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Nepal
Seguidores nepaleses de la Generación Z se ofrecieron como voluntarios para limpiar una estación de policía en Katmandú, Nepal.EFE

Revolución Z en Nepal

ANÁLISIS: Una juventud sin trabajo, sin futuro, y ahora también sin voz, reaccionó.

Por estos días, Nepal ha vivido algo que muchas naciones solo fantasean: una juventud capaz de tumbar un régimen, y luego quedarse para recoger los escombros. En un mundo donde las protestas suelen terminar en dispersión o exilio, la llamada “Generación Z” nepalí no solo incendió las mansiones del poder, también está sembrando desde las cenizas.

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El gobierno caído era el de KP Sharma Oli, un veterano del Partido Comunista, reciclado tantas veces en el poder que ya parecía mueble fijo. Ascendió como líder revolucionario, pero degeneró en autócrata populista. Su gestión combinaba nacionalismo retórico con represión progresiva. Desde su primer mandato, alimentó el culto a su figura, cooptó instituciones, desoyó a la Corte Suprema y silenció críticas. Gobernaba con una élite política blindada por privilegios. No era un comunismo igualitario, sino uno oligárquico, disfrazado con discursos revolucionarios. Los cargos se heredaban entre amigos y familiares.Donde los leales vivían como príncipes y el resto, como súbditos. El poder se había convertido en una herencia dinástica: cargos repartidos, fortunas familiares creciendo bajo la mesa, mientras el país se empobrecía. Hasta que la paciencia popular estalló.

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Y no fue solo por censura: aunque prohibieron 26 redes sociales —desde Facebook hasta Reddit— lo que encendió la mecha fue la desigualdad grotesca. Los llamados “Nepo Kids”, hijos de altos funcionarios, subían a TikTok sus relojes de lujo, jets, fiestas. En un país con más del 20 % de jóvenes desempleados, aquello era gasolina. Una juventud sin trabajo, sin futuro, y ahora también sin voz, reaccionó.

El gobierno alegó que la prohibición era por razones de “seguridad nacional” y “contenido dañino”, pero todos entendieron que se trataba de ahogar la crítica y el humor político. Las redes se habían convertido en trincheras digitales donde se denunciaba la corrupción, se burlaban del poder y se organizaban las primeras convocatorias. Al cerrarlas, provocaron el efecto contrario: las protestas crecieron, se intensificaron, y el intento de silenciar se convirtió en el mayor amplificador.

Organización digital, indignación masiva y memes como armas políticas.

Y lo hizo con lo que tenía: organización digital, indignación masiva y memes como armas políticas. Las marchas no salieron de sindicatos ni partidos, sino de chats de Discord y grupos de Telegram. Fue una revolución descentralizada, rápida, viral y sin líderes tradicionales. Lo que siguió fue vertiginoso: represión brutal, al menos 19 muertos en un día, edificios oficiales en llamas, ministros azotados por multitudes hartas de décadas de impunidad.

Pero también algo inédito: cientos de miles de jóvenes se organizaron en Discord, votaron propuestas, debatieron líderes, y empujaron una transición. No esperaron a la vieja política. Forzaron la renuncia de Oli y respaldaron a Sushila Karki, exjueza suprema conocida por su honestidad, como primera ministra interina. La primera mujer en liderar Nepal.

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Durante las protestas ardieron símbolos: el Parlamento, mansiones ministeriales, sedes partidarias. Pero ahora arden otras imágenes: brigadas de jóvenes limpiando las calles, pintando muros, sembrando árboles, reparando bibliotecas y restaurando plazas. Restauran faroles rotos, arreglan veredas, pintan aulas con recursos que antes robaba la burocracia. Lo que para unos fue vandalismo, para ellos fue ruptura; lo que para otros sería fuga, para ellos es refundación. Lo destruyeron para reconstruirlo distinto, y lo están haciendo con sus propias manos.

Es la generación que viralizó la furia, pero también la que barre con escobas la rabia que dejó el fuego. Que no espera licitaciones, ni ONGs, ni subsidios, ni perdones. Actúan. Corrigen. Quieren dejar claro que su revolución no fue un berrinche, sino un punto de inflexión.

¿Y América Latina? Aquí también hay nepo kids, sin duda. También hay rabia. Pero lo que nos falta no es dolor: nos falta desenlace. Porque allá los jóvenes no solo tumbaron un sistema, lo reemplazaron. No solo denunciaron corrupción, propusieron nombres. No solo se indignaron, se organizaron. Y se quedaron. Aquí solemos a veces quemar y luego?; allá, quemaron y sembraron.

No se trató de partidos, ni de utopías ideológicas. Fue una generación diciendo basta. Una generación que entendió que, si no hay futuro, lo construyes tú. Con manos, con votos, con códigos en Discord.

¿Idealismo? Puede ser. Pero qué poderosa es una juventud que deja de mendigar reformas y empieza a hacerlas. Qué ejemplo el de Nepal, que de pronto, se nos volvió espejo.

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