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Asamblea Nacional
La Revolución Ciudadana votó en contra o no se registró en la primera sesión de la Asamblea.RENE FRAGA

La Revolución Ciudadana recibe cuatro golpes a su orgullo en una semana 

ANÁLISIS. Recibieron un latigazo en la Asamblea que no es otra cosa que algo de su propia medicina 

Estos no han sido buenos días para el correísmo. Más bien, han sido pésimos: por primera vez desde 2008, es decir durante 16 años, esa fuerza política no ha tenido momentos de tanta debilidad política y de tan poca participación en las instituciones del Estado como ahora. A eso hay que sumar las dimisiones de figuras emblemáticas como Marcela Aguiñaga, que ya no quiere someterse al liderazgo sofocante de Rafael Correa, y la más que probable dimisión del alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, quien ha dicho en privado que se concentrará en su movimiento RETO, que ha sido un apéndice de la Revolución Ciudadana.

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Y qué decir del liderazgo de Rafael Correa, eje indispensable de esa corriente: delirando como loquito de barrio con su tesis de la tinta corrediza que, según él, se trasladó de los votos de su candidata Luisa González a los del presidente Daniel Noboa. Tesis que, además, ya ha sido ignorada por figuras centrales de su movimiento como el alcalde de Quito, Pabel Muñoz, o la hasta hace poco incondicional prefecta de Pichincha, Paola Pabón. Así, lo que hasta hace pocos días antes de las elecciones los correístas auguraban como una victoria definitiva y el regreso al Poder Ejecutivo, se evaporó como una nube.

En efecto, en estos últimos días el correísmo ha vivido días amargos. Ahí estuvo la declaración de Marcela Aguiñaga, prefecta del Guayas y figura del movimiento, de que ya no se someterá al liderazgo de Correa. “En términos generales, prefiero ser la oveja negra de la Revolución Ciudadana que callar mi voz y dejar que se impongan voces que hoy no suman al fortalecimiento de la democracia”, dijo Aguiñaga en una entrevista con EXPRESO.

La prefecta fue una de las primeras en reconocer la victoria de Daniel Noboa, desconociendo así las proclamas estridentes sobre fraude que lanzaba desde su refugio en Bélgica el prófugo Rafael Correa. Es evidente que Aguiñaga se va a desmarcar del liderazgo sicópata de Correa porque tiene aspiraciones de mayor significado que la Prefectura, como es la propia Presidencia de la República. Aspiración que, con justa razón, también tienen otras figuras como Paola Pabón o el alcalde de Quito, Pabel Muñoz que también desconoció la delirante tesis de la tinta que salta de un casillero a otro.

En ese mismo andarivel de distanciamiento con Correa está Aquiles Álvarez. Si bien nunca estuvo afiliado a la Revolución Ciudadana, ha sido una figura clave para la presencia y activismo del correísmo en Guayaquil. Álvarez, obviamente, va a preferir abogar por sus intereses (está acusado por el gobierno por supuesto contrabando de combustible) buscando acuerdos con el régimen para no ser enjuiciado; circunstancia que pondría en jaque su relación con Correa, que parece que no va a parar con su alucinante teoría de la tinta voladora.

Este distanciamiento y pérdida de influencia del correísmo ya fue notorio en el Municipio de Guayaquil al elegir a Tatiana Coronel como vicealcaldesa. Coronel se impuso ante la aspiración de Blanca López, la joven concejal que es parte de los círculos radicales del correísmo más ortodoxo. Coronel, en cambio, no es una correísta incondicional y es una persona muy cercana al alcalde. Es evidente que Álvarez prefiere tener como segunda al mando a alguien que es más cercana a él que a Correa.

Pero quizá el golpe más duro para el correísmo es el que sufrió en la Asamblea Nacional. A pesar de tener una bancada que representa más del 40 % de ese organismo, la Revolución Ciudadana se quedó sin un solo representante en las instancias directivas: ni siquiera un miembro en el Consejo de Administración Legislativa (CAL) tuvo el movimiento. 

Lo de la Asamblea, además, fue humillante y doloroso para el movimiento: la mayoría pro gobierno nombró a la disidente correísta Mónica Salazar como miembro del CAL. Salazar, hasta hace pocos días antes de la sesión inaugural, era miembro de la bancada de la Revolución Ciudadana y luego se pasó a ser parte de la bancada de gobierno. Haberla nominado a ella para el CAL fue un puyazo en el orgullo y sensibilidad del bloque correísta.

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Aunque en estricta justicia eso no fue un gesto correcto de la bancada de gobierno, porque estaba desconociendo la representación de la segunda bancada más importante, lo cierto es que lo hecho es exactamente lo mismo que lo que el correísmo ha hecho con sus adversarios desde 2008, cuando copó la mayoría de la Asamblea. El correísmo protestó airadamente por su marginación, pero la legitimidad de sus reclamos era débil, puesto que es exactamente lo mismo que hizo durante muchos años.

Cabe recordar que cuando se inició el juicio al expresidente Guillermo Lasso, la Asamblea dominada por la Revolución Ciudadana hizo una comisión investigadora en la que estaban asambleístas de Pachakutik e independientes que siempre votaban con el correísmo y no con sus bancadas. En otras palabras, los correístas recibieron un latigazo que no es otra cosa que algo de su propia medicina.

Si bien esta semana que cierra ha sido particularmente dura con el correísmo, no hay que descontar que esa fuerza recobre bríos en el futuro. La mayoría del gobierno, que depende del buen o mal humor de la bancada de Pachakutik, está pegada con babas, y en cualquier momento en el que el gobierno empiece a sentir el desgaste del poder podría desarmarse. Como se dice en el argot del fútbol: se perdió la jornada, pero el campeonato sigue enterito.

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