
“Un pedazo del carro voló al cuarto piso”: así vivieron el horror en Guayaquil
Peatones y trabajadores de la zona del ataque del martes 14, efectuado con un carro bomba, tienen recelo de caminar
No todas las actividades han retomado su curso habitual luego del atentado ocurrido en las inmediaciones del edificio 100 Business Plaza, ubicado en la avenida Joaquín Orrantia, en el norte de la ciudad. Algunas de ellas aún operan de manera limitada y permanecen en espera.
Alejandra Germán, quien labora en una de las oficinas del centro comercial, situada en la acera paralela al sitio donde explotó el carro bomba, explicó que todavía no puede regresar a trabajar de manera presencial, pues algunas ventanas, lámparas, planchas de techo, cuadros y otros elementos de decoración se encuentran en mal estado.
Los efectos más aterradores de la explosión
“¿Puede creer que un pedazo del carro voló hasta el cuarto piso, donde nos ubicamos? La pieza quedó incrustada en el techo de la recepción. Además, todas las ventanas están bloqueadas por la onda expansiva y no se pueden abrir. El departamento de Riesgos del centro comercial ya evaluó la situación y, por ahora, tenemos planchas de policarbonato para cubrirlas”, explicó.
A pesar del momento trágico al que estuvieron expuestos, Alejandra aseguró no sentir miedo, pues confía en que la vigilancia aumentará en el mall y sus alrededores. “Todos los protocolos de seguridad están activados”, comentó.
Este último detalle fue corroborado por EXPRESO mientras recorría la zona cero: los vehículos que ingresaban al centro comercial eran revisados minuciosamente. El sector, habilitado al mediodía del pasado 17 de octubre, para el tránsito vehicular y peatonal, parecía ser escenario de un día normal de trabajo.
Personas salían de los edificios contiguos al inmueble afectado, mientras que familias caminaban en dirección a la plaza comercial y otras tomaban taxis al pie del mismo. Sin embargo, un vendedor ambulante mencionó que “no todo está normal”.

“Yo apenas he vendido tres botellas de agua en toda la mañana. Creo que tomará un mes para que los ciudadanos pierdan el miedo y regresen con confianza”, indicó entonces. Él, a diferencia de Alejandra, sí siente temor de transitar cerca del lugar. Este fin de semana, por ejemplo, comerciantes ambulantes que se instalaban en los alrededores no lo hicieron.
"Tengo amigos, todos comerciantes, que prefieren esperar un poco más. Quizás este lunes (20 de octubre) ya vengan. Es que lo que vivimos fue horrible. Jamás pensé escuchar ese estruendo. Yo estaba recogiendo mis cosas, ya para retirarme. No me encontraba ya cerca del sitio de la explosión, que es donde suelo ubicarme. Me salvé y doy gracias por ello", señaló uno de los comerciantes ambulantes que suelen recorrer el norte de la ciudad para vender aguas o dulces.
Con él coincidió Manuel, quien empujaba una pequeña carreta donde vendía chuzos y maduros. Según su relato, prefiere no pasar frente al edificio afectado, conocido popularmente como “el barril”. “Me di una vuelta más larga, pero primero mi seguridad”, relató entre risas.
Carlos, quien visita el gimnasio del centro comercial de manera recurrente, piensa que los autores de este ataque no regresarían pronto al lugar. “Es cierto que hay que tener cuidado, pero es muy poco probable que ocurra otro atentado. Aquí veo una unidad móvil de la Policía, y con eso basta. En el mall todo está muy seguro”, indicó.
Thalía Santiesteban, quien vive en La Garzota, considera que la situación no se repetirá, aunque todavía siente temor. “Aún recuerdo la luz que vimos de camino a casa. Fue horroroso; pensé que nos pasaría lo peor. Sentí muchísimo miedo y debo reconocer que todavía estoy nerviosa. No me genera desconfianza recorrer el sitio exacto donde ocurrió el ataque, sino que, en general, son todos los espacios públicos los que hoy me desconciertan. Ya saqué una cita con un médico porque no lo estoy pasando bien. Sé que es miedo colectivo y confío en que se me pasará”, señaló.

El impacto del miedo colectivo en la salud mental durante episodios de violencia local
La violencia urbana no solo deja víctimas directas, también genera heridas invisibles que afectan el equilibrio emocional de toda una ciudad. El psicólogo Luiggi Sáenz de Viteri explica que cada atentado, robo o explosión, como los registrados días atrás en Guayaquil y otras ciudades de la provincia del Guayas, no solo destruye bienes materiales, sino que “va deteriorando la psiquis de las personas y generando una constante hipervigilancia, ese estado de alerta en el que uno se pregunta si el carro que lo sigue representa peligro o si una maleta olvidada podría esconder algo peor”.
Este fenómeno psicológico, sostiene Sáenz de Viteri, se vuelve una carga silenciosa. “La hipervigilancia desgasta a la gente porque aumenta el estrés y, en algunos casos, se transforma en una ansiedad persistente”, señala. Personas que ya han vivido experiencias traumáticas como robos o secuestros reviven su miedo al enfrentarse con noticias de violencia, multiplicando así la sensación de vulnerabilidad social. Esa tensión, añade, repercute incluso en la economía, pues “los negocios pierden clientes por la percepción de inseguridad que se extiende a cada establecimiento”.
El especialista advierte que la respuesta institucional ante la inseguridad suele enfocarse en la presencia policial o militar, pero se descuida la atención emocional. “No he visto muchas iniciativas formales que den soporte psicológico inmediato a las víctimas o a la comunidad afectada. Los psicólogos de los bomberos acuden a ciertos eventos, pero no existe un plan visible, una política pública clara de primeros auxilios psicológicos”, enfatiza.
Sáenz de Viteri insiste en que la salud mental debe tratarse como un eje prioritario. “El estrés y la ansiedad ya son la norma para muchas personas. Quienes tienen antecedentes de salud mental están más expuestos, sobre todo si se aíslan”, advierte. El aislamiento, explica, corta los lazos protectores que la convivencia social ofrece y puede agravar cuadros de depresión o fobia social. Por eso, recomienda promover espacios comunitarios de acompañamiento emocional y campañas de contención psicológica visibles y sostenidas.
En un entorno donde el miedo parece ocupar cada esquina, el desafío está en reconstruir la confianza colectiva. Sáenz de Viteri propone mirar más allá de la seguridad armada y apostar por la seguridad emocional: “Compartir con otros, conversar o no quedarse solo son gestos que ayudan a resistir”.
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