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Como parte de su labor en Simiatug, Elizabeth Peña visitaba las escuelas de la parroquia y sus comunidades aledañas.Cortesía

La vida a 3.200 metros de altura, 'otro mundo' a seis horas de Guayaquil

Pese a su cercanía, las comunidades que habitan el páramo son poco conocidas en esta ciudad. Una guayaquileña relata su experiencia en Simiatug.

Cuando la guayaquileña Elizabeth Peña llegó por primera vez a la parroquia Simiatug, situada en el norte de la provincia de Bolívar, en pleno páramo andino, percibió que era diferente a las otras zonas de la Sierra donde había estado antes. No ‘le cogió la altura’, pero sentía que se ahogaba y se congelaba.

Cursaba una maestría en Comunicación en 2017 y eligió ese lugar para un proyecto de radio comunitaria, justamente porque no lo conocía. El día en que llegó, en la radio que la acogió, Runacunapac Yachana, le recomendaron que no hiciera nada más y se fuera a descansar para darle tiempo a su organismo a adaptarse. 

La otra indicación fue que no bebiera agua de la localidad hasta dos o tres días después, porque podía resultarle muy pesada. La mayor parte de la población obtiene el agua de pozos o de las vertientes. “Por precaución me pasé todo el mes tomando agua embotellada”, recuerda.

Simiatug no queda tan lejos de Guayaquil. Cuatro horas en bus hasta Guaranda y luego 55 kilómetros por una vía lastrada: casi seis horas en total. La diferencia es que está a 3.200 metros de altitud. Como referencia, Cuenca está a 2.500 metros; y Quito, a 2.800.

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Una vista de Simiatug desde el sitio de alojamiento permite apreciar la altitud de la zona y las montañas circundantes.Cortesía

Es una parroquia de Guaranda que tiene 40 comunidades que agrupan a unos 11.000 habitantes, el 95 % indígena. La labor de ella consistía en promover la radio comunitaria a través de programas y de visitas a los estudiantes de las escuelas de los alrededores, esto es, de zonas aún más altas.

Para ello tuvo una doble dificultad: el transporte entre comunidades es escasa y la gente que las habita es poco abierta a socializar con extraños. Incluso los niños. La mayoría de veces le tocó cubrir a pie las distancias e ir acompañada de alguien conocido por los lugareños. También aprovechaba la radio para avisar a los recintos de sus visitas. “Siempre lo más fuerte era el frío”, recuerda. Incluso en los días en que salía el sol y la temperatura subía hasta los 10 o 12 grados.

Pese a lo distantes de la parroquia, en las escuelas había unos 15 o 20 alumnos por aula. Algunas daban clases en quichua y español y sus profesores también eran indígenas. Al final, tras varias visitas, logró ganarse la confianza de los menores y hacerlos participar en el proyecto de radio.

Lo más difícil de su estadía fueron las noches, cuando la temperatura bajaba a 2 grados. Algo inimaginable para los guayaquileños que ‘se mueren de frío’ con solo 22 grados.

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Las asambleas comunitarias tienen una asistencia masiva de la población local.Cortesía

A ello agrega que a las 18:00 el pueblo quedaba desierto. Y que, al menos hasta esa época, no había Internet más que en la radio, la iglesia y el cabildo. Ni siquiera en el hotel donde se alojó, que tampoco tenía televisión. “Durante mi estadía allá nunca pude ver un noticiero o programa. Y una vez que salía de la radio y me iba al hotel, prácticamente quedaba incomunicada con Guayaquil: de mis amigos y familiares”, dice.

En el día había actividad, sobre todo los miércoles de ferias, cuando la gente llevaba a las calles los productos que cultivaba o los animales que criaba, que son las dos principales actividades económicas. O también cuando había alguna asamblea comunitaria y asistía toda la población. Eso la sorprendía, pues en Guayaquil la gente no acude ni a las reuniones de su barrio, contrasta.

Pasaba allá de lunes a viernes y retornaba a Guayaquil los fines de semana. Aunque estuvo solo un mes, pudo conocer algo de la forma de vida y las carencias de la población.

Al términar su proyecto, sus colegas le dijeron que era una de las personas de Guayaquil que más tiempo había permanecido en Simiatug, pero que nadie de esta ciudad se ha quedado a residir allá. “Entendí la razón. Para un guayaquileño es otro mundo”, dice.

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Ceremonia estudiantil por el Día de la Bandera en la plaza principal de la parroquia.Cortesía