
Juventud que transforma: el corazón solidario de Guayaquil
En medio de la inseguridad y los desafíos sociales, voluntarios guayaquileños se convierten en protagonistas del cambio
La nueva generación de guayaquileños no quiere conformarse con heredar una ciudad marcada por la violencia, la desigualdad y la indiferencia. En cambio, sueñan con transformarla. Desde distintos rincones y contextos, jóvenes voluntarios han decidido organizarse y actuar para servir a los más vulnerables, mostrando que el cambio comienza con pequeñas acciones y mucha fe.
Para Elías García, representante de la Fundación Juventud Solidaria, el impacto de servir va más allá del acto de dar. “Aunque uno también pase necesidades, siempre podemos hacer algo más por otras personas”, afirma. Esta convicción lo llevó a liderar iniciativas como los "veredazos", donde cantan y comparten con personas en situación de calle, recordándoles que no están solos. “Una vez, uno de ellos nos dijo que hacía mucho tiempo no se divertía tanto. Esas cosas te alegran el alma”.

Voluntariado como respuesta ante la crisis
Miguel Gavilanez, de Voluntarios Solidarios, considera que el servicio no es solo una respuesta emocional, sino una estrategia de transformación social. “Aunque parezca poco, toda acción por más pequeña que sea, suma. Con amor, constancia y buen ejemplo, se puede cambiar la mentalidad de toda una ciudad”, reflexiona. Su organización, que nació con solo dos personas, hoy cuenta con más de 150 voluntarios activos.
Durante las fiestas julianas, muchos jóvenes decidieron dejar de lado el miedo por la inseguridad para salir a ayudar a quienes viven en la calle. Gracias a alianzas con instituciones públicas como la DASE, algunos de esos ciudadanos han sido reubicados en albergues. “Eso es un trabajo en equipo que nos inspira a seguir con la misma emoción cada jueves”, añade Gavilanez.
Acciones pequeñas, cambios profundos
Desde otra trinchera, Fernanda Salazar Amaya, coordinadora de autogestión de la Fundación Clemencia y el Asilo Sofía Ratinoff, trabaja con adultos mayores en situación de abandono. Ella sostiene que servir es una forma de devolverle humanidad a la ciudad: “Cada hora entregada, cada sonrisa compartida con nuestros adultos mayores, es una forma de sanar heridas invisibles”.
Uno de los momentos más conmovedores que recuerda ocurrió durante la celebración del Día de Guayaquil. Jóvenes voluntarios decoraron el asilo, bailaron y compartieron con los abuelitos. “Uno de ellos, que casi nunca hablaba, tomó el micrófono y dijo: ‘Gracias por hacernos sentir que todavía valemos’. Eso nos recordó por qué hacemos lo que hacemos”.
Fe en acción: servir como llamado
Para Anthony Ordoñez, de la fundación cristiana Funnes No Estás Solo, ser voluntario es un acto espiritual. A sus 20 años, está convencido de que lo que transforma a la ciudad no son los discursos, sino el amor en acción. “Lo que hacemos no es solo ayuda social: es compasión, es ministerio”, explica.
Durante una de sus actividades, un joven se quebró y dijo: “No sabía que Dios todavía me veía”. Para Ordoñez, ese tipo de momentos revelan la verdadera necesidad: no solo de comida o abrigo, sino de sentirse visto, amado, acompañado. “La ciudad está esperando jóvenes que se levanten con fe y digan: ‘Aquí estoy, Señor, envíame a mí’”.

Una ciudad que se sueña distinta
Estos jóvenes no tienen todos los recursos ni las respuestas, pero sí el corazón dispuesto. Lejos de los reflectores y las grandes estructuras, están organizándose para hacer lo que está en sus manos: abrazar, servir, acompañar, orar. Para ellos, Guayaquil no es una ciudad condenada, sino una ciudad que todavía puede sanar.
A través de sus acciones demuestran que no basta con soñar un mejor país: hay que construirlo, paso a paso, vida por vida, con la esperanza como bandera. Porque si algo tiene esta generación es que, a pesar de todo, aún cree. Y está dispuesta a luchar por la ciudad que heredará.