
El circo de los 37: Perú y la república de los candidatos eternos
#ANÁLISIS: Mientras la política peruana parece una montaña rusa institucional, la economía se ha mantenido estable
Si un ecuatoriano aterriza hoy en Lima y le dicen que hay 37 candidatos presidenciales, pensará que alguien le cuenta un chiste de carpa grande. No uno fino, sino de esos donde entran payasos, equilibristas, domadores improvisados y algún ilusionista que todavía no sabe a qué bestia le tocará enfrentar. Sin embargo, no es broma. Perú se encamina a una elección donde el número de aspirantes a Palacio de Gobierno supera al de comparsas en un carnaval.
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Lo desconcertante no es solo la cifra, sino el contraste. Mientras la política peruana parece una montaña rusa institucional —presidentes que entran por la puerta y salen por la ventana, congresos que se convierten en salas de casting y partidos que nacen y mueren con la velocidad de un meme—, la economía se ha mantenido sorprendentemente estable. Parte de ese milagro se explica por una rareza sana: durante décadas el Banco Central ha tenido conducción técnica casi inamovible, con políticas monetarias que no cambian al ritmo de los arrebatos ideológicos.
Es decir, el país puede estar incendiado políticamente, pero el termostato macroeconómico sigue en manos de ingenieros, no de animadores de campaña, sumado a esto también podemos hablar sobre la riqueza que tiene el propio territorio peruano y el hecho de que el desarrollo industrial y logístico es política de Estado; eso ayuda mucho a divorciar la locura política de la economía, aunque de seguir esta inestabilidad institucional ya podría la economía verse golpeada.
Entonces, ¿por qué treinta y siete candidatos? Porque Perú no tiene un sistema de partidos: tiene un zoológico. Las siglas ya no representan proyectos históricos sino oportunidades coyunturales. Cada alcalde sin reelección, cada empresario con ego desbordado, cada influencer con micrófono y cada político reciclado puede fundar su propio movimiento, como quien abre una cevichería con la esperanza de que esta vez sí funcione.
Basta mirar la pista central para entenderlo. Allí reaparecen los clásicos, como Keiko Fujimori, eterna acróbata que insiste en cruzar la cuerda floja convencida de que ahora sí llegará al otro lado. La rodean figuras de centro-derecha como José Luna Gálvez o Rafael Belaunde Llosa, herederos de una Lima política que nunca termina de desaparecer.
El humorista convertido en candidato
En la zona donde el circo se vuelve performance irrumpe Carlos Álvarez, humorista convertido en candidato. Es el payaso que decidió que, si ya imitó a todos los presidentes, quizá también pueda convertirse en uno. Su presencia resume como ninguna otra el espíritu de esta elección: la frontera entre entretenimiento y poder se ha vuelto tan delgada que ya no sabemos si el chiste se cuenta en el escenario o en Palacio.
Más allá, en la carpa ideológica más dura, Perú Libre intenta recomponerse bajo la sombra de Vladimir Cerrón, marxista, inhabilitado y omnipresente, mientras el apellido Vizcarra reaparece en la figura de Mario, recordándonos que en el Perú los nombres propios aún cotizan, incluso con antecedentes judiciales a cuestas.
El regreso del APRA merece su propia función. El partido que dominó buena parte del siglo XX, cayó, resucitó y volvió a caer, hoy intenta un nuevo renacimiento con Enrique Valderrama, un dirigente joven cargando un traje heredado de otra época. El viejo domador de multitudes vuelve a la pista con la esperanza de que aún quede público nostálgico bajo la carpa.
Y están también las alianzas híbridas —Unidad Nacional, Libertad Popular, Podemos Perú—, formaciones que se declaran de centro, de derecha o de lo que toque, como ilusionistas que cambian de color según la luz. No son partidos: son ensamblajes temporales.
El resultado es una papeleta que parece catálogo. Conservadores sin conservadurismo, izquierdistas sin revolución, liberales sin liberalismo y outsiders que no saben muy bien qué son, pero saben que quieren ser presidentes.
Mientras tanto, el Banco Central sigue ahí, silencioso, evitando que el circo se incendie por completo. La política hace piruetas; la economía mantiene el equilibrio. En ese contraste está el verdadero misterio peruano: un país capaz de producir 37 aspirantes a la presidencia, pero apenas un puñado de consensos. Bajo esta carpa multicolor, el problema no es que falten candidatos, sino que sobran funciones y nadie parece dispuesto a apagar las luces cuando el espectáculo ya terminó.
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