Bahía de Guayaquil
La quietud del cierre de locales empezó a romperse en la segunda semana de cuarentena local.GERARDO MENOSCAL / Expreso

Coronavirus: La bahía de Guayaquil vende a escondidas en el encierro

Hay comercio a puerta cerrada y a escondidas de la Policía, pese a las restricciones horarias y el toque de queda.

Guayaquil puede haber cancelado actos públicos, cerrado malecones, parques y bares, pero esta ciudad, comercial por excelencia, en donde viven miles de familias que se dedican al comercio y perciben ingresos al día, simplemente pone resistencia. Y su bahía es un ejemplo de aquello.

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Se sabe que incumplir las restricciones de movilidad es causal de multa y cárcel, que el virus es tan mortal que ha cobrado miles de vidas, que hay toque de queda a las dos de la tarde y que solo se pueden vender alimentos y medicinas; pero el espíritu de supervivencia activa la rebeldía y abre, ‘a media llave’, la opción de otros negocios, como celulares y hasta electrodomésticos.

Aterrizaje a la realidad

Bahía de Guayaquil
Los locales abren a medias sus puertas enrollables para no perder ventas.Anthony Riera / Cortesía

Claro que no es lo mismo que en días normales. La bahía se cerró el 15 de marzo por la emergencia sanitaria y desde ese día, hasta hace una semana, el escenario era el de puertas enrollables cerradas y silencio; pero el hambre clama acción y las reglas, dicen algunos, se hicieron para romperse.

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Están, entonces, los enganchadores de siempre, en los 3,5 kilómetros cuadrados, rodeando los 13.000 puestos comerciales que dan trabajo a unas 15.000 personas, a la espera de algún cliente.

EXPRESO comprobó que en los pasillos de la bahía se acuerda el negocio y luego el cliente que busca algo es trasladado al local que lo tiene o lo ofrece. Pines de carga, baterías, pantallas, ventiladores. Usted solo pida, lo va a encontrar todo en este corazón comercial.

Los moradores del sector

Un vecino de la zona, Fernando Insua, dijo que aunque se ve todo cerrado, hay gente vendiendo también mascarillas, guantes y hasta cigarrillos, todo “en chiqui”, a escondidas de las autoridades que rondan, cual gato con hambre en busca de los ratones desobedientes.

No hay horario específico para trabajar. La Policía hace recorridos, y, si hay mucha gente, los llevan presos o los multan. “Por eso estamos cobrando caro, porque la cosa está caliente con los pacos”, confiesa Pedro, y no da su nombre completo por miedo a sanciones.

Tengo un negocio en donde arreglo artefactos. Atiendo a distancia. A veces consigo repuestos en la bahía, algunas distribuidoras están trabajando en pisos altos.

Ivett Mite, comerciante
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“Quisimos quedarnos en casa, pero no hay cómo, hay familias, hay niños, hay que cumplir necesidades. Por eso toca trabajar en corto”. Una puerta enrollable abre a medias. “¿Qué quiere? Usted pida que aquí hay todo”, ofrece un muchacho.

La gente saluda con los codos, usa guantes y mascarilla. Esa parte sí se ha entendido bien. “Nos cuidamos. Dejar de trabajar no podemos”, insiste.

El personal en casa

Arturo Pantoja es uno de los comerciantes que antes de la emergencia vendía celulares en uno de los puestos. Hoy lo hace en línea. “Hay mucha competencia. Recién tomo el ritmo de este tipo de trabajo, no puedo seguir parado”.

No se gana lo mismo on-line, reconoce. Si antes percibía 400 en una semana, hoy solo gana 200, pero es mejor que “ser inconsecuentes con la emergencia y salir”.

Igual hace Ivett Mite. Arregla televisores y laptops y ha optado por el teletrabajo. Aunque su local no estaba en la bahía, trabaja con los comerciantes de allí y sabe que hay gente que puede “conseguir repuestos”. 

Uno de sus técnicos, para evitar contagios, está durmiendo en el taller. “Tiene cinco hijos. Necesita trabajar”, explica. Ecuador registra 8.450 casos confirmados. De esos, la mitad está en Guayaquil, la ciudad con más muertes registradas.