
Azucena Aragón: “De salonera me ha ido mejor”, dice tras 50 años en Rincón de Francia
Rincón de Francia es invariable en su carta y lineamientos, fórmula infalible para la maestra que lidera el icónico lugar
9 de octubre y Vicente Ramón Roca, un vibrante rincón de la Mariscal donde se ubica uno de los más afamados restaurantes de Quito, y el único que ha logrado mantenerse en el reinado de la alta gastronomía ecuatoriana a través de décadas, quizá, por la dicha y el destino de contar con un celoso ángel guardián, ubicado a pocos pasos: Santa Teresita, una iglesia neogótica que canta cada hora sus resonantes campanas hasta la última misa del día.
El Rincón de Francia es parte esencial de la identidad culinaria de Quito, testigo de cientos de pedidas de mano, cumpleaños que se celebran día a día, reuniones de amigos, de políticos, literatos, negocios y mucho más. Al Rincón tampoco le faltan visitas de extranjeros que vienen de todas partes para degustar las delicias que ahí se ofrecen en una carta invariable por más de 48 años y que resulta el deleite de sus fieles comensales, muchos, amigos entrañables de su propietaria, Azucena Aragón, que, elocuente, cuenta orgullosa la historia que precede al clásico restaurante.
Sueño cumplido
“El abuelo de mi papá dicen que era español, pero yo nací aquí igual que mis hermanos, aunque soy francesa por haberme casado con Gilles”, afirma Azucena, sobria, sencilla, y buena conversadora. Es contadora de profesión, pero “de salonera me ha ido mejor. Y no me he sentido de menos nunca”.
Recién cumplidos los 81 años -que no lo parece-, recuerda aquellos tiempos al conocer a Gilles Blain cuando trabajaba ella en el Chalet Swiss. Él estaba a cargo de la cocina del Hotel Quito -hace más de 50 años- y se hicieron pareja hasta que fue enviado a Jordania al Intercontinental. Pero la vida los reunió de nuevo al ser contratado por el Hotel Colón y fue entonces que se casaron.
Sin dar más detalles, cuenta que tuvieron un solo hijo en 1977, mismo año en que abrieron el Rincón de Francia, al que educaron con esmero para que pudiese dirigir con presteza los negocios familiares. Y así resultó, Gilles Blain hijo gerencia el hotel Ambassador -fundado por su padre-, mientras apoya a Azucena en el Rincón.
El chef se enamoró de la casa antigua, propiedad del doctor Miguel Ángel Iturralde, presidente de la Cruz Roja, que estaba semi derruida. La compraron y al habilitar la cocina inauguraron el lugar de inmediato. Recibían a embajadores y gente importante y Gilles advertía: “Este rato no es bonito, pero comerán muy bien”.
Y no mentía: “Su cocina era un laboratorio, todo perfecto para Gilles”, recuerda Azucena. Avanzaron poco a poco con la remodelación de la casa y, cual sorpresa, al año contaban con una profusa clientela y el panorama era alentador: “A Dios gracias nunca tuvimos que hacer publicidad, todo se pasaba de boca en boca. Más bien ahora lo estamos haciendo porque hay harta competencia, más de 2 mil restaurantes”, confiesa.
Pasó el tiempo y ambos tomaron diferentes caminos. Blain -quien falleció a los 73 años de cáncer-, se dedicó de lleno a su hotel Ambassador, mientras Azucena al Rincón: “Me separé de Gilles hace más de 30 años y todos pensaban que no podría sola, pero me propuse hacer lo imposible y creo que lo logré”. Hasta hoy, es ella quien hace la compra diaria escogiendo ‘lo mejor de lo mejor’ como se lo enseñó Gilles, ‘aunque cueste más’: “El secreto es ese, la calidad, la constancia y estar chequeando todo”.
Cerca de Azucena, discreto, está su hermano, Mario Aragón, observando que las fotos salgan bien y que dentro de la cocina todo esté en marcha. Desde el día uno se formó con Blain, se fue a varios cursos en España y Francia, y tomó la posta como chef del Rincón al quedar Azucena al mando. Mario es de perfil bajo, lo corroboro durante la entrevista, pues me hubiese gustado platicar más tiempo con él, pero rápidamente se escabulle dentro de sus dominios. Ahora, semi jubilado, aunque está pendiente de todo en el Rincón, también se da espacio para el descanso y el disfrute junto a su esposa.
Las estrellas
Sopa de cebollas, pangora, patè de fois gras, lechón, corvina en almendras, los sesos o los escargots -para los más avezados-, y el infaltable ceviche, son algunas de las estrellas de esta carta invariable, así como lo demás que compone el lugar. Hasta unos cuadros que lo decoran -del artista Guarderas- permanecen impasibles al paso del tiempo. ¿Habrá renovaciones? Pregunto. Azucena dice que la esencia seguirá exactamente igual, porque así los clientes lo piden.
Alguna vez, cuenta, pretendió cambiar la puerta de entrada, una copia de la antigua, pero los clientes no se lo permitieron. Por obviedad, hay cambios de tapicería y demás que se dan periódicamente, pero la vajilla la deciden sus clientes, cuenta: “Viene gente del más alto nivel, sin nombres porque no quiero dejar a nadie fuera, y todo mundo tiene su mesa de la suerte. Aquí estuvo Neil Armstrong, el de la luna, todo tipo de artistas de afuera y presidentes de otros países”.
Su adoración
Insiste en ofrecernos algo rico de su carta -incluida Karina Defas, la fotógrafa-, y llama a uno de sus meseros: “Venga hijito, ¡hijooooooo! Diga que preparen dos ceviches rapidito”. (Así llama a todo su equipo, como hijos). Le pido que nos acompañe, pero confiesa que últimamente almuerza lo que se prepara para todo el personal del restaurante que son 16 en total.
A diferencia del constante trajín que se da en el Rincón, su vida, fuera de él, transcurre con tranquilidad, sin sobresalto alguno. ¿No quiso rehacer su vida? le pregunto: “No hijita, ¿para qué? Yo vivo feliz, sin complicarme la vida”, dice. Acaba de operarse de glaucoma en España en una cirugía que tuvo complicaciones, por lo que tuvo que alargar su estadía a un mes y medio: “Soy casi ciega, siempre he tenido problemas de la vista… Con este ojo -el derecho-, no veo nada y en el otro tengo 30 por ciento de visión… Estaré de viaje para un chequeo de mi vista y mi hijo me acompaña porque no puedo andar sola”, dice.
A su lado, su nieto Nicolás, de 18 años, es el amor de su vida, dice: “Adora el Rincón, es educadísimo, muy culto, se está graduando del Americano. Bonito mío, no es como los demás muchachos, es amigo de todos mis clientes también”.
En el futuro
A año y medio de cumplir 50 años de apertura, ha sido parte de la ansiada lista de los ‘50 Best Discovery’, reconocimiento que no ha sido gratuito, en lo absoluto: “La fidelidad de los amigos que son mis consentidos, es lo más bonito que tengo. Hay hasta cuarta generación que viene al Rincón”.
De repente, Azucena nota que un grupo de meseros infla y cuelga globos rojos en el salón principal, y pregunta ¿De quién es el cumpleaños? De fulano de tal responden. “Entonces hijitos ¡pongan más globos!”, finaliza.
¿Cuál es su plan de vida de ahora en adelante? Pregunto. Y, fuerte, decidida, contundente responde: “Espero que mi hijo y nieto sigan con esto, Dios me ha bendecido con este restaurante, ¡me río, converso, paso divino! Que Dios me dé vida y salud para seguir aquí, aún viejita, en silla de ruedas y tortosita. Todo mundo dice que voy a morir aquí, que ha sido mi vida”.
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