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Asamblea Nacional
La Asamblea Nacional ha perdido su brújula en la política.cortesía

La Asamblea Nacional que desertó de la política

ANÁLISIS. El problema es la absoluta inconsciencia de los legisladores y de la Asamblea con respecto a su papel en democracia

Nadie parece haberlo notado, pero lo que está ocurriendo en la Asamblea es un fenómeno completamente nuevo en la historia de la política ecuatoriana.

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Vamos a ver: desde los tiempos de los cenicerazos y los tiroteos a quemarropa, el país ha tenido legislaturas cada vez peores. Hubo épocas en las que el Congreso Nacional era una escuela de oratoria. Entre sus integrantes abundaban figuras dignas de ocupar la Presidencia de la República sin desmerecer el cargo y algunos, en efecto, lo hicieron. 

Esos congresos, sin embargo, fueron siempre subvalorados en función de aquella regla no escrita que convierte a los parlamentos de todo el mundo (no sólo al nuestro) en objetos del desprecio ciudadano, seguramente por la naturaleza de su función: expresar las miserias (también las grandezas, pero esas se notan menos) de la política nacional. Hoy se los extraña.

Es sabido que la calidad intelectual y moral de la abrumadora mayoría de asambleístas actuales es, más que baja, reptante. Pero todo esto no tiene nada de extraordinario: la calidad de la representación política parlamentaria ha caído hasta niveles irrisorios porque el debate público ha perdido altura. ¿Dónde está la novedad? Precisamente en el hecho, quizás inadvertido, de que por primera vez la Asamblea Nacional dejó de ser aquello que siempre fue y para lo cual existe: el foco del debate político del país.

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Cuando Niels Olsen llegó (sin saber leer ni escribir) a la presidencia de la Asamblea, persuadido en su ignorancia de que el contrapeso de poderes era no la virtud capital de la democracia sino el lastre más pesado de la gobernabilidad, ofreció una legislatura al servicio de los intereses del Ejecutivo. Lo ha cumplido al pie de la letra. Poco más que tramitar los proyectos de ley de la Presidencia de la República y bloquear los intentos de juicio político a los ministros de Estado ha tenido para ofrecer el Legislativo bajo su mando.

Pero eso es sólo parte de la explicación. Porque ni siquiera entre 2013 y 2017, cuando Gabriela Rivadeneira presidía la Asamblea Nacional y el correísmo tenía una bancada de 100 asambleístas de un total de 137, ni siquiera en esas circunstancias ocurrió que la política escapara del ámbito parlamentario. 

El entonces presidente Rafael Correa aparecía en una sabatina y disponía: para la próxima semana quiero que me aprueban tal o cual ley. Y Rivadeneira obedecía. Pero así de entregada y sumisa, esa Asamblea seguía siendo el epicentro de la política. Era importante escuchar a Lourdes Tibán, César Montúfar, César Rohon, Cynthia Viteri (en ese entonces una oradora temida por la bancada correísta)… Aun aplastados por el peso de los votos, derrotados de antemano en cualquier cosa que se propusiera o se resolviera, por ellos pasaba lo fundamental del debate público.

Eso es lo que ha desaparecido en esta legislatura de Niels Olsen (no por su culpa, desde luego: él nomás es una expresión de un fenómeno mucho más amplio). El problema no es la sumisión del Legislativo al Ejecutivo: los hubo peores, como hemos visto. El problema es la absoluta inconsciencia de los legisladores y de la Asamblea en su conjunto con respecto al papel que están llamados a desempeñar en democracia.

¿A quién le puede interesar lo que se debata o se deje de debatir en el Pleno? ¿Acaso las dramáticas alharacas de los asambleístas contribuyen a comprender los problemas nacionales? Hasta en las asambleas del correísmo, los debates parlamentarios servían, por el simple contraste de puntos de vista diferentes, para iluminar los temas y contribuir a la formación de opiniones y a la toma de decisiones informadas. 

¿Sirven de algo ahora? En congresos y asambleas anteriores, los aspavientos retóricos y teatrales de un Andrés Castillo habrían quedado para la anécdota, para la nota al pie o la pincelada exótica de la jornada. Hoy son el titular: esa comicidad impostada, a medias involuntaria y a medias labrada a pulso; esa elocuencia de maestro de escuela en discurso de minuto cívico; esa voluntad de personaje, que va de la gestualidad al vestuario, en fin, esa majadería tiktokera es la mejor representación noticiosa de una Asamblea que ha perdido toda perspectiva política del país y, en consecuencia, no sirve para nada.

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Con decir que la semana próxima se van en masa a hacer campaña para la consulta y nadie, pero absolutamente nadie los va a extrañar. ¿Cómo podría alguien extrañarlos si nadie los conoce? Serán reemplazados por sus alternos, que serán igual de anónimos y, cabe esperar, más básicos, más elementales, menos enterados y más brutos. La perspectiva de tener, por los próximos 15 días, una Asamblea aún peor no parece preocupar a nadie: así como está ya es impeorable.

“Fuimos electos para ser asambleístas, no para ser compañeros”, dice Andrés Castillo y procede a anunciar que él también ha pedido licencia para hacer campaña. Lo disfrazan bien bonito con una frase hueca extraída del vocabulario correísta: “estaremos en territorio”.

De muletillas como esa está hecha la política parlamentaria de estos tiempos. Y, con ellas, los honorables asambleístas toman aún más distancia del debate político real, que se encuentra más en los tuits de los ciudadanos interesados que en el salón del Pleno.

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