
Tres guayaquileñas conquistan Quito sin dejar atrás su esencia costeña
Guayaquil se celebra también en Quito: orgullo, alegría y raíces que perduran
Guayaquil se prepara para celebrar los 205 años de su independencia, y aunque muchos de sus hijos han dejado atrás el calor, las playas y la brisa del malecón del río, el orgullo por su tierra los acompaña donde vayan. En la capital, tres guayaquileñas destacan por su talento y trayectoria profesional, sin dejar de lado ese sello característico que las define: la alegría, la resiliencia y el amor profundo por su ciudad.
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Ser guayaquileña más allá del Puerto Principal
Paulette Ocampo Vélez, abogada de 33 años, llegó a Quito en marzo de 2022. El cambio fue, en principio, por razones profesionales: se integró al equipo jurídico de una institución pública. “Vine con una licencia temporal de mi firma en Guayaquil”, recuerda. Tras un año de trabajo en el sector público, regresó al ámbito privado, pero su retorno tomó un giro inesperado.
“Cuando les dije a mis socios que ya terminaba mi período en el Gobierno y que volvía a Guayaquil, me propusieron abrir la oficina de la firma en Quito”, cuenta. Así, sin planearlo, se convirtió en parte clave de la expansión de la empresa. Buscó el espacio, lo adecuó y formó un equipo que hoy atiende a clientes en la capital. “Fue un proceso en el que me tocó ser abogada, administradora y hasta arquitecta”, dice entre risas.
Instalada junto a su esposo e hija, Paulette asegura que Quito le ha enseñado a adaptarse y a valorar las diferencias culturales. “La gente aquí es amable, te da la mano. Es una ciudad con aire limpio, con montañas, parques… Ha sido un cambio que me ha hecho crecer profesional y personalmente”.
Aun así, hay algo que no se reemplaza. “Extraño la gastronomía, los balnearios y sobre todo la gente. El guayaquileño te conversa un minuto y ya te invitó a su casa o te recomendó una hueca. Esa calidez no se olvida”.
Para ella, Guayaquil es una ciudad que ha evolucionado sin perder su espíritu. “Ha crecido en infraestructura y turismo, pero lo más bonito sigue siendo su gente, que ama y defiende su ciudad con orgullo”.

“Guayaquil soy yo”
Sofía Mestanza también dejó su ciudad natal por trabajo y amor. A sus 39 años, es directora de comunicación de una agencia en el norte de Quito. Ha vivido en varias ciudades del país, pero dice que nunca ha dejado de sentirse guayaquileña. “La primera vez que llegué a Quito tenía 26 años. Lloraba todos los días porque no me acostumbraba al clima ni al ritmo. El guayaquileño es acelerado, como si viviera tomando café”, rememora entre risas.
El proceso de adaptación no fue sencillo. “Aquí la gente es más calmada y uno tiene que aprender a entender sus costumbres, porque somos los que venimos. Al principio me costó, pero luego me di cuenta de que debía abrirme y conocer a la gente de aquí, no solo a los de mi círculo costeño”.
Con el tiempo, Sofía entendió que no importa dónde viva, porque “Guayaquil está en mí”. Su forma de hablar, su energía y su optimismo la identifican. “Cuando mis clientes me escuchan dicen: ‘Tú eres Guayaquil’. Y sí, soy del sur, de la Guangala, y no hay nada más guayaco que eso”, afirma con orgullo.
Para ella, los guayaquileños son personas que buscan soluciones donde otros ven problemas. “Tenemos esa energía de decir: ‘No te preocupes, salimos adelante’. Eso nos caracteriza y por eso nos valoran en otros lugares”.
De su ciudad extraña los cangrejos, el encebollado y el ruido. “Hasta el calor infernal lo extraño. Pero más que todo, la alegría de la gente. En Guayaquil la vida es más rápida, pero también más cálida”.
Sobre el desarrollo de la urbe, considera que “Guayaquil necesita una nueva regeneración, una que llegue a todos los barrios y devuelva la confianza a su gente”. Sin embargo, resalta que en gastronomía y cultura la ciudad ha crecido mucho. “Ahora el encebollado tiene versiones gourmet, pero el mejor sigue siendo el que te comes en la esquina después de la farra. Eso no cambia”.

Entre montañas y malecón: cómo se vive el cambio
Julieta Cedeño, estratega política y de asuntos públicos de 37 años, también cambió el malecón por los Andes.
Llegó a Quito en busca de una oportunidad laboral, que finalmente la llevó por otro camino profesional. Hoy analiza con madurez la transformación de su ciudad natal. “Guayaquil ha tenido etapas importantes, como la regeneración urbana y el impulso turístico, que la posicionaron como capital comercial del país. Pero es momento de una nueva regeneración que llegue a todos los sectores”, reflexiona.
Julieta considera que, a pesar de los problemas actuales, Guayaquil mantiene algo que la hace única: su espíritu luchador. “El guayaquileño busca oportunidades donde otros no las ven. Esa actitud me llena de orgullo”, afirma.
Desde la capital, añora la comida y la calidez de su gente. “Extraño las tradiciones, esas costumbres que poco a poco se pierden por la inseguridad, pero que todavía sobreviven en los barrios donde la camaradería sigue viva. No debemos perder eso”.
Polet, Sofía y Julieta representan a cientos de profesionales que han llevado el empuje de su ciudad a otras regiones del país.
Para ellas, Guayaquil no es solo un lugar en el mapa: es una forma de vivir. Es la risa que se cuela en medio del trabajo y la voz fuerte que propone sin miedo.