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Mi delirio sobre el Esequibo, un análisis del mundo por Fernando Insúa.EFE

Mi delirio sobre el Esequibo

¿Por qué este súbito interés por un territorio que Chávez, en su momento, llegó a reconocer como zona en disputa?

En la historia de las dictaduras que huelen su final, hay un patrón recurrente: inventar guerras. Cuando las urnas se vuelven inservibles como instrumento de legitimidad, cuando la economía colapsa, entonces se recurre a la pólvora verbal. Nicolás Maduro ha decidido revivir el diferendo del Esequibo —una región rica en petróleo, bajo administración de Guyana desde hace más de un siglo— como tabla de salvación política. ¿Qué mejor que ondear la bandera y soñar con territorios ajenos cuando ya no se puede gobernar ni el propio?

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El régimen chavista, desgastado y torpe, organizó en diciembre de 2023 un referéndum sobre el Esequibo sin ningún aval internacional ni reconocimiento legal. Las preguntas eran más propias de una consulta escolar mal redactada que de un acto de soberanía: desde declarar que el Esequibo es venezolano hasta exigir la creación de un nuevo estado con gobernación incluida, en un territorio que ni siquiera controlan. El resultado —un previsible “sí” abrumador— fue celebrado con euforia fingida en Caracas y absoluto desdén por la comunidad internacional. Ni los socios más cercanos de Maduro se atrevieron a respaldar el disparate.

El delirio escala

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Pero ahora, en mayo de 2025, el delirio escala. Según el vicepresidente guyanés Bharrat Jagdeo, las maniobras militares venezolanas cerca de la frontera, sumadas a nuevas amenazas verbales de “no soltar el Esequibo hasta lograr la victoria”, han encendido todas las alarmas. Guyana ha reforzado su alianza con Estados Unidos y el Reino Unido, y ha pedido mayor presencia de socios regionales ante el temor de que Venezuela cruce la línea de la retórica a la agresión. La tensión aumentó tras informes de movilización de tropas hacia el oriente venezolano y sobrevuelos no autorizados en el espacio aéreo limítrofe, hechos que Georgetown calificó como una “provocación calculada”.

¿Por qué este súbito interés por un territorio que Chávez, en su momento, llegó a reconocer como zona en disputa y propuso tratar con diálogo bilateral? La respuesta es sencilla: petróleo. Desde que ExxonMobil descubrió inmensas reservas frente a la costa guyanesa —más de 11 mil millones de barriles, según estimaciones recientes—, el Esequibo pasó de ser un diferendo congelado a una obsesión nacionalista. Maduro, sin capacidad técnica para explotar su propio petróleo, quiere meter mano donde puede. El Esequibo es hoy la joya de la corona que nunca tuvieron, y la usan como emblema de una patria que dejaron hecha trizas.

Más allá del oro negro, hay un cálculo político desesperado. En un país donde las elecciones son caricaturas, el salario mínimo no compra ni una barra de pan y el éxodo supera los 8 millones de personas, el Esequibo es la última cortina de humo. Si la revolución no puede alimentar, al menos puede gritar. Si no puede gobernar, al menos puede marchar hacia una guerra imposible. Y en esa fantasía, cualquier crítica es traición a la patria; cualquier objeción, una conspiración guyanesa.

Lo cierto es que el reclamo venezolano —aunque tiene antecedentes históricos que se remontan al laudo arbitral de París de 1899 y a su impugnación en 1962— está hoy en manos de la Corte Internacional de Justicia. Guyana ha aceptado el arbitraje internacional. Venezuela, en cambio, insiste en actuar como si el derecho internacional fuera optativo. Como si la fuerza bastara para borrar mapas y reescribir tratados.

Lo más peligroso no es la locura de Maduro. Lo verdaderamente alarmante es que, en su decadencia, arrastre a la región a una crisis mayor. Ecuador, Colombia, Brasil y el Caribe tienen mucho que perder si un conflicto fronterizo escala. La frontera oriental de Sudamérica podría convertirse en un nuevo polvorín, no por razones geopolíticas legítimas, sino por el capricho de una dictadura en descomposición.

Hoy Guyana, un país pequeño pero firme, resiste las amenazas con diplomacia y alianzas estratégicas. No se puede comparar su sistema de gobierno con la cleptocracia madurista. Mientras tanto, Maduro —entre referendos inventados, mapas delirantes y arengas de cartón— intenta mantener vivo un mito que no tiene cómo sostener. La historia juzgará si fue una bravata más del chavismo o el inicio de un conflicto que nadie quiere… excepto él.

Porque cuando ya no se gobierna, cuando ya no se gana ni con fraude, siempre queda la guerra.

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