
San Miguelito conserva la tradición del carrizo
Una familia mantiene la tradición ancestral de cultivar esta fibra ancestral
En la parroquia San Miguelito, en las faldas del volcán Tungurahua, se mantiene una tradición que se ha resistido al tiempo: la elaboración de artesanías de carrizo.
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Lo que empezó hace más de seis décadas con las manos de María Natividad Ortiz, hoy continúa con sus hijos y nietos, quienes han convertido esta práctica en una fuente de identidad cultural y sustento económico.
Las primeras canastas servían para transportar alimentos en las chacras o en los mercados, pero con los años, la familia ha sabido adaptarse a los gustos de las nuevas generaciones.
Ahora, además de canastos, fabrican lámparas, floreros, cunas para mascotas, vajillas rústicas y hasta accesorios decorativos para restaurantes y hosterías dentro y fuera de la provincia.
El carrizo es una planta gramínea que crece en zonas húmedas, a orillas de ríos y quebradas. Su tallo cilíndrico, fuerte y flexible, lo hace ideal para tejer canastas, muebles y piezas artesanales. Sin embargo, pese a ser una materia prima valiosa, su presencia está en riesgo.
“Antes se encontraba carrizo en abundancia, ahora toca adentrarse en el bosque para hallarlo”, comenta Rocío Pullupaxi, nuera de la fundadora. Explica que muchos agricultores lo eliminan de sus terrenos porque lo consideran un estorbo para la siembra. Otros, simplemente lo talan sin pensar en su valor cultural y artesanal.
Reforestar el carrizo
Por esta razón, la familia Manobanda-Pullupaxi se ha propuesto reforestar carrizo en los márgenes de los ríos y quebradas. “Queremos evitar que se acabe. Si no hay materia prima, se pierde también la tradición”, dice Sergio Manobanda, representante de la tercera generación.
El proceso para elaborar una pieza de carrizo es laborioso y puede tomar hasta una semana. Primero se recolecta la planta, luego se pela, se corta en tiras delgadas y finalmente se teje a mano. Cada etapa requiere paciencia, técnica y destreza adquirida con los años.
La familia ha sabido conjugar la tradición con la innovación. Si antes las canastas eran principalmente utilitarias, hoy la creatividad se plasma en diseños modernos: lámparas para cabañas, floreros decorativos, paneras y hasta sombreros.
“La gente busca algo diferente y nosotros tratamos de responder a esas demandas sin perder la esencia del carrizo”, explica Teresa Manobanda, hija de la pionera.
Los precios varían según el tamaño y la complejidad: desde un dólar las piezas más pequeñas hasta diez dólares las más elaboradas. Quienes quieran adquirirlas pueden encontrarlas en la feria parroquial de San Miguelito los sábados, en el Mercado San Luis de Píllaro los jueves y domingos, o directamente en el taller familiar, ubicado junto al estadio parroquial.
Símbolo de resistencia cultural
Más allá de lo económico, el carrizo representa un símbolo de resistencia cultural. En un mundo donde lo industrial gana terreno, el tejido artesanal se convierte en un acto de memoria y pertenencia. “Es el legado de nuestros abuelos. Ellos nos enseñaron que el carrizo no solo sirve para hacer canastos, sino para unir a la familia y mantener viva la cultura de San Miguelito”, dice Teresa. La meta de esta familia es garantizar que las futuras generaciones encuentren carrizo en los ríos y que la tradición no muera.
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