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CUARENTENA, DÍA 16: ¿Es tan difícil callar lo que se ignora?

La contención es una virtud cardinal en esta crisis, la única que nos puede librar de la necrofagia que domina las redes

DIARIO DE CUARENTENA 16
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Roberto Aguilar publicará este diario hasta el final de la cuarentena por el coronavirus. Puedes leer todas las entregas aquí.

Al principio de la cuarentena no me perdía ni una. Dos veces al día, a las diez de la mañana y a las cinco de la tarde, me lanzaba con ansiedad a escuchar las ruedas de prensa de Alexandra Ocles, comunicadora de telepronter, con la nerviosa expectativa de enterarme de las nuevas cifras de personas contagiadas que la secretaria de Riesgos desgranaba con la convicción de una berenjena. Quería yo creer que en esos números se expresaba la situación del país con respecto a la pandemia. Dos semanas después me tiene sin cuidado lo que pueda decir esa funcionaria (que ciertamente nunca ha dicho nada) y tomo las cifras de contagios como lo que son: datos accesorios.

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Porque vamos a ver: primero viene Ocles y recita setenta-y-tantos-muertos; en treinta días. Luego viene el vicepresidente Otto Sonnenholzner y, llevado por el patetismo que ha sabido imprimir al personaje a cuya representación se halla entregado, pronuncia las palabras “fosa común” como si tal cosa. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Ya es lo de menos que finalmente aparezca Jorge Wated, presidente de BanEcuador, y jure que de fosa común no ha hablado nadie. Por la jeta. Nos cree amnésicos o estúpidos. Y qué más da. Lo único cierto es que, a estas alturas de la cuarentena, no tenemos una pálida idea de lo que está ocurriendo, así que pueden decir lo que se les cante. Da exactamente lo mismo.

No es que la información oficial no sea confiable, es que ya sabemos lo que es: una gota de un océano. Con un mínimo de sinceridad, esas cifras que se actualizan dos veces al día debieran entregársenos así: “hasta el día de hoy hemos practicado 8.747 pruebas para COVID-19, de las cuales 2.748 han arrojado resultados positivos”. De esa manera quedaría claro para todo el mundo que el número oficial de infectados por el coronavirus depende de la capacidad del Gobierno para contarlos, capacidad que resulta patéticamente triste, dadas las circunstancias.

Así que lo dicho: ni pálida idea. En los noticieros lo único que llegamos a ver de los hospitales son las verjas cerradas. Y en las ruedas de prensa virtuales los funcionarios comparecientes responden a veces sí, a veces no, a las preguntas que los periodistas les plantean y que primero han de pasar por el filtro de quien sea que separe las preguntas que valen de las preguntas que no valen. Así de crudo. Triaje debiera llamarse en concordancia con los tiempos. En España, esto (que haya un filtro para seleccionar preguntas) empezó a ocurrir el lunes de esta semana y el martes ya hubo una carta abierta firmada por más de un centenar de periodistas exigiendo un cambio en los procedimientos: “En una situación de crisis, el derecho a la información es más importante que nunca”; “Las dificultades técnicas no son más que excusas”. Aquí ocurre desde el primer día, algunos han protestado, pero el hecho de que los periodistas no puedan hacer preguntas no es ni siquiera un tema de interés público.

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Entonces, en las redes sociales empiezan a circular videos de los cadáveres que se amontonan en los hospitales. Terribles videos. Y se abre el debate: eso no es aquí, que sí, que no. Comienza la cacería de las pistas. Alguien dice “escuchen con atención en el segundo 20: mencionan un Hospital Militar del Norte y eso aquí no existe, esas imágenes deben ser de Chile”. Y otro, que ha logrado ampliar y congelar un detalle de la imagen, dice “Miren esto”: es la etiqueta de identificación de uno de los cuerpos y lleva un nombre bien pero bien ecuatoriano. Un tercero sale con el recorte de un aviso mortuorio de El Universo que corresponde a ese difunto. Entregados todos a un tétrico juego de búsqueda del tesoro en un video de 30 segundos para acariciar la ilusión de sentirse informados. Porque ese video de 30 segundos es lo que hay. Tómalo o déjalo.

He decidido excluirme de esos juegos. Ayer, con el video de los cadáveres amontonados (que por cierto lo puso Carlos Vera sin un pinche dato) quedé asqueado. Cierto: no tenemos una pálida idea de lo que está ocurriendo. Razón de más para guardar un poco de contención con respecto a imágenes, videos y rumores que nos llegan quién sabe de dónde. Telesur, ese nido de mercenarios que avergüenzan al periodismo, reproduce un video en el que se ve un fuego encendido sobre una vereda y concluye: “Ciudadanos de Guayaquil queman cuerpos de fallecidos por COVID-19”. Y las cuentas correístas reaccionan: 1.400 “likes”, 2.700 “retuits”. Hay también fotos de entierros masivos de cuerpos hallados en Ciudad Juárez, México, atribuidos a Guayaquil; tomas de supuestos cadáveres abandonados en las esquinas; un interminable catálogo de necrofagia para simular el apocalipsis. Miserables inescrupulosos convirtiendo las tragedias en oportunidades políticas desde octubre.

Contención, virtud cardinal en esta crisis. Admito, hermanos, que no sé nada y me comprometo a actuar en consecuencia: sin compartir imágenes de cuyo origen y contexto no sé nada; ni difundir rumores puestos a circular por gente de la que no sé nada; ni entrar en discusiones sobre la evolución de una curva de cuyo comportamiento no sé nada; ni sacar conclusiones sobre la duración de la cuarentena sobre la base de todo lo que ignoro. Me comprometo a no creerle a nadie que no demuestre lo que dice. Y eso incluye, sí, la información transmitida por fuentes oficiales.