
La inteligencia que no siente: riesgos de una era hiperconectada
Las aplicaciones procesan datos con velocidad, pero solo el ser humano puede cuestionar, sentir y decidir con conciencia
En la naturaleza existen numerosos animales que pueden considerarse “inteligentes”, pues son capaces de adaptarse, aprender, comunicarse e incluso utilizar herramientas. Por ejemplo, los chimpancés fabrican utensilios para obtener alimento, como palos para sacar termitas o piedras para romper nueces. Los delfines, por su parte, emiten sonidos y silbidos únicos que funcionan como nombres individuales y les permiten reconocerse entre sí.
¿Acaso estas habilidades no reflejan una forma de inteligencia? Al igual que el chimpancé o el delfín, las abejas son otro de los animales más fascinantes de la vida silvestre. Construyen sus panales con celdas hexagonales, una estructura que combina eficiencia y resistencia. “Pero las abejas llevan construyendo las mismas estructuras durante cinco mil años; no han progresado”, comenta Fray Nelson.
El sacerdote católico colombiano y miembro de la Orden de Predicadores, Fray Nelson Medina, visitó Guayaquil para hablar sobre la inteligencia artificial (AI) y sus riesgos para la familia. Durante su exposición, señaló que, aunque esta tecnología puede tener aplicaciones positivas, un uso inadecuado podría generar múltiples riesgos dentro del hogar.
Fray Nelson sostiene que algunos animales pueden parecer inteligentes, pero en realidad solo responden a estímulos. “Desaparece el estímulo, desaparece la inteligencia animal”, comenta. A diferencia de ellos, el ser humano no solo reacciona, sino que tiene la capacidad de formular preguntas frente a esos estímulos y buscar respuestas a sus propios interrogantes.
La inteligencia humana va más allá de reaccionar: nos permite cuestionar y reflexionar sobre asuntos filosóficos y prácticas que influyen en nuestra supervivencia. Un ejemplo es el fuego. Mientras cualquier animal podría ignorarlo, el ser humano, hace millones de años, se preguntó qué era y cómo podía aprovecharlo. Así logró domesticarlo, y el fuego permitió cocinar alimentos, calentarse, protegerse y transformar su entorno, impulsando el desarrollo de nuestra especie.
Con un toque de humor, Fray Nelson comenta que ningún animal hace dieta, pero el ser humano sí puede sopesar si lo que consume es bueno o conveniente. Sin embargo, algunas personas pueden caer en las drogas, que las esclavizan y las someten a estímulos que las deshumanizan. Este es solo un ejemplo de cómo la sociedad, con el auge de las redes sociales, está cada día más expuesta a los estímulos y a la búsqueda constante de satisfacción inmediata.
La IA no busca la verdad
Repetir lo que nos dice la inteligencia artificial puede reforzar mensajes que no necesariamente son verdaderos, porque la IA no busca la verdad: simplemente recicla información, esté correcta o no. Por eso, la presencia humana sigue siendo indispensable. Además, todo lo que decimos frente a un dispositivo tecnológico, queda registrado, esté encendido o apagado. “La gente deja de analizar, la gente deja de pensar”, comenta, recordándonos que el pensamiento crítico es insustituible.
Fray Nelson, quien también es profesor en la Universidad Santo Tomás de Colombia, reconoce que los procesos de aprendizaje están cambiando y a veces deteriorándose. Evaluar si los estudiantes realmente han aprendido es todo un reto, por lo que él prefiere los exámenes “cara a cara”, donde la interacción humana preserva el sentido del aprendizaje.
Reconoce que vivimos en un mundo hiperconectado y cada vez más controlado, pero los jóvenes sienten más que nunca ansiedad y presión social por la constante comparación con otros. Muchos han convertido a la IA en un oráculo, renunciando a aprender a medir consecuencias y riesgos. Además, Fray Nelson observa que, al llegar a la adolescencia, muchos jóvenes rompen la comunicación con todos y se autoaislan, generando un problema adicional de desconexión emocional.
En última instancia, hay que recordar que estos recursos tecnológicos no poseen empatía. “Si te duele, a la IA no le interesa”, señala Fray Nelson. Por eso, el acompañamiento cercano de personas de confianza es fundamental para reconectar con los demás y volver a lo esencial como seres humanos.
Las llamadas granjas de celulares son un ejemplo claro de cómo la tecnología puede simular comportamiento humano de forma masiva. Se trata de operaciones automatizadas que utilizan cientos de dispositivos móviles al mismo tiempo para multiplicar interacciones digitales -como clics, likes o visualizaciones- de manera artificial. Aunque parecen inofensivas, estas prácticas distorsionan la percepción de la realidad digital y contribuyen al consumo masivo de contenido sin reflexión.
Aprendizaje, lenguaje y velocidad
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa que aprende, procesa información y genera contenido, pero no está exenta de límites ni riesgos. Como comenta Fray Nelson, “la IA aprende lo que le damos; si alimentas errores, eso es lo que te devuelve”.
En su aprendizaje automático, la IA se nutre de páginas web, libros y otras fuentes para descubrir patrones y construir algoritmos. También puede aprender a distinguir el significado de palabras según el contexto; por ejemplo, entiende que “cielo” puede referirse tanto al espacio como a un ser querido. Sin embargo, estos criterios son definidos por programadores humanos, lo que convierte a la IA en un mecanismo de influencia sobre lo que consumimos.
Los modelos grandes de lenguaje (LLM) imitan la forma en que hablamos y escribimos, incluyendo modismos, metáforas y matices de expresión. “Los humanos podemos captar ironía; la IA solo repite lo que le enseñamos”, señala, subrayando que este tipo de modelos recicla información sin discernimiento.
Finalmente, la IA destaca por su velocidad de procesamiento: puede analizar enormes cantidades de datos en segundos, identificar patrones complejos y generar predicciones que serían imposibles de hacer manualmente. Esto permite automatizar tareas, ofrecer respuestas inmediatas y transformar la manera en que interactuamos con la información.
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