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Diego Chamorro nació en 1984. Es magíster en Estudios literarios por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es editor general del Centro de publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana,Cortesía

Ensayos para redescubrir el ‘Mundo Borges’

Diego Chamorro publica ‘¡Los héroes odian las palabras!’, en la que busca la sabiduría de sus lecturas sin supersticiones

Cuando volvió de hacer sus estudios literarios en Argentina, Diego Chamorro (Quito, 1984) tenía claro que iba a fundar una escuela popular de filosofía en Ecuador. Eligió un nombre cortazariano y ahora la Escuela de pensamiento crítico ‘Las Babas del diablo’ sirve igual para filosofar a martillazos como propuso Friedrich Nietzsche, introducir a interesados en el pensamiento de Enrique Dussel, Mark Fisher o a la escritura de ensayos.

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Diego también es el editor general de la Casa de la Cultura y cofundador -junto con Pamela Ríos- de la librería independiente Cosmonauta, que funciona en la sede Bellavista de la Casa Carrión. Pero los ‘martillazos’ suele llevarlos a sitios como el Centro Cultural Marcopamba o a la cervecería artesanal Django.

Este año publicó el libro ‘¡Los héroes odian las palabras!’ (La Caracola editores) en el cual retoma su “relación afectiva” con lo que ha llamado “Mundo Borges”, con sus textos, en realidad. Recuerda que el autor argentino murió sin terminar los prólogos de la ‘Biblioteca personal’; también había escrito en revistas como Sur y Hogar.

Diego Chamorro
Los héroes odian las palabras, el ensayo de Diego Chamorro.Cortesía

“Dirigió el Semanario Multicolor de los sábados, del diario Crónica que es como Extra”, describe Diego. Ahí salió ‘Historia universal de la infamia’, “biografías de gánsters de Nueva York y la gente no sabía cómo reaccionar ante ello. En Hogar, que leían mujeres que estaban en trabajo doméstico, escribió ejercicios de reseñas, crítica literaria, reseñas del ‘Ulises’ (1920), de James Joyce, porque la escritura para Borges era un laburo y un placer”.

La condición presuntamente aristocrática, adinerada de Borges es parte del mito que aclara Diego con una constatación: “era de una familia de plata, venida a menos y por eso cenaba todos los días en la casa de (Adolfo) Bioy Casares; jamás subestimó a lectores o a medios y es interesante que no hubo manos de editores que lo censuraran en su tiempo”.

Los gauchos de Borges no son heroicos ni tampoco superhombres; denuncian su humanidad, sienten y duelen como cualquier ser humano.

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Como Jorge Luis Borges “diría que la literatura es una forma de alegría”, Diego Chamorro desanda su tiempo en busca de su sabiduría, y lo hace con las reglas de su juego; es decir, en el “ ‘divino desorden’ que siempre implica empezar la lectura de uno de sus textos”.

El ensayista destaca que el autor de ‘El Aleph’ siempre fue un crítico: “no resto que la literatura de Borges esté cargada de cierta erudición (...) El que me interesa es el Borges pasional, el que se equivoca y rectifica, el que es modesto pero también consciente de su vida; es decir, de su literatura. Pero también el Borges que es molesto porque es humano”.

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Con esas apreciaciones, Diego rompe otro mito, el que lo “juzga por tener pocas experiencias de vida”. Y lo rompe con la pregunta “¿cuántas o qué tipos de experiencias de vida se le exigen a un escritor?” En especial a uno que se dedicó enteramente a la literatura al punto de que esta constituyó su visión, su salud antes de que perdiera la salud y la visión física.

Diego Chamorro es también investigador de la UASB y gestor del Observatorio de Crítica literaria ecuatoriana.

También se pregunta ¿por qué (Juan) Montalvo y Borges caen en la influencia del ‘Quijote’? a propósito de ‘Capítulos que se le olvidaron a Cervantes’ (1895) y ‘Pierre Menard, autor del Quijote’ (1939). La respuesta, claro, es una especulación literaria armada con pericia y que termina caracterizando los intereses que configuraron el resto de las obras de los autores citados.

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En el libro también se ensaya una mirada sobre otros juguetes: las novelas ‘Sanguínea’, de Gabriela Ponce y ‘El Lobo’, de Sandra Araya; y otras lecturas de la casa-barrio La Ofelia o de Buenos Aires, en ‘El exilio elegido’.

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