El Orador que Daniel Noboa tenía escondido| Por Roberto Aguilar
El tímido y apocado personaje que asumió la presidencia hace un año y medio se ha superado y apunta a convertirse en un líder
Entre el Daniel Noboa del 23 de noviembre de 2023 y el Daniel Noboa del 24 de mayo de 2025 media un abismo. Basta con comparar los discursos que pronunció en una y otra ceremonia de investidura presidencial para advertir su crecimiento.
Si el Noboa de hace año y medio pretendía convencernos de que la falta de elocuencia es una virtud, nomás con el pretexto de ser joven, el actual demostró que no sólo es capaz de armar un discurso sólido sino de despacharlo con convicción y de manera profundamente emocional. Si en su primera investidura habló ocho minutos que pudieron reducirse a cuatro (así de reiterativo y huérfano de ideas era su discurso), en esta ocasión fueron algo más de 20 minutos sin desperdicio.
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Si en ese entonces sus palabras parecían haber sido preparadas para el día de la proclamación de resultados, cuando eligió guardarse en su casa de Olón y no dar la cara, hoy supo plantear un mensaje oportuno y pertinente para el momento que vive el país. El tímido y apocado personaje que ganó casi que por accidente las elecciones anticipadas de 2023, se ha superado a sí mismo y apunta a convertirse en un líder político. Por lo pronto, ya es lo que nadie esperaba de él: un orador.
El aprendizaje político de Daniel Noboa
No sólo es una maduración emocional sino un aprendizaje político. En 2023 había llegado a la ceremonia de su investidura con el candoroso mensaje de que “el anti tiene un techo pero el pro es infinito”: fase avanzada de la pérdida de sustantividad del discurso político y señal de su disposición para pactar con quien se le pusiera por delante con tal de procurarse un margen de maniobra, como en efecto hizo cuando se repartió la Asamblea con el correísmo. Ahora, en cambio, asume por segunda vez el mando con plena conciencia de quiénes son sus adversarios. Cierto es que su discurso no fue, en absoluto, beligerante u hostil. Pero sí hubo claras alusiones al correísmo que hace año y medio no se habría permitido.
Así, por ejemplo, cuando habló de “la patria que fue saqueada”, de ese “gobierno que persiguió a las personas” y de cómo fue derrotado “con contundencia”. “Lo que hemos hecho y lo que está por venir -dijo- nos pertenece a todos”.
Una ceremonia con detalles significativos
La ceremonia en la sede de la Asamblea Nacional estuvo plagada de detalles significativos desde el minuto uno: que el ministro de Defensa, Gian Carlo Lofredo, llegara en compañía del alto mando militar y recibiera saludos protocolarios de parte del presidente de la Asamblea, Niels Olsen; que la vicepresidenta electa, María José Pinto, fuera recibida con ovación cerrada por parte de los asistentes, que se pusieron de pie ni bien apareció; que el himno de Quito no lo supiera cantar nadie, pero que Niels Olsen tuviera el detalle de aprendérselo; que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, ingresara en el hemiciclo legislativo con sólo 13 minutos de retraso (probablemente su récord personal de puntualidad) y no tuviera a nadie que lo aclamara; que se sentara junto a su homóloga peruana, Dina Boluarte, y no pudiera evitar que se le notara la incomodidad hasta en el mínimo gesto… A la salida, ante una pregunta planteada a quemarropa, Petro perpetraría la barbaridad diplomática de calificar a Jorge Glas como “preso político”, así de perdido estaba con respecto al significado de su presencia y a la legitimación que estaba otorgando con ella a la presidencia de Noboa, cuyo triunfo le parecía dudoso no hace un mes.
Luego habló Niels Olsen. Alabó sin pudor ni restricciones a Daniel Noboa (habló de su “serenidad”, de su “visión clara”, de su “liderazgo firme” y dejó claro que su fidelidad para con él es, como el propio presidente diría después en su discurso, “ciega”. O sea: es fiel sin verlo. Y anunció el nuevo papel que tendrá la Asamblea bajo su presidencia: trabajar con (¿para?) el Ejecutivo. “Compartir responsabilidades”. “El Ecuador necesita que todas sus funciones caminen del mismo lado”, dijo: “Si el presidente gobierna con visión (cosa que él da por descontado), esta Asamblea debe responder con acción”.
En un país donde el correísmo ha dominado el Legislativo desde hace 17 años y no ha hecho otra cosa que conspirar y planear golpes de Estado durante los últimos 7, en los que no ha gobernado, la declaración de Niels Olsen marca un cambio radical de escenario político. Más adelante, con Noboa y María José Pinto ya investidos como presidente y vicepresidenta, la imagen de ellos y Niel Olsen levantando las manos entrelazadas como gesto victoria se constituiría en testimonio verdadero de una nueva época.
Pero lo más destacado de la ceremonia fue, sin duda, el discurso de Noboa. El presidente lo leyó con una soltura y un aplomo poco frecuentes en él. Evadió todos los aspectos políticos de su gobierno que pudieran ser cuestionables o debatibles (las ineficiencias administrativas; el fracaso de su supuesto Plan Fénix, que ni siquiera nombró; las veleidades autoritarias de su proyecto de ley urgente…) para centrarse en los consensos, en los sueños, en los proyectos de futuro.
Resumió los logros de su primer año y medio de su gobierno con pocas frases contundentes: “Rescatamos al Ecuador del abismo económico y la catástrofe financiera que nos dejaron”, lo cual no deja de ser una manera pomposa de decirlo pero tiene mucho de verdad. Y tuvo la habilidad de esbozar una serie de planes y proyectos (el quinto puente para Guayaquil, la ampliación a cuatro carriles de la carretera E25, la construcción de 200 mil soluciones habitacionales, la torre oncológica del hospital Eugenio Espejo de Quito, la construcción del Museo Nacional…) sin que parecieran promesas demagógicas sino expresiones de un país soñado.
Noboa, orador recién descubierto, impuso a sus palabras un ritmo emocional de efectos enormemente motivadores, incluso conmovedores, a ratos. Tuvo el buen gusto de dejar de lado los eslóganes vacíos y habló (de ahí la enorme diferencia con su discurso de investidura de hace un año y medio) de principios democráticos y valores sustantivos: el coraje, la unidad, la determinación contra las mafias, la visión de un país donde el Estado “no sea una carga para la sociedad”, donde las empresas públicas sean por fin eso: empresas.
Citó a Goethe en alemán perfecto (acaso un desplante inesperado para ‘because-is-nice’) y trajo a colación una de las meditaciones de Marco Aurelio, un clásico de la educación de las élites del occidente desarrollado. En fin: estuvo irreconocible.
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