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El proyecto de constituyente de Daniel Noboa obligaría a su bloque a pactar con el correísmo.
El proyecto de constituyente de Daniel Noboa obligaría a su bloque a pactar con el correísmo.Foto: Flickr Presidencia de la República

La Asamblea Constituyente que busca Noboa: refundación o reincidencia

Análisis| La correlación de fuerzas de la Constituyente, con dos bloques, hace obligatorio un acuerdo. ¿De qué tipo?

No parece haber razón para ponerlo en duda: si el Sí se impone en la consulta popular del 16 de noviembre y el Ecuador entra de lleno en su enésimo proceso de refundación, esa nueva asamblea constituyente que se avecina estará dominada por noboístas y correístas

Nada que no ocurra ya en la Asamblea Nacional, salvo que el menor número de escaños y la aplicación del método D’Hondt a la hora de repartirlos (con el consiguiente perjuicio a las minorías), asegurará a ambos partidos un control aún más excluyente. 

Este panorama es tan predecible, tan inevitable, que resulta insólito que el país no haya empezado desde ya a debatir lo que será, dentro unos meses, una cuestión de vida o muerte: ¿cómo y en qué se pueden poner de acuerdo estas dos fuerzas políticas tan enfrentadas? Porque tienen que hacerlo, sí o sí, o todo será un fracaso.

La propuesta de Daniel Noboa

El estatuto planteado por el presidente Daniel Noboa y aprobado por la Corte Constitucional impone unas reglas de juego difíciles de cumplir: tanto para adoptar “las decisiones que se refieran a aspectos estructurales del proyecto de Constitución” (forma del Estado, catálogo de derechos, organización de funciones) como para la aprobación final del texto constitucional, será necesario contar con el voto de las dos terceras partes del Pleno. Y como ni los noboístas ni los correístas llegarán a tanto, tendrán que ponerse de acuerdo, deponer posturas, consensuar.

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No es un defecto del estatuto: de una Constitución se espera que sea la expresión de un proyecto de país en el que se sientan representados todos los ciudadanos, sin exclusión de las minorías. Cuando eso no ocurre, cuando hay una fuerza política mayoritaria que impone su visión de país a las demás, resulta inevitable que, con el tiempo, los excluidos alimenten el descontento, tarde o temprano conquisten el poder y echen abajo esa Constitución para hacer otra y empezar de nuevo. 

El país lo ha vivido ya mil veces. Lo está viviendo ahora mismo. Por eso, que la aprobación del texto constitucional requiera del apoyo de un número de asambleístas difícil de conseguir parece lo más sensato: nadie ha dicho que tenía que ser fácil. El problema, más que del estatuto, proviene de la madurez (o falta de ella) de nuestras élites políticas, si tal cosa existe.

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¿En qué podrían ponerse de acuerdo correístas y noboístas? La respuesta a esta pregunta pasa por una cuestión previa: ¿conseguirá el chavismo autocrático representado por Rafael Correa y Luisa González conservar el control del partido? De ser así, no parece haber acuerdo posible en el horizonte: ese correísmo tiene ya su Constitución, la de Montecristi, que considera innegociable en lo fundamental. No sería extraño que su objetivo para la Constituyente no sea otro que boicotearla.

Pero si en la convención se impone el ala no chavista del correísmo, representada (a pesar de su pasado impresentable) por los prefectos y alcaldes que suscribieron aquella famosa carta en la que pedían cambios en la conducción del partido; si esa tendencia se propone llevar al correísmo (tendrían que empezar abjurando de ese nombre) hacia una izquierda más moderada y cercana a la socialdemocracia; si consigue, con esos presupuestos, armar una lista de candidatos capaces para la constituyente, de espaldas a los raúles patiños y vivianas veloces, la historia podría ser distinta.

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Parece imposible, claro. Sin embargo, la aspiración de contar en la constituyente con una izquierda moderada, próxima a la socialdemocracia, podría abrir la única posibilidad de consensuar una Constitución en la que se neutralicen los aspectos más reaccionarios y peligrosos del proyecto noboísta: el propósito de consagrar una carta regresiva en derechos; la voluntad de crear una sociedad militarizada en la que las fuerzas del orden y los organismos de inteligencia actúen con impunidad y sin rendir cuentas a la justicia; la insensatez de establecer un proceso de selección de jueces mediante el voto popular… 

La nueva constitución que quiere Noboa es un secreto

El proyecto noboísta de Constitución se maneja bajo reserva. El propio presidente ha dicho que no lo revelará hasta después de la consulta, pero algunas de sus propias declaraciones, así como el discurso de su exministro de Gobierno José De La Gasca, probable constituyente estrella de la tendencia, han soltado algunas pistas inquietantes.

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Existe, claro, otra posibilidad, quizá la más ajustada a la miseria moral e intelectual en la que se desarrolla la política ecuatoriana. Es la siguiente: ni las fuerzas políticas dominantes tienen (como es obvio) la generosidad de ceder posturas y consensuar un texto constitucional representativo e incluyente, sin delirios autoritarios radicales ni reaccionarios, ni la constituyente fracasa por falta de acuerdos y termina siendo incapaz de aprobar texto alguno, sino que las cosas se desarrollan como se han desarrollado siempre. A saber: correístas y noboístas hacen un pacto bajo la mesa, inconfesable, vergonzoso, del que no hablarán en público pero se terminará descubriendo poco a poco.

Un pacto como aquellos a los que han estado acostumbrados siempre. Desde aquel acuerdo que Guillermo Lasso estuvo a punto de firmar al inicio de su gobierno hasta el presente, no ha habido pacto posible con el correísmo que no sea inconfesable y que no incluya, para empezar, la impunidad de sus presos, sus prófugos y sus procesados, que son casi todos en ese grupo delincuencial. ¿Por qué habría de ser diferente ahora? ¿No ha pactado ya el gobierno de Noboa con el correísmo tantas veces que el país ha perdido la cuenta?

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Así que otro de los desenlaces posibles de la constituyente es que el gobierno entregue a sus antagonistas lo que sea que le pidan y éstos le permitan aprobar, a cambio, la barbaridad que quiera. Y que el Ecuador siga exactamente igual, sólo que con una nueva constitución que ya se encargará el país de echar abajo dentro de los próximos diez o 15 años. 

Para blanquear este tipo de fraudes a la nación, vienen cultivando ambas fuerzas políticas, desde hace una generación, un ejército de pseudocientíficos que ha logrado posicionar el pragmatismo como medida de todas las cosas y el mezquino cálculo de intereses como valor supremo de la política por encima del bien común, que no cuenta para nada. 

Se hacen llamar “comunicadores políticos” y ya vendrán a decirnos que ese pacto inconfesable que nos condena a repetir la historia es, en verdad, un éxito.

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