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En sus encuentros, Carla habla sobre el amor, la soltería, la libertad, y el valor de la vidaMarianella Viteri

Carla Restoy: una voz española que invita a redescubrirse

Lo que comenzó como una búsqueda personal es hoy su misión: inspirar a jóvenes a reconocer que están hechos para mucho más

Con más de 53 mil seguidores en Instagram, Carla Restoy ha logrado construir una comunidad que conecta con su mensaje. Ella estuvo en Guayaquil y Quito para inspirar a miles de jóvenes a redescubrir el valor de ser persona y a mirar el mundo con esperanza.

Nació en Barcelona, en una familia donde había mucho amor y comprensión, pero donde no existía la idea de un ser supremo. Creció, como dice ella, “en un entorno donde literalmente no existía Dios”.

Aunque el amor en su familia la hizo sentirse valiosa y segura de sí misma, admite que quien terminó educándola fue la cultura que la rodeaba: las canciones, las películas románticas y los programas de ficción.

“Mi serie favorita a los 12 años era Sex and the City, y mi plan de sábado era verla con mi madre en el sofá”. Lo dice con una sonrisa que esconde cierta tristeza: “Esa era mi visión de las relaciones. Soñaba con tener un armario lleno de zapatos y una vida que, con el tiempo, entendí que era superficial y totalmente desordenada”.

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A los 15 años, un diagnóstico cambió su historia. El médico le confirmó una escoliosis y, durante dos años tuvo que usar corsé todos los días. Reconoce que fue duro, pero también fue una oportunidad. “Me obligó a pensar en lo que hacía con mi vida. No podía acompañar a mis compañeras, y eso, sin darme cuenta, hizo que mirara dentro”.

La adolescencia, con todos sus cambios, se convirtió para ella en una escuela de autoconocimiento. “De repente, ya no solo quieres jugar; empiezan a despertarse deseos más profundos”, afirma. Para ella, ese tiempo fue un regalo: “Esa época es una maravilla, por primera vez te rebelas y empiezas a ser dueño de tu vida. Ya no solo obedeces, sino que te preguntas: ¿quién soy de verdad?”.

Carla indica que también puede ser un tiempo de desilusiones: “Te das cuenta de que tus padres no son perfectos, de que los amigos se equivocan, de que incluso el amor falla…” Pero lejos de verlo con amargura, lo consideró una oportunidad: “Ahí entendí que nada del mundo podía llenar mi corazón, y justo en ese momento tuve la suerte de poder parar y pensar en lo que realmente buscaba”.

El inicio de un cambio profundo

Además de alejarse poco a poco del grupo de amigas que vivían de fiesta en fiesta -un entorno que le dejaba un profundo vacío-, hubo otro acontecimiento que marcó un antes y un después. Todo comenzó en una clase de historia de las religiones, una materia que le resultaba indiferente: le daba lo mismo estudiar sobre el Islam que sobre el Cristianismo.

Mi idea de Dios era la de un amigo imaginario que tienen las personas un poco tontas, las que no podían pensar demasiado o las que habían sufrido mucho y necesitaban crear a alguien para poder sobrevivir”, confiesa.

De igual manera, otra asignatura empezó a remover algo en su interior: filosofía. Allí conoció las cinco vías de santo Tomás de Aquino, cinco razonamientos que intentan demostrar, desde la razón, la existencia de Dios. Sin saberlo aún, ese sería el inicio de una transformación más profunda.

Las dos promesas del mundo

“En ese instante todo me decepcionaba”, recuerda Carla, y entendió que el mundo ofrece dos caminos cuando existe un deseo profundo de ser amada. “El primero es cerrarte. Como todo te duele, aprendes a no sentir, a no confiar, a vivir anulando tu deseo. Eso lo ves en muchas filosofías orientales: te dicen que, para no sufrir, hay que dejar de desear. Pero eso es renunciar a ser persona”.

La segunda opción es totalmente opuesta: ya que nada llena el corazón, lo que se debe hacer es vivir de placer en placer, sin pensar demasiado, “como en un fast food emocional”, indica. Entre esas dos propuestas -anular el deseo o vivir de forma superficial-, Carla comenzó a preguntarse si no existiría un camino distinto, uno que realmente respondiera a esa sed de amor que sentía dentro.

Descubrirse amada

En medio de su búsqueda, Carla comenzó a comprender algo esencial: quién era realmente. “No se trataba solo de ser más feliz, sino de entenderme, de saber de dónde venía, por qué sentía lo que sentía y hacia dónde quería ir”.

Durante esos años de transformación, aprendió a mirarse con más profundidad y a reconocer su valor como persona y como mujer. “Fue un proceso que me ayudó a comprender que había un sentido en mi vida y que no estaba sola en ese camino”.

Carla descubrió que su cuerpo no era algo que tenía, sino algo que era. “Esa es la gran mentira del mundo: creer que el cuerpo es un objeto. Cuando lo maltratamos, también nos dañamos por dentro”. Para ella, el cuerpo expresa la verdad más honda de cada persona. “Si aprendo a escucharlo y acogerlo, puedo descubrir quién soy realmente”.

Ella entendió que no estaba hecha solo para sí misma, sino para entregarse, para dar vida y amar de una forma plena. “Soy más persona cuando me entrego”, afirma. “Y para vivir así, tuve que dejar atrás muchas mentiras que el mundo te dice y abrazar la verdad de lo que soy”.

El valor de la diferencia

Carla reflexiona sobre la belleza de la diferencia entre el hombre y la mujer. “El varón es fuerza y construcción; la mujer, recogimiento y hogar. Y eso es bellísimo que sea así”. Para ella, el hombre auténtico no es ni agresivo ni débil, sino alguien capaz de ordenar su deseo y poner su fuerza al servicio del amor. “El ideal es ser un caballero: fuerte, pero también tierno”.

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En cuanto a la mujer, rechaza la idea de que la maternidad o la sensibilidad sean signos de debilidad. “Yo tengo la misma dignidad y los mismos derechos que un varón, pero soy maravillosamente diferente”, afirma. Cree que esas diferencias no separan, sino que se complementan: la mujer, con su complejidad, ayuda al hombre a mirar más allá de su simplicidad, y él, a su vez, le ofrece calma y contención.

“Descubrí que soy un misterio para mí misma -dice Carla-, y a veces busco la mirada del otro para que me afirme.” Esa necesidad de ser mirada y reconocida, especialmente por una figura paterna, forma parte de la identidad femenina.

Con humor y ternura, comparte un último consejo que se ha vuelto símbolo de su mensaje: “Si sé que los hombres son visuales, y tengo el poder de dirigir la mirada del varón, en lugar de ponerme escotes para que me cosifiquen, me pongo rímel para que me miren a los ojos y me reconozcan en mi verdad de ser persona”. Porque, al final, se trata de eso: de mirar y dejarse mirar con verdad.

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