CUERO SON Y PAMBIL
Cuero Son y Pambil: la marimba que rescata.Luis Cheme/Expreso

Cuero Son y Pambil: la marimba que rescata a la juventud y revive juegos ancestrales

El grupo exalta los juegos ancestrales afroesmeraldeños. Un refugio para los jóvenes

En la ribera del barrio Nueva Esperanza Norte, donde el río Esmeraldas respira lento y el viento arrastra olor a madera húmeda, nació en 1986 una familia artística que hoy es un pilar del acervo afroesmeraldeño. Cuero Son y Pambil surgió en una casa de piso de tierra, con niños que corrían descalzos y mujeres que cocinaban tapao entre risas. Allí, el maestro Narciso Jaramillo Angulo, conocido como “Nacho”, reunió a un puñado de jóvenes para levantar un sueño que parecía pequeño, pero que creció con la fuerza de los tambores: rescatar la cultura para salvar, también, a su gente.

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Nacho, formado entre la herencia de su abuela marimbera y las enseñanzas del mítico Francisco Tenorio, sabía que la música no era solo ritmo: era medicina, consejo, raíz. Por eso reunió a Wellington Castillo, Luis Carlos Castillo y Cruz María Perea para enseñar lo que él había aprendido entre patios, fiestas de arrullo y madrugadas de currulao. Con bombos, cununos y guasá improvisada, comenzó a sembrar una escuela que, con los años, florecería en generaciones completas de bailarines y músicos.

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Pero Cuero Son y Pambil no nació solo para el escenario. Nació también para enfrentar la otra música que retumbaba en el barrio: la violencia. “Lo hice para que los jóvenes pensaran de otra manera”, recuerda Nacho. Creó un refugio para que los chicos no cayeran en las trampas de la calle. Cada paso de baile era un rescate; cada golpe de marimba, una mano tendida. Y así, con disciplina y amor, fue formando, una tras otra, nueve generaciones de artistas. Muchos hoy son referentes: directores de danza, maestros del conservatorio, líderes culturales que alguna vez aprendieron sus primeros movimientos siguiendo la palma de Nacho bajo un árbol de almendros.

La música con la memoria viva del juego

La agrupación creció, se fortaleció y encontró su sello: mezclar la música con la memoria viva del juego. Entre marimbas y cantos, recrean dinámicas que definieron la niñez afroesmeraldeña: la yuca, la pega, la lleva, el pan quemao, el trompo, la bolicha. Su danza “Juegos tradicionales” no es solo un número artístico: es una puerta al pasado, un homenaje a la risa colectiva, al polvo que se levanta cuando un grupo de niños corre sin miedo, al eco de las palmadas que marcaban el ritmo de la infancia.

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En sus presentaciones, el público no solo escucha: reconoce. Siente en el pecho el retumbe del bombo, huele el salitre de la playa cuando los bailarines emulan la búsqueda de chiripiangua, escucha los murmullos de antiguas fiestas que viajaban por los manglares. Así, Cuero Son y Pambil lleva más de tres décadas recorriendo Ecuador (Quito, Guayaquil, Puyo, Manabí, Ibarra) y representando al país en escenarios internacionales: Tumaco, Buenaventura, Perú. En cada sitio, dejan la misma huella: identidad, orgullo y resistencia.

Aunque la falta de apoyo institucional ha sido una constante, el grupo se sostiene con esfuerzo propio. “Nuestros uniformes, nuestros instrumentos, nuestros viajes, todo lo hacemos entre nosotros”, dice Nacho.

Este año la agrupación viajó nuevamente al Festival Internacional del Currulao en Tumaco, un evento profundamente simbólico para quienes comparten raíces con la costa Pacífica colombiana. Llevaron seis danzas y una delegación que mezcla juventud, experiencia y una convicción inquebrantable: la cultura es vida, siembra y cosecha.

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