
Isa Recabarren, la joyera ecuatoriana que desafía las reglas del estilo
La diseñadora de Omjya, revela su mirada sobre el toque diferenciador, la atemporalidad y el poder emocional de una joya.
Hay mujeres que adornan su estilo con joyas, y otras que logran convertirlas en una extensión de sí mismas. Isa Recabarren pertenece a ese grupo selecto: su forma de llevar una pieza hace que el brillo no robe protagonismo, sino que resalte su esencia.
Desde una argolla de oro fundido hasta una tanzanita de tonos violáceos, todo cobra sentido en un equilibrio sutil. “La elegancia no viene la da la joya, sino de quien la lleva. La joya viene a acompañar”, dice Isa.
Su pasión por la joyería, viene de un legado familiar. Su padre, Jorge Luis Recabarren, es joyero en Artex, reconocido por su maestría artesanal, y fue precisamente ese entorno el que despertó en ella una profunda admiración por el oficio. Hoy no solo trabaja ahí, sino que diseña también para su propia marca Omjya.
Su estilo al crear es una combinación entre la tradición y la modernidad: mezcla piedras clásicas con diseños contemporáneos. Sabe cómo equilibrar cada detalle para que el resultado sea sobrio y luminoso a la vez. “Las joyas no son solo una inversión económica, son emocionales. Son la forma más tangible de un sentimiento”, explica mientras acaricia un anillo.
Entre sus piedras favoritas están el diamante, la esmeralda y la tanzanita, pero es el cuarzo rosado el que la define. “Es la piedra del amor propio, de la calma, del equilibrio”, añade.
En un país donde la joyería artesanal aún busca el reconocimiento que merece, Isa representa una nueva generación que quiere visibilizar el proceso y honrar el trabajo de los maestros orfebres. “No es solo una joya linda, sino el resultado de un oficio que implica fuego, precisión y alma”, afirma. En entrevista y producción con SEAMANA, muestra su estilo donde cada pieza cuenta una historia: la suya, la de su familia y la de una tradición que sigue brillando con fuerza ecuatoriana.

Cara a cara
¿Tu vínculo con la joyería viene de familia?
Literal. Mi abuelo fue uno de los pioneros de la producción de joyería industrial en Ecuador. Le vendía a todo el país. Después mi mamá se involucró en ese mundo, y mi papá, que es chileno y arquitecto, se hizo cargo del diseño. Así que tengo herencia creativa por ambos lados.
¿Jugabas en el taller desde pequeña?
Desde que tengo dos años. Y mis referentes desde entonces eran mi mamá y mi abuela. Siempre llevaban piezas maravillosas: aretes, anillos, pulseras. Yo las veía y me fascinaba cómo una joya acompañaba su estilo, cómo no dominaba, sino que realzaba.
¿Hoy para ti, qué representa una joya?
Para mí, una joya es el alma del look. Tiene historia, emoción, memoria. Puede ser algo que te regaló alguien, o una pieza por la que ahorraste tú misma. Siempre hay una historia detrás. Y eso es lo que me inspira: hacer piezas que trasciendan generaciones, con alma.
¿Si tuvieras que elegir una piedra favorita?
Tal vez la aguamarina o la tanzanita. Pero si hablamos de glamour, para la noche no hay nada como los diamantes. También los zafiros o las esmeraldas; son piedras preciosas por excelencia.
Al vestir, ¿eliges primero la joya o la prenda?
Si tengo unos aretes muy específicos o una pieza protagonista, ahí sí elijo la ropa en función de la joya. Todo debe ser armónico; puedes tener unos aretes de 10 o 15 mil dólares, pero si la ropa es demasiado extravagante, nada se ve bien.
¿Cuáles son tus básicos?
Unos aretes tipo botón que puedo usar todo el día, una cadenita con historia y un anillo que amo, de oro con brillantes. A veces una pulsera finita, aunque me las terminan comprando (ríe). Me pasa mucho: voy a un evento y regreso sin nada porque me las compran todas.
¿Eres de las que mezclan sin miedo?
Siempre. Detesto los juegos de collar-anillo-arete idénticos. Por ejemplo, puedes usar un arete botón en una oreja y uno largo en la otra, queda precioso y moderno.
¿Y cómo es trabajar con piedras en Ecuador?
En Ecuador tenemos cuarzos preciosos, rosados y transparentes, que son divinos. Pero lo que más valoro es la mano de obra local: los orfebres ecuatorianos son excelentes, y ese oficio hay que cuidarlo.
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