legislativo. 

¿Qué puede aportar como constituyente alguien que se parezca a Dominique Serrano, el chico que hacía dibujos en una audiencia, o a Katherine Pacheco, o al mismo Niels Olsen? Ninguno de ellos, ciertamente, está en capacidad de trazar un esquema constitucional como lo haría ChatGPT.

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El problema con la idea de una Constitución redactada por inteligencia artificial, en realidad, es grave. La inteligencia no reemplaza la legitimidad democrática. Incluso si ChatGPT está en plena capacidad de escribir un borrador que luzca brillante, no se puede olvidar que una Constitución es (o debe ser) un contrato social entre todos los ciudadanos y el Estado. 

Elaborar un texto constitucional requiere participación amplia, deliberación pública, consenso y mecanismos de rendición de cuentas, y eso no lo provee ChatGPT. Depender demasiado de la inteligencia artificial puede menoscabar ese carácter participativo que, supuestamente, debe tener una Constituyente.

Además, ChatGPT está entrenado con datos que contienen sesgos inherentes a la información disponible en internet y puede ofrecer redacciones que parecen correctas, pero que cargan supuestos no adecuados al contexto del país donde se quiere redactar una Constitución. 

Asimismo, hay problemas de transparencia: ¿quién decidirá cómo se usa la inteligencia artificial, qué retroalimentación recibe, quién la supervisa?

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