Carachula
Carachula. Se la conoce como la ciudad de piedra. Hay quienes creen que es uno de los continentes perdidosCARLOS KLINGER

Azuay: Más allá del paisaje

La provincia convoca a un viaje donde el turismo se funde con la memoria ancestral, gastronomía, aventura y leyendas

Hacer turismo en la provincia del Azuay es cruzar un umbral invisible hacia un territorio donde el paisaje no se limita a ser observado, sino que se habita. Las montañas guardan en sus pliegues vestigios arqueológicos milenarios; atravesados por relatos que transitan de lo ominoso a lo fantástico; y los caminos parecen llevar al viajero a un tiempo suspendido, donde la historia roza, por instantes, la ciencia ficción.

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El recorrido se vive como una película en movimiento: cada parada revela un asombro distinto y nada queda fuera del guión, ni las leyendas que aún se susurran al caer la tarde, ni la memoria ancestral que brota de la tierra, ni la gastronomía que corona la experiencia con sabores intensos, capaces de convertir cada trayecto en un paseo extraordinario.

La Prefectura ha trazado cinco rutas para guiar este viaje, y la primera de ellas -la Milenaria- comienza como toda buena travesía: con una bendición para el paladar. En el restaurante Warmi Kuna, el recibimiento llega en forma de un agua de pitimás, una infusión. Su receta, heredada de los monasterios del Carmen de la Asunción y de Las Conceptas, reúne hierbas medicinales -valeriana, hierba luisa, cedrón- y pétalos de rosas y claveles. Se dice que su poder no reside solo en el sabor sereno que abriga el alma, sino en el misterio de su preparación: el agua reposa al sereno y, según la creencia popular, se elabora con agua bendita. Su color, atrapado en la gama profunda de los rojos, enamora antes incluso del primer sorbo.

Luego Cuenca se deja saborear con su horneado de cerdo acompañado de un mote singular, mantiene su cáscara. “La fibra actúa como prebiótico, beneficiando la flora intestinal y el sistema inmune”, explica a Diario EXPRESO Catalina Abad, dueña de Warmi Kuna.

turismo
Turismo de aventura en la provincia de Azuay.CARLOS KLINGER

La experiencia cruza por visitar el Museo Interactivo de la Pirotecnia Artesanal, donde no solo se aprende cómo se hace con caña y papel una vaca loca, sino que hasta se baila el curiquingue -ave mítica andina-, mientras la pólvora y los colores del humo pintan un ambiente festivo.

Llevando en los poros el ritmo del rondador, pingullo y bombo que le dan vida al sanjuanito se va a un encuentro con la historia en El Pailón es la cita para ver la Cueva Negra de Chobshi que fue refugio paleoindio de hace 10.000 años y la fortaleza de Duma que es una estructura cañari posterior (500 - 1500 d.C) que sirvió para defenderse de los Incas.

Se cree que el cacique Duma escondió tesoros en la cueva. Ambos sitios se encuentra en la ruta Qhapaq Ñan, la red vial que en esta parte fue construida por los cañari, pero luego fue absorbido por el imperio inca.

Azuay
Paisaje. El verdor, las montañas y agua acarician a los sentidos.CARLOS KLINGER

La aventura se adentra ahora en la ruta Navegando en los Andes, se puede hacer paseo en bote y kayaks en el embalse de Mazar y hasta recorrer la montaña en cuadrones. En chiva se recorre la Hidroeléctrica Mazar y la cascada Chorro Blanco.

Otra ruta es la del Cacao, aquí se visita una empresa y la Casa de Experiencias Pepa de Oro.

Luego la experiencia del viaje atrapa todos los sentidos con el olor de la hierba fresca donde pasean las cabras en la finca la Caprina, esta es la ruta Oña - Nabón. Tras disfrutar del queso fresco, yogur y kéfir de cabra se puede viajar a las cascadas El Rodeo. Allí la caminata y el agua helada parece rejuvenecer a quien vive la experiencia.

Cabra
Campo. En la finca Caprina se puede interactuar con las cabras y saborear queso fresco de leche de cabra.CARLOS KLINGER

Carachula, la ciudad de piedra

La noche cae en Carachula como un telón de cine antiguo. El viento afila las sombras y las piedras, inmóviles durante siglos, parecen contener la respiración. Aquí, en lo alto del Azuay, la realidad no es una línea recta: es un pliegue. Un lugar donde lo ominoso se filtra en el paisaje, lo fantástico se hereda de los abuelos y la ciencia ficción asoma sin pedir permiso, como si el tiempo hubiera aprendido a fallar.

Dicen -y lo dicen en voz baja- que Carachula no es solo un conjunto de rocas, sino una ciudad encantada. Un antiguo imperio petrificado, una de las urbes perdidas del Tahuantinsuyo. Los abuelos contaban que fue próspera, rica, viva… hasta que algo ocurrió. Un suceso tan grande que la ciudad entera se volvió piedra, como si la tierra hubiera decidido proteger su memoria endureciéndola.

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La leyenda marca una hora exacta: la medianoche del viernes de Semana Santa. Cuando el gallo canta y las campanas repican sin que nadie las toque, una puerta se abre en uno de los muros de monolitos. No para cualquiera. Solo para quien esté preparado. Físicamente. Espiritualmente. Interiormente. Porque lo que espera adentro no es un tesoro: es una prueba.

Quien logra entrar se encuentra primero con un mercado imposible: frutas, verduras, objetos cotidianos… todo de oro. El brillo es hipnótico. Esa es la primera trampa: lo material. El ambicioso se queda ahí, atrapado por el peso de su deseo. Basta tomar un fruto para que las puertas empiecen a cerrarse. Algunos, dicen, no logran salir. Se quedan encantados. Se vuelven piedra. Parte de la ciudad.

Si el viajero supera esa prueba, avanza hacia la segunda: los deseos carnales. Apariciones perfectas, cuerpos soñados, todo aquello que la mente guarda en silencio. Resistir es avanzar. Ceder es perderse.

La última prueba es el coraje. Demonios, miedos primitivos, aquello que hace temblar incluso al que cree no temer a nada. Y solo quien atraviesa ese umbral llega al templo final: un círculo de fuego, un cáliz invertido en el centro. Colocarlo en su posición correcta rompería el encantamiento y devolvería a Carachula su forma original, como ciudad viva del antiguo imperio.

Nadie lo ha logrado. O nadie ha vuelto para contarlo.

Carachula
Turistas. Deleitados toman foto a la montaña con cara de un puma o león, cada quien da su propia interpretación.CARLOS KLINGER

Carachula no se limita a la leyenda. Es un territorio cargado de energía. Los tres mundos andinos -Hanan Pacha (mundo superior), Kay Pacha (mundo terrenal) y Ukhu Pacha (mundo interior)- parecen dispersos entre las rocas como guardianes silenciosos. Hay formaciones que recuerdan iglesias, cúpulas, nichos imposibles.

Aquí se escuchan cosas. Se ven luces que bailan sobre los cerros y desaparecen al amanecer. Círculos de fuego que no dejan cenizas. Rostros que aparecen en fotografías donde solo había una fogata. Luces en el cielo que no siguen patrones conocidos. ¿Ovnis? ¿Energía? ¿Ecos de otra inteligencia? Nadie lo afirma. Nadie lo niega.

Quienes han pasado noches aquí hablan de celebraciones invisibles, de voces sin cuerpo. No hacen daño. Solo observan. Prueban. Como si Carachula evaluara a quien la visita.

Las rocas talladas -el puma del Kay Pacha, el cóndor del Hanan Pacha, la serpiente del Ukhu Pacha- confirman una cosmovisión anterior incluso a los incas: la cañari. Nada está puesto al azar. Todo tiene sentido… aunque no se entienda en el momento la experiencia o la leyenda.

Azuay no se visita: se atraviesa. Quien acepta el viaje regresa distinto, con la certeza de que hay territorios donde la historia respira, la leyenda camina y el misterio sigue vivo. Aquí, cada ruta es una invitación a sentir, creer y dejarse transformar.

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