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Atuendo. El traje más colorido puede llegar a pesar hasta 50 libras.YADIRA ILLESCAS

Danzantes de Corpus Christi en Ambato, guardianes de una tradición

Con color, atuendo y homenaje a la naturaleza se aviva la celebración

El próximo domingo 22 de junio, desde las 09:30, la parroquia Augusto N. Martínez de Ambato volverá a llenarse de color, ritmo y espiritualidad. Los danzantes de Corpus Christi saldrán a escena para cumplir con una tradición que, este año, celebra 72 años de vigencia en la parroquia y más de cuatro décadas en la vida de algunos de sus participantes más longevos.

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Uno de ellos es Segundo Pedro Lozada, quien ha asumido el rol de capitán en varias ocasiones. Para él, el Corpus Christi no es solo una fiesta religiosa. “Es el cuerpo y sangre de Cristo, pero también un puente con nuestras raíces y un acto de profundo respeto a la naturaleza”, explica.

Edmundo Salazar, otro de los capitanes, coincide: “Desde la antigüedad, el danzante bailaba en rituales de agradecimiento por las cosechas. Es una danza que invoca, celebra y honra a la Pachamama”.

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En la parroquia Augusto N. Martínez, esta celebración ha trascendido los límites del calendario litúrgico para convertirse en un espacio intercultural. Los danzantes, acompañados por diez alcaldesas vestidas con trajes típicos, recorrerán las calles en una caravana vibrante. Cada paso que dan sobre la tierra es un acto de reverencia; cada movimiento es heredado y cargado de simbolismo.

Los tushug: sacerdotes de la lluvia

El danzante es el personaje más emblemático en las festividades ancestrales andinas. Conocido también como tushug, que en kichwa significa bailarín, sacerdote o hacedor de la lluvia, este personaje representa la conexión espiritual del ser humano con la naturaleza.

Edmundo Salazar recuerda cómo aprendió los pasos desde niño, en casa. “El baile lo llevamos en la sangre”, afirma. Su danza, caracterizada por el golpeteo rítmico de los pies —que retumba como un llamado a la tierra—, es acompañada por el sonido de bandas de pueblo y tambores andinos. Los danzantes llevan zancos de 10 centímetros, que realzan sus movimientos y exigen equilibrio y fortaleza.

Cada atuendo es una obra de arte. “El traje más colorido puede llegar a pesar hasta 50 libras, 25 de ellas en la cabeza”, detalla Juan Toapanta. Los danzantes lucen faldones y camisas blancas, pecheras adornadas con espejos y oropeles —símbolos de la chakana o cruz andina—, y una banda multicolor en la espalda que representa el arco iris. El cabezal, el adorno más vistoso, incorpora símbolos solares, lunares y más representaciones ancestrales.

Traje colorido y costoso

Los trajes, que pueden costar hasta 500 dólares, requieren hasta 30 días de preparación. Las telas brillantes y los materiales se adquieren en mercados de Ambato, Latacunga y Quito. Los cascabeles y campanas que adornan los pies tienen un propósito ceremonial: se cree que su tintineo llama a la lluvia, purificando el ambiente y bendiciendo la fiesta.

Los danzantes no solo se preparan en Augusto N. Martínez. También se han reunido en otras localidades de Tungurahua como San Andrés (Píllaro), Tisaleo, Mocha y Salasaka (Pelileo), donde sus presentaciones son parte esencial del Inti Raymi o Fiesta del Sol, que culmina el 29 de junio.

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Los danzantes llevan insignias en sus vestimentas que simbolizan la celebración.YADIRA ILLESCAS
Foto de Sistema Grana (14586509)

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Moisés Chiluisa, uno de los impulsores de la tradición, subraya la importancia de transmitir estos saberes a las nuevas generaciones. “No podemos dejar morir esta herencia. La danza se conjuga con la ofrenda de frutos dentro de nuestra cosmovisión andina”, sostiene.

El investigador Juan Navas aporta una perspectiva histórica. Según explica, los tushug se inspiran en rituales prehispánicos en honor al Taita Inti (Padre Sol). Durante el incario, las Mama Danzas, sacerdotisas especializadas, enseñaban a los hombres a danzar con fuerza y devoción, en rituales que se extendían durante 16 días. La llegada de los españoles transformó el Inti Raymi en Corpus Christi, y las joyas de oro y piedras preciosas de antaño fueron reemplazadas por bambalinas y adornos más modestos.

Sin embargo, la esencia de la danza y su profundo vínculo con la tierra persisten. Los danzantes de Tungurahua, al ritmo de tambores y cascabeles, siguen evocando lluvias, agradeciendo cosechas y manteniendo viva una tradición que une pasado y presente. 

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