
Tilapia y gallinas ponedoras impulsan la formación y sostenibilidad rural
Estudiantes veterinarios lideran iniciativas productivas para la seguridad alimentaria
En la Facultad de Medicina Veterinaria, de la Universidad de Guayaquil, la enseñanza se vive en el campo. Dos proyectos integradores, la cría sostenible de tilapia y el manejo sustentable de gallinas ponedora, unen a docentes y estudiantes en un mismo objetivo: aplicar la investigación para fortalecer la seguridad alimentaria y promover prácticas productivas responsables en comunidades rurales.
Gallinas ponedoras, con dieta balanceada
En el programa de gallinas ponedoras, la estrategia combina prevención, nutrición y manejo responsable. El doctor Pedro Cedeño lo resume así: “Los estudiantes aplican medidas de bioseguridad como ubicación adecuada de la granja, control de acceso, limpieza y desinfección, y control de plagas. Se enfatiza la vacunación preventiva con cepas adecuadas a la zona para evitar virus innecesarios”.
A ello se suma una planificación alimenticia adaptada a cada etapa del levante. “Utilizamos dietas balanceadas con ingredientes locales como maíz, afrecho de trigo y harina de pescado, además de compuestos naturales como la Flor de Jamaica, que favorece la salud intestinal de las aves”, explica.
Para Shirley Villacís Mosquera, estudiante participante, la experiencia ha sido un reto y una oportunidad. “Es muy distinto verlo en clase que vivirlo en el terreno. Hemos trabajado desde cero para acondicionar las instalaciones, organizar la rutina diaria y garantizar el bienestar de las aves”, relata.
Más allá de la técnica, destaca el aprendizaje humano: “Esto ha fortalecido mis habilidades en comunicación, liderazgo y trabajo en equipo, esenciales para el ejercicio profesional de campo”.
Tilapias, en un ambiente amigable
En el área acuícola, el proyecto de tilapia combina innovación y sostenibilidad. El doctor Evert Reyes detalla: “Aplicamos un sistema de recirculación de agua que permite reutilizar el recurso hídrico, mantener una óptima calidad y reducir al mínimo la contaminación. El monitoreo constante de parámetros como pH, temperatura y oxígeno disuelto es fundamental para evitar enfermedades”. Además, la alimentación se calcula con precisión según la biomasa, lo que mejora la conversión alimenticia y evita desperdicios.
La estudiante Astrid Bravo reconoce que fue un proceso exigente: “Adquirí conocimientos técnicos sobre el manejo integral de sistemas acuícolas, pero también aprendí a trabajar bajo presión, organizarme y coordinar con el equipo”.
Entre los retos, menciona el control de depredadores: “Tuvimos que enfrentar ataques de chinches de agua a los alevines, lo que exigió atención al detalle y aplicar de forma rigurosa lo aprendido”. Para ella, la tilapia es más que un producto: “Es una fuente accesible y nutritiva que, al fomentarse localmente, puede mejorar la alimentación de las familias y abrir oportunidades de emprendimiento rural”.

De la aula al corral: Educación emergente
Aunque ambos proyectos siguen en etapa de consolidación, ya han demostrado que la educación veterinaria puede ser un motor de cambio. Al unir la teoría con la práctica, no solo se generan modelos productivos replicables y líneas de investigación, sino también profesionales preparados para transformar su entorno con conocimiento, ética y compromiso social.
En el futuro, la Facultad planea ampliar estas iniciativas a más comunidades y vincular a pequeños productores locales en procesos de capacitación continua. Con ello, se busca que las experiencias en el aula y el campo no solo beneficien a los estudiantes, sino que se traduzcan en impactos reales en la producción agropecuaria, mejorando la calidad de vida y fortaleciendo las economías rurales de manera sostenible.