
Vecinos con garra: así levantan la comunidad a La Loma Grande
Ferias, leyendas en vivo, recitales y rutas guiadas son algunas iniciativas que los moradores han consolidado
Una brisa fresca desciende por la calle Rocafuerte mientras los primeros rayos del sol iluminan las fachadas de cal blanca y los tejados rojos que trepan la loma. A esa hora, el tañido lejano de una campana se mezcla con el eco de pasos sobre las piedras antiguas junto al arco de Santo Domingo. Es sábado en La Loma Grande y, mientras el resto del Centro Histórico despierta al bullicio turístico habitual, aquí la vida transcurre con otro ritmo, más pausado, más íntimo.
Fundada en 1541, esta localidad del centro-sur de Quito fue en sus orígenes una vía empedrada que vio surgir instituciones fundamentales para la ciudad: en 1899 se instaló aquí la primera maternidad de Quito -hoy sede de la Escuela Taller Quito-, además de la antigua Clínica Pasteur, la Farmacia Rocafuerte y la escuela Jorge Washington. Sin embargo, con el paso de los años, quedó al margen de los grandes recorridos turísticos, desplazada por las seis cuadras más concurridas del Centro Histórico y por la expansión del metro.
Ese olvido, sin embargo, es justo lo que los vecinos han decidido combatir con trabajo comunitario y turismo barrial. Desde hace más de una década, el colectivo Mi Loma Grande lidera un proceso de recuperación del espacio público: organizaron ferias, pintaron murales, rehabilitaron escalinatas, parques y casas tomadas por habitantes de calle. Pronto, a estas acciones se sumaron recorridos turísticos que invitan a redescubrir el barrio a través de sus historias, personajes y oficios.
Una apuesta comunitaria
“Nuestra meta al inicio era construir un barrio vivo para alejar a la delincuencia y fortalecer el sentido de comunidad. Pero con el tiempo entendimos que también era necesario visibilizar la historia del barrio, a sus vecinos y el patrimonio intangible que aún sobrevive”, explica Diana Lora, líder del colectivo y guía barrial.
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Los recorridos, que se realizan el último fin de semana de cada mes -viernes, sábado y domingo- a las 9:00, 11:00 y 15:00, incluyen caminatas por la calle Rocafuerte, corazón del barrio, desde donde se pueden ver íconos como la puerta más angosta de Quito, las viviendas históricas de la calle Liceo -donde vivió el escritor Jorge Icaza-, y la recoleta de Mamacuchara. A lo largo del trayecto, los visitantes se sorprenden con la aparición de personajes vestidos con trajes coloniales que narran leyendas y anécdotas.

“Queremos rescatar la esencia de La Loma Grande y preservar su historia. No podemos dejar todo en manos de las instituciones, es nuestra responsabilidad colaborar y aportar”, dice Esperanza Cañar, vecina del barrio y tercera generación de moradores.
El impacto se ha sentido incluso en el comercio local. Víctor Almeida, socio de una cooperativa de taxis de la zona, asegura que el trabajo barrial ha fortalecido propuestas de movilidad y seguridad. “Sabemos que por más que se pida seguridad, no siempre hay respuesta. Por eso, si queremos atraer visitantes, tenemos que ofrecer opciones seguras, como rutas de taxis que les permitan entrar y salir sin problemas”, sostiene.
Uno de los espacios que más ha contribuido a dinamizar el barrio es el Centro Cultural Mamá Cuchara, cuya casa patrimonial fue recientemente restaurada por el Instituto Metropolitano de Patrimonio. Allí funciona ahora el auditorio Raúl Garzón, donde los ocho elencos de la Fundación Teatro Sucre ensayan y presentan conciertos y tertulias abiertas a la comunidad.
“Este espacio nos permite ofrecer conciertos gratuitos y abrir nuestras puertas al barrio para compartir lo que hacemos: música ecuatoriana de calidad”, comenta Tatiana Carrillo, coordinadora del centro. Resalta que la relación con los vecinos ha sido clave para el éxito del proyecto. “Los vecinos están comprometidos, participan en las actividades y nos ayudan a invitar a otros a conocer este lugar”.

Para quienes visitan el barrio, también hay opciones gastronómicas. Cafeterías tradicionales abren sus puertas con previa coordinación del colectivo, como La Esencia, un café-museo que funciona por las tardes. “Pueden venir a tomarse un cafecito, escuchar música o incluso asistir a los ensayos de los elencos del centro cultural, siempre y cuando nos avisen con anticipación para coordinar los accesos a las casas patrimoniales”, aclara Lora.
Además, el colectivo ha retomado la iniciativa ‘Olores y Sabores’, frenada por la pandemia, que busca rescatar las recetas tradicionales de las madres y abuelas del barrio. Próximamente, también se inaugurará una casa barrial, donde se realizarán talleres comunitarios, actividades para niños y nuevos espacios de encuentro vecinal.