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Los jóvenes unidos contra la Pobreza

En la fundación El Hormiguero, las familias que reciclan plásticos son ayudadas con alimentos y con un proyecto de vida

Quito- donaciones- hambre
Intercambio. Alegría Parreño, Paula Herrera y Diego Yépez entregan una bolsa con alimentos a una beneficiaria de la fundación El Hormiguero.Ángelo Chamba/EXPRESO

A sus 59 años, Lorenzo Pineda tiene una meta en la vida: salir de la pobreza. Su estrategia es poner un negocio familiar y dejar de minar en la basura.

No tiene miedo al futuro. Al contrario, se emociona cuando piensa que su nieta Rosita será la primera en la familia en estudiar la universidad o cuando avizora una vejez digna para su esposa, sus tres hijas y él.

Para Lorenzo, quien desde la niñez ha trabajado como peón en la construcción y como reciclador, el anhelo de un mejor futuro se debe a un cambio de mentalidad. Algo que aprendió de adulto en El Hormiguero.

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Desde hace dos años, él es uno de los casi 100 beneficiarios de esta fundación, que se enfoca en las familias que se dedican al reciclaje. A estas les propone intercambiar botellas plásticas por víveres.

“Primero buscamos saciar el hambre, porque sabemos que para tomar buenas decisiones se necesita estar bien alimentado”, dice José Erazo, fundador y director de El Hormiguero.

La iniciativa comienza con el trueque. “Aquí les enseñamos la cultura del esfuerzo; deben estar claros de que sus vidas no cambiarán de la noche a la mañana”, agrega Erazo.

El segundo paso es la atención en salud, tanto física, psicológica y espiritual, ya que este es un proyecto cristiano. A este sitio han llegado personas que lidian con adicciones al alcohol, otras han vivido en entornos de violencia o han visto en la mendicidad una forma de vida.

En todos estos aspectos trabajan los psicólogos que colaboran con El Hormiguero.

El tercer paso es la educación. Los beneficiarios reciben ayuda para terminar sus estudios, que en el caso de los adultos son la mayoría. En la fundación, la educación es importante, pues es la forma para mejorar las oportunidades laborales.

La fase final es el diseño e implementación de un proyecto de vida, que puede ser obtener un trabajo formal o comenzar un negocio propio.

El proceso dura al menos dos años, pero depende de las familias y su nivel de compromiso. “Si alguien, al final nos dice que quiere ponerse una frutería, nosotros les ayudamos a comenzar”, dice el director.

El Hormiguero se sostiene gracias a donaciones locales y a voluntarios estadounidenses, quienes con su dinero ayudan a cumplir el proyecto de vida.

Así, después de todo este proceso, la graduación de las familias es haber roto el círculo de la pobreza. “Si yo nací pobre, ni mis hijos ni mis nietos tienen que morir pobres”, reflexiona Lorenzo, quien ahora también conoce la importancia de la alimentación balanceada.

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En el primer nivel, las familias aprenden a comer de forma saludable. Cada semana reciben una canasta compuesta por proteínas como puede ser atún o huevos; carbohidratos como arroz; también reciben un “superalimento” como la quinua, un sustituto de calcio como el fréjol negro y otros productos.

El menú es elaborado por una nutricionista. Ella y todos los que trabajan en El Hormiguero son voluntarios y la mayoría son adolescentes. Unos pertenecen a la iglesia evangélica Alianza La Luz, otros son parte de una escuela de fútbol.

Los adolescentes se encargan de armar las canastas. Como una cadena de producción, unos colocan el arroz en fundas, otros pesan el producto y otros sellan las fundas.

Alegría Parreño, Diego Yépez y Paula Herrera son los más comprometidos. Cuando se inició la pandemia, en marzo de 2020, no dejaron de armar las canastas y hasta ayudaron en las entregas a domicilio.

“Claro que tenía miedo del virus, pero también pensaba que hay familias para las que esta canasta representa no irse a la cama con hambre y saber que nos importan”, dice Paula. En ese tiempo, ellos llegaron a alimentar hasta 300 personas.

María Zoila Gualato, otra beneficiaria, recuerda que durante cuatro meses no salió a recoger los plásticos por temor al coronavirus y que aun así tuvo cada semana comida. “Yo veo que ellos están comprometidos con nosotros; no vamos a defraudarles”, dice. Ella ya está desarrollando un plan de vida.

Rosita, la nieta de Lorenzo, también tiene una meta: ser parvularia. El camino es largo porque tiene 13 años, pero desde que asiste a la fundación sus calificaciones han mejorado. “Antes no me interesaba estudiar, pero ahora ya me parece importante para salir adelante”.

Para los menores, desde septiembre se implementará un espacio para que hagan sus tareas en las instalaciones de la fundación. Podrán recibir clases de nivelación de inglés, matemática y otras materias. Contarán con internet y una impresora.

La Covid-19 afecta más a las familias pobres

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Con la llegada de la COVID-19, la tasa de pobreza en América Latina se ha incrementado. Los países más golpeados son Venezuela, Argentina, Perú, Brasil, México y Ecuador. 

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), hasta diciembre de 2020, 25 de cada 100 ecuatorianos se encontraban en situación de pobreza extrema, pues vivían con menos de $ 2,80 diarios. Para junio de este año, la tasa del 32 % de la población. 

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe señala que la pobreza tiene un efecto en la sociedad, ya que acrecienta las tensiones sociales. Además, “pone al desnudo las desigualdades estructurales que caracterizan las sociedades latinoamericanas y los altos niveles de informalidad y desprotección social”. 

En las familias pobres también se han dado las tasas más altas de deserción escolar, ya que los menores no tienen acceso a internet ni equipos para la teleeducación.