
Hiperconectados, pero sin vínculos: radiografía de una generación sola
El sentimiento de soledad crece en los jóvenes que ya no saben cómo conectar con otros debido a las redes sociales.
“Salgo a trabajar, hablo con mis compañeros, me conecto a reuniones, mando mensajes todo el día… y aun así, cuando llego a casa, siento que no tengo a nadie con quien realmente hablar. No es que esté sola, es que me siento sola”, confiesa Paola V., una joven profesional de 28 años que vive en Guayaquil. Su testimonio refleja una experiencia cada vez más común: la soledad emocional en medio de la hiperconexión digital.
Una soledad silenciosa que crece
La soledad ya no es exclusiva de las personas mayores. Hoy, miles de jóvenes se enfrentan a una desconexión emocional profunda, pese a estar rodeados de pantallas, notificaciones y redes sociales. El psicólogo clínico Luiggi Sáenz de Viteri confirma esta tendencia: “Sí hay bastantes cifras sobre la percepción del incremento de la soledad. Paradójicamente, todos estamos hiperconectados desde lo digital, pero no de una manera significativa”.
Desde su consulta, Sáenz ha visto cómo esta “nueva soledad” se manifiesta en jóvenes que, pese a su actividad diaria, no encuentran vínculos humanos profundos. “Se ha estado viendo que las personas más jóvenes, sobre todo, tienen menos habilidades o menos oportunidades para interactuar significativamente”, explica. Este déficit de conexiones auténticas actúa como un factor que incide directamente en la salud mental.
Salud mental en jaque: ansiedad, depresión y vacío existencial
La falta de apoyo social no solo afecta el estado de ánimo. Es, según el experto, un predictor clave del bienestar mental. “El tener apoyo social es un factor predictor de buena salud. He visto más casos de personas que se sienten alejadas, distanciadas de sus familias, de sus amigos”, sostiene Sáenz. Y advierte que muchos atribuyen este distanciamiento a factores como el trabajo, la presión económica o incluso la inseguridad que limita la movilidad y los encuentros presenciales.
El fenómeno, más allá de lo individual, apunta a una crisis colectiva. “Bauman ya hablaba de esa sociedad líquida en la que nada es realmente significativo, donde vivimos por el momento y no realizamos conexiones que nos lleven más allá de lo inmediato”, reflexiona Sáenz, citando al sociólogo polaco.
Factores sociales que amplifican el aislamiento
En ciudades como Guayaquil, las condiciones sociales se suman al problema. La inseguridad, por ejemplo, ha provocado que “la gente se desplace un poquito menos”, lo que ha reducido los espacios de socialización espontánea. Además, la economía inestable y las largas jornadas laborales crean un escenario donde la prioridad es sobrevivir, no conectar.
Esta desconexión también se agrava con la cultura del rendimiento y la autoexigencia, muy presente en redes sociales. “Hay una presión constante por mostrar felicidad, éxito, productividad… y cuando no lo sentimos, preferimos aislarnos antes que admitir que estamos mal”, comenta Paola, cuyo testimonio ilustra esta carga emocional.
Reconstruir la conexión humana: un reto urgente
Para Sáenz, la solución no está en demonizar la tecnología, sino en resignificar el uso que hacemos de ella. “Necesitamos generar espacios de encuentro más humanos, reales, incluso en los entornos digitales. Pero, sobre todo, necesitamos reaprender a hablar con el otro sin filtros, sin máscaras”.
La clave está en rescatar la calidad del vínculo. Hacer preguntas profundas, dar tiempo para escuchar, compartir silencios sin incomodidad. Cosas simples, pero poderosas, que pueden marcar la diferencia entre sentirse acompañado o solo.
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