
Salsa Holandesa: la receta definitiva, fácil y rápida para elevar tus platos
Descubre la historia y el secreto de la salsa holandesa perfecta con esta receta fácil para brillar en tu cocina
Hay algo mágico en el ritual del desayuno tardío de los domingos, y gran parte de esa magia reside en una salsa dorada, brillante y untuosa: la salsa holandesa. Es ese toque de terciopelo líquido que convierte unos simples huevos escalfados o unos espárragos al vapor en un plato de lujo.
A menudo temida por los cocineros principiantes por su fama de "cortarse" fácilmente, la realidad es que, con paciencia y la técnica adecuada, es un placer prepararla…. ¡Y saborearla!
¿Holandesa o francesa? Un origen curioso
A pesar de su nombre, la salsa holandesa es un tesoro de la gastronomía francesa. Es una de las cinco "salsas madre" codificadas por el legendario chef Auguste Escoffier en el siglo XX, pero su historia se remonta mucho antes.
Los historiadores gastronómicos coinciden en que esta emulsión nació en Normandía, una región famosa por su excelente mantequilla y nata. Originalmente se la conocía como "Sauce Isigny", en honor a la localidad de Isigny-sur-Mer. Entonces, ¿por qué la llamamos holandesa?
La teoría más aceptada sugiere que, durante la Primera Guerra Mundial, la producción de mantequilla francesa cayó drásticamente. Los chefs franceses tuvieron que importar mantequilla de los Países Bajos (Holanda) para mantener sus estándares de calidad. El cambio de nombre fue un guiño a ese ingrediente salvador, y la etiqueta perduró en el tiempo.
Receta fácil de Salsa Holandesa en casa
Olvídate del miedo. El secreto no es la velocidad, sino la temperatura. Vamos a usar el método del baño maría, que es el más amable y seguro para controlar que el huevo no se cocine de más.
Ingredientes:
- 2 yemas de huevo grandes (a temperatura ambiente).
- 100 g de mantequilla (preferiblemente sin sal).
- 1 cucharada de jugo de limón fresco.
- Una pizca de sal fina.
- Una pizca de pimienta blanca o cayena (opcional, para un toque pican
Paso a paso:
- Prepara la mantequilla: Derrite la mantequilla en una olla pequeña a fuego bajo. No dejes que hierva o se queme; solo queremos que esté líquida y caliente. Si quieres ser purista, retira la espuma blanca que sale arriba (obteniendo una mantequilla clarificada), pero para una versión casera rústica, puedes usarla tal cual.
- El baño maría: Pon una olla con un poco de agua a hervir a fuego suave. Busca un bol de cristal o metal que encaje en la olla sin tocar el agua.
- Batir las bases: Fuera del fuego, pon las yemas y el jugo de limón en el bol. Bate enérgicamente con unas varillas hasta que la mezcla espese un poco y tome un color amarillo pálido.
- La magia de la emulsión: Coloca el bol sobre la olla con agua caliente (recuerda, ¡el agua no debe tocar el bol!). Empieza a añadir la mantequilla derretida muy despacio, en un hilo fino, mientras bates constantemente con la otra mano.
- El punto final: A medida que batas, verás cómo la salsa espesa y adquiere esa textura de mayonesa brillante. Una vez integrada toda la mantequilla, retira del fuego, añade la sal y la pimienta.
Sirve inmediatamente sobre unos Huevos Benedictinos o vegetales al vapor. El resultado es un abrazo cálido al paladar: cremosa, con el punto justo de acidez del limón cortando la riqueza de la mantequilla. ¡Buen provecho!
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