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Personaje. Marco Izurieta, a diario, recorre las 21 cuadras que comprenden la avenida 9 de Octubre. También circula por Las Peñas y la calle Panamá.Vanessa López

El fotógrafo de la plaza que redescubre el centro

Marco Izurieta es de los pocos que mantienen la costumbre de antaño. Es uno de los icónicos personajes de la 9 de Octubre

El sofocante calor de Guayaquil no es un impedimento para lucir elegante, más si se trata de ir al trabajo. Así lo dice Marco Antonio Izurieta, quien cada mañana se viste con una guayabera que forra todos sus brazos, pantalones holgados de tela, zapatos lustrados y una colorida corbata.

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Una vez reluciente, se cuelga la cámara en el cuello y llega a su espacio de trabajo: una acera de cemento que quema en cada pisada y donde convergen a diario el escandaloso murmullo del tránsito y el vaivén de más de 300.000 transeúntes.

“Una foto con la señora del hogar, la dueña, la jefa, la reina”, le ofrece Marco a una pareja de adultos mayores que pasea por la plaza San Francisco, al pie de la tradicional avenida 9 de Octubre, en el centro del Puerto Principal, su sitio de labores y donde es desde hace décadas un personaje popular.

De sus 63 años, Marco se ha dedicado 40 a recorrer el centro y a fotografiar a turistas, políticos, famosos que pululan las 21 cuadras del bulevar, el malecón y la Zona Rosa.

PasadoDécadas atrás había muchos fotógrafos como Marco Izurieta. Hoy apenas se lo ve a él recorriendo el casco central.

No pasa más de 10 minutos ofreciendo fotografías que revela al instante, cuando un grupo de personas se le acerca y le pide sus servicios.

“La gente me conoce como el fotógrafo de la plaza San Francisco. Soy el primer fotógrafo que llegó a trabajar a este sitio. He visto la evolución y regeneración de Guayaquil y la he fotografiado”, le cuenta a EXPRESO, mientras, con la ayuda de su asistente, instala una especie de portafolio, donde muestra algunos ejemplos fotográficos.

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Antes de la fotografía, Marco junto a un amigo elaboraba productos químicos, pero el negocio se vino abajo. Tras ello, su tío fotógrafo lo introdujo en ese mundo de los flashes, en el que se sumergió para siempre.

“No le miento, comencé con una Polaroid, una cámara que cuando se toma la foto, sale la imagen revelada enseguida. Después compré una Instax. Luego me compré mi primera cámara Yashica y así pasé a Pentax, Minolta, Zenit, Canon y Nikon”, detalla.

He visto todos los cambios que ha tenido el centro, su despertar y su ocaso. A veces, escenas tristes.

Marco Izurieta, fotógrafo que se inició en el bulevar

Minutos después aparecen un muchacho, su madre y hermana. “Queremos una foto para el pasaporte”, le piden. Esas palabras son como música para sus oídos y con un rostro entre emocionado y serio, les invita a pasar con pasos largos a la acera de enfrente. En una pared extiende una tela blanca que pega con cinta adhesiva. Ubica al muchacho y lo analiza. Frunce el ceño y le pasa una pequeña peinilla que lleva en su bolsillo. El joven capta el mensaje y con sonrisa nerviosa se baja dos mechones en la coronilla de su cabeza. “Ahora sí. Una sonrisa”, le exige.

Vuelven a la plaza y el fotógrafo se sienta en el borde de la fuente de agua. Es su butaca para descansar. Ahí mismo abre un pequeño bolso negro donde tiene la impresora. En un bolsillo tiene las láminas de fotos y pequeñas bolsitas transparentes. En cuestión de dos minutos, 10 fotos están reveladas, cortadas y guardadas en la funda.

Aunque ‘hace base’ al pie de la iglesia San Francisco, entre 9 de Octubre y Pedro Carbo, su oficio lo lleva a recorrer otras zonas céntricas, como la calle Panamá y la zona rosa.

Lo hace especialmente los fines de semana por la tarde, cuando se pasea por los bares y capta instantes de encuentros y risas entre amigos. Una costumbre de antaño, señala, que mantiene desde mucho antes de que se construyera el malecón Simón Bolívar y que a Guayaquil llegara la regeneración y la ciudad tuviera otros rostros.

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“Recuerdo que en El Colonial de la zona rosa cantaban y yo rondaba por ahí. Y de ahí pasaba a tomar fotos por la zona del malecón y de la plaza San Francisco. Todo esto era monte con un cerro de tierra, hasta que una vez puse unos muñecos movibles y empecé a tomar fotos con los muñecos y me empecé a encariñar”, rememora.

Cuando se le pregunta cómo vive con un oficio que se ha visto amenazado y opacado por una gama de celulares con buena calidad de cámaras, menciona que siempre hay clientes, porque la calidad de la cámara es insuperable.

“El celular para mí no es competencia. La fotografía no va a morir nunca, porque la foto ha retratado desde hace muchos años nuestro presente y pasado. Todos tenemos fotos de niño, joven, casado y viejo. No es lo mismo ver una foto en el celular que verla en un papel fotográfico”.

Marco es de los pocos fotógrafos que mantienen este oficio en el centro. Tiene un compañero más en la plaza San Francisco y otros colegas suyos recorren el malecón y el parque Centenario, pues la Fundación Siglo XXI les ha dado permiso de trabajar, ya que por su presencia constante se han convertido en personajes icónicos del espacio.

Al preguntarle sobre su familia, cuenta que tiene dos hijas: una es ingeniera y la otra prepara fragancias para los centros comerciales. Y sobre su esposa dice: “Me enamoré tanto de la cámara, que la cambié por mi mujer. Ahora mi única esposa tiene apellido Nikon”.