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KRONFLE Y NOBOA
Aliados. Henry Kronfle y Daniel Noboa se saludan tras el breve y poco significativo discurso de investidura del nuevo presidente de la República.ASAMBLEA NACIONAL

¿Qué mismo dicen Kronfle y Noboa?

ANÁLISIS: Ser pro y no anti: con la consagración de los prefijos como ideología, el discurso político nacional alcanzó el vacío perfecto

“El valor de la palabra se debe recuperar”, largó con tono perentorio y cara de enojado el presidente de la Asamblea, Henry Kronfle, en su discurso de orden de la ceremonia de investidura presidencial, el pasado jueves. E insistió: “Repito: el valor de la palabra se debe recuperar”. Tan poca fe le tiene a la suya propia que cree necesario decirla dos veces. Se entiende. En este mismo recinto, el valor de la palabra ya había quedado bastante comprometido la semana anterior, cuando se abusó de ella para justificar un pacto del que los políticos no han parado de hablar (empezando por él), pero la nación continúa ignorándolo todo. Que no es poco.

Bien relativo es el valor de la palabra en estos pagos. Aquí, el primer instinto de cualquier hablante consiste en adornarla, gritarla o entonarla de algún modo, a ver si consigue significar algo. Este es el sitio de las solemnidades baratas, de las fórmulas retóricas sinuosas, de los tonos impostados que fingen elocuencia, de los aires de autoimportancia que se expresan de maneras alambicadas. O de la estridencia pura. Precisamente porque la palabra, en este recinto, tiene muy poco valor.

En la ceremonia de investidura, el secretario de la Asamblea, Alejandro Muñoz, despacha el orden del día con melodramática solemnidad, como si de su entonación dependiera la trascendencia histórica del acto. Pronuncia las palabras “presidente constitucional de la República del Ecuador”, por ejemplo, martillando con enjundia cada sílaba, como si nadie fuera a valorar en su justa medida la importancia del cargo si él no lo canta de esa forma. Porque las palabras, por sí mismas, no tienen valor. Y el mismo presidente, Henry Kronfle, a la hora de tomar juramento, se refugia en la conjugación hispánica del “vosotros” para creérselo de veras. Costumbre muy criolla, por otra parte. ¿Qué dice de los ecuatorianos ese uso impostado de un modo de hablar extranjero para imprimir solemnidad al juramento? ¿Qué profundos complejos se esconden tras esa práctica? “Juráis por vuestro honor”. Kronfle mezcla los modos: “Si así lo hace”, dice, “que el pueblo os reconozca”. Usted seréis. Kronfle. Lea además: "Noboa pretende vender como virtud su falta de elocuencia"

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“El valor de la palabra se debe recuperar. Repito: el valor de la palabra se debe recuperar”. ¿A qué se refiere el presidente de la Asamblea? En realidad no está invocando un imperativo moral, sino haciendo un ajuste de cuentas. Dos años y medio lo llevaba atorado en la garganta. No iba a desaprovechar ahora la oportunidad que se le ofrecía como caramelo: se encontraba él pronunciando su discurso y tenía a Guillermo Lasso por delante. Maniatado, pues el protocolo de la ceremonia no contempla la posibilidad de conceder al presidente saliente el derecho de réplica. ¿Cómo no lanzarle una indirecta, cuando menos? Valiente señor Kronfle. Así que sacó a colación, para restregárselo en la cara sin necesidad de mencionarlo siquiera, el pacto no cumplido por Lasso de mayo de 2021, cuando la presidencia de la Asamblea se le escapó por un pelo. Esperaba en aquel entonces, junto con Jaime Nebot y Rafael Correa, que el recién electo Guillermo Lasso traicionara a sus electores. Porque la palabra cuyo valor quiere recuperar Henry Kronfle, con exclusión de cualquier otra, es aquella que compromete a un grupo de caballeros reunidos en la sombra. La palabra, para él y para el consenso de fuerzas políticas que hoy manda en Carondelet y en la Asamblea, es una operación secreta.

Lo que se diga en público es otra cosa. Lo que se diga en público es cortina de humo. Fórmula convencional carente de significado. Como por ejemplo, “leyes que benefician al país”, que no significa nada. O puede significar cualquier cosa, que es lo mismo. “Apoyaremos las leyes que beneficien al país”, ha dicho Rafael Correa. Si se recuperara el valor perdido de estas palabras los políticos ecuatorianos se quedarían mudos. “Leyes que benefician al país”, “odio” o “amor”, “vieja y nueva política”, “gobernabilidad” o “impunidad”... Si los políticos han sido capaces de vendernos sus alianzas sin terminar de contarnos en qué mismo consisten es gracias a que palabras como estas no significan nada. No mucho más que los simples prefijos sueltos: “pro” y “anti”, por ejemplo. “En el tema de la gobernabilidad vamos a tener un gobierno pro Ecuador”, despachó la ministra de Gobierno Mónica Palencia el día de la investidura. Y se quedó tan campante, vagamente convencida de que los ecuatorianos son una recua de bestias de carga: lo que se les diga poco importa y, en cualquier caso, no tiene por qué coincidir con la gobernabilidad que de verdad están pactando. Kronfle lo mismo: “Jamás impunidad”, dice cuantas veces sean necesarias mientras los engranajes del mecanismo de la impunidad empiezan a rodar bien aceitados en lugares como el Consejo de la Judicatura y en las propias comisiones parlamentarias designadas con su participación y su acuerdo, con la sola condición de que no cuenten con él para darles cuerda.

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“Tengo una visión renovada y joven”. “Les costará encasillarme en viejos paradigmas”. “El anti tiene un techo y el pro es infinito”. ¿Qué significado pueden tener estas palabras pronunciadas por el presidente Daniel Noboa en su discurso de investidura, cuando es el mismo partido de gobierno, con su consentimiento, el que ha puesto en la vicepresidencia de la Asamblea a Eckenner Recalde, un legislador confeso de haber recibido plata indebida de su equipo de trabajo? O cuando sus negociadores (Valentina Centeno, otra joven de pro, nuevos paradigmas y buen rollito) concluyen con éxito su operativo de destrozar bancadas parlamentarias en negociaciones individuales y secretas y terminan alzándose con una docena de nuevos asambleístas sin acuerdo escrito de por medio, sin que el país se entere de qué les ofrecieron y a cambio de qué hacen lo que hacen. Así resulta, oh gran paradoja, que este cambio generacional y este discurso de nuevos paradigmas coincide con el momento en que la crisis moral de la vieja política topa fondo, el lumpen se reafirma en espacios de poder que van de la legislatura a la Asamblea, y la impunidad se convierte en el único proyecto político de consenso en la nación. El único. No hay otro.

Y el país, fascinado, se derrite en un espasmo de buenismo obligatorio cuando escucha la que probablemente sea la frase más insulsa y vacua de la vida política nacional en lo que va del siglo: “el anti tiene un techo y el pro es infinito”. En el estado terminal de la crisis de la palabra, gobernado por un presidente que ni la valora ni la cultiva, el país vibra de emoción con los meros prefijos, síntoma irrevocable de la pérdida total de significación, la pérdida última. Y festeja la absoluta novedad de un presidente que supuestamente no confronta. Porque hubo un político farsante, un delincuente, que en algún momento nos vendió la idea de que la confrontación es el problema. Cuando el problema es la mentira. Porque puede haber democracia con enfrentamientos (el desacuerdo, de hecho, es la norma), pero no puede haberla sin verdad. Todo lo demás es simulacro. E impunidad. 

Ejemplo: un tuit para Abad

“¡Me alegro que la vicepresidenta tenga esta gran función! Más aún en favor de la paz entre Israel y Palestina. Nuestro país va a estar muy bien representado en su compromiso para que prime el diálogo y acabe la violencia”. Así reaccionaba en Twitter el hombre que apenas la víspera clamaba por recuperar el valor de la palabra: el nuevo presidente de la Asamblea, Henry Kronfle. Y resulta que en todo este mensaje no hay una sola palabra (con la probable excepción de las dos primeras: “me alegro”, pero en función sarcástica) que valga lo que significa. Porque el envío de Verónica Abad a Tel Aviv no es una “gran función”, es un destierro. Porque el país, con ella, no estará ni mucho menos “muy bien representado”. Porque la decisión no está motivada por el deseo de paz, sino de escarmiento. ¿Acaso Henry Kronfle es el único en el país que lo ignora?

Secreto

La palabra cuyo valor quiere recuperar Henry Kronfle, con exclusión de cualquier otra, es aquella que compromete a un grupo de caballeros reunidos en la sombra.

Insipidez

El país, fascinado, se derrite ante la que probablemente sea la frase más insulsa de la política nacional del siglo: “el anti tiene techo y el pro es infinito”. 

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