Quito

Colonia de Quiteños
Los integrantes de la Colonia de Quiteños residentes en Quito se reúnen en la Casa del Higo, donde comparten historias y leyendas de la capital ecuatoriana.Foto: Karina Defas

Guardianes de la historia de Quito

Su misión es preservar la cultura. Su sede es una casa patrimonial donde cuentan sus anécdotas, con sal quiteña

Del corazón de una propiedad patrimonial, en el Centro Histórico de Quito, se levanta un frondoso árbol cargado de higos. Junto a sus raíces -plantadas hacía 1954- hay dos bancos de piedra. Cada uno tiene escrita una leyenda: “Para iniciar la vida” y “Para terminar la vida”. De aquel bellísimo ejemplar nació -por el ingenio del historiador Fernando Jurado- el nombre ‘La Casa del Higo’, sede -domicilio- de la Colonia de Quiteños, los guardianes de la historia de la capital.

Es un miércoles caluroso. 13:00. No hay luz debido a los cortes. Pero -esta vez- da igual, porque algunos de los miembros más antiguos y nuevos de este núcleo quiteño ya se habían convocado allí para contar, por primera vez frente a un medio de comunicación, lo que guardan en las entrañas de una ‘vecindad’ que tiene más de 70 años de vida.

Se apuestan todos en una de las habitaciones de la casa, en el segundo piso, donde hay reliquias, cuadros, alfombras, fotografías en blanco y negro, libros, sillones.

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Son amantes de Quito. Y los más fervientes protectores de la historia que encierra la capital en sus calles angostas, sus antiguos edificios, sus cuentos y leyendas. Tienen la misión de preservar y difundir lo que es la ciudad. Pero también introducirse en el nuevo marco de la realidad tan diversa de la actual ‘Carita de Dios’.

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Alfonso Rivadeneira Zambrano, sentado en uno de los sillones de la habitación, explica que en la Colonia hay una jerarquía interna. O -más bien- una estructura jurídica. Por ejemplo, él es el Vecino Mayor, con el cargo de presidente. Le sigue el Vecino Vicepresidente. El Vecino Relator, que hace el papel de secretario. El Vecino Habilitador, como tesorero. Y el Vecino Vocal. Ellos conforman el directorio que representa a los 43 miembros del grupo. El menor tiene 36 años de edad y el mayor ha alcanzado los 96.

Pero no es tan sencillo ser parte de este núcleo de quiteños. No hay reglas, pero sí requisitos. No es necesario ser quiteño de nacimiento, pero sí quiteño de corazón. Amar la ciudad. Y que tenga un ‘vecino padrino’. Por ejemplo, Rivadeneira Zambrano llegó a la colonia invitado por su padre: Alfonso Rivadeneira Suárez, de 91 años, uno de los miembros más antiguos. Y quien recuerda -con una claridad impresionante- cómo se formó este grupo de amigos. Es la historia oral viviente de la capital, dicen. “Oírlo es una delicia, porque nos lleva al Quito de los años 50”, suelta alguien en la sala. Y es cierto.

Todo empezó en octubre de 1948. A un grupo de jóvenes quiteños se le ocurrió la idea de conformar una barra importante para apoyar al equipo de Pichincha en el VII Campeonato de fútbol.

Durante una sesión decidieron llamarla ‘Barra quiteña’. Pero no fue hasta un año después, cuando -para darle mayor seriedad- sus integrantes pidieron a la Concentración Deportiva de Pichincha (CDP) que les diera un espacio al pie de ‘El Arbolito’, entonces un escenario de eventos deportivos.

Dos años después, en 1950, el grupo se transformó en la ‘Unión de quiteños’, de la mano de Camilo Ponce Enríquez, quien más adelante se convertiría en el presidente de la República de Ecuador (1956-1960). Allí, este núcleo creó una estructura administrativa y empezó a reunirse periódicamente.  Congregó a “gente muy distinguida de Quito”. Sin embargo, debido a los quehaceres políticos de Ponce, la colonia iba apagándose de a poco. Luego, la presidencia quedó en manos de Rafael ‘Palito’ Villavicencio.

Hubo silencio hasta 2002, recuerda Rivadeneira (padre), cuando Humberto Jácome Harb invitó a unos amigos a reunirse en la esquina de la Plaza Grande, en el portal municipal.

Estaban Patricio Espinoza Serrano, el entonces general de la Fuerza Aérea, Patricio González, y él. “Fue un momento de alegría. Siempre nos llevamos, no solo por la amistad que se cultiva, sino también por una gran afición a las corridas de toros… Hablábamos de diferentes temas. Pero nuestro afán era recobrar el conocimiento de las tradiciones quiteñas”, dice Zambrano (padre).

El propósito es que los vecinos de la colonia inviten a quienes ellos crean que tienen las cualidades necesarias para ser parte.

Alfonso Rivadeneria (hijo).

Colonia de quiteños

Fueron apareciendo nuevos miembros. “Conversábamos muchas anécdotas, intercambiábamos ideas, hacíamos visitas…”, recuerda. Pero tenían un problema. No había un lugar donde juntarse. A veces, iban a un salón o también a un hotel situado en la calle Bolívar.

Hasta que un día, Fabián Recalde, otro miembro, les dijo: “Los voy a llevar a un sitio que quizás les guste. Está cerca de la Plaza Grande”. Fue así como llegaron a la Casa del Higo, donde también renació la Colonia de Quiteños. No es una secta. Pero sí un núcleo que inicialmente fue muy reducido y selecto, aseguran.

Jácome Harb se convirtió en el primer Vecino Mayor. Se esbozaron puntos más concretos sobre lo que querían. E invitaron a dar conferencias a personajes muy importantes de Quito, no solo por su renombre en la sociedad, dice Rivadeneira, sino para que pudieran aportar con su conocimiento. “No somos elitistas, pero era una élite de quiteños la que teníamos aquí”, añade. En el libro de la Colonia de Quiteños residentes en Quito, en las fotografías, aparecen Paco Moncayo, la exreina de la capital, Valentina Mera, Enrique Ayala Mora…

Durante esos años, Recalde, dueño de la Casa del Higo y con un amor infinito a Quito, fue el inspirador del himno de la colonia. “Tus vecinos son guardianes de la historia, de leyendas y blasones señoriales, que reviven el honor de viejas glorias y florecen con amor sus ideales”, reza una de las estrofas. No solo eso. Este grupo también tiene un credo, como un código de ética, y un escudo, que representa la caballerosidad, lealtad, fraternidad, nobleza, el Patrimonio Cultural de la Humanidad, esperanza y libertad.

Cuenta Rivadeneira (hijo) que han reactivado jurídicamente la colonia. Están legalmente constituidos. Y quienes han tomado la posta plantean estrategias para que no se deje en el olvido la historia, la identidad quiteña. Por supuesto, se han sumado nuevos miembros. Claudio Creamer, quien fue Vecino Mayor entre 2019 y 2023, dice que los integrantes del núcleo vieron la necesidad de tener una colonia intergeneracional para que se transmita la memoria histórica.

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“En las últimas reuniones hemos tratado de traer gente más joven, energética (…) tenemos personas que están desempolvando a la colonia”, asegura Pablo Recalde, entre ellos está Galo Plaza, nieto de Galo Plaza Lasso, expresidente de Ecuador (1948-1952). Años atrás, por su padre, visitó la Casa del Higo, a los integrantes de la colonia y fue invitado a dar charlas. “Conocía a Alfonso (hijo), hicimos migas y me propuso entrar”, comenta. “Quito está creciendo tanto y están desapareciendo cosas que vale la pena preservar”, concluye.

María José de la Paz, la mujer más joven de la colonia, sentencia: “Tienes que saber quién eres, de dónde vienes, para saber a dónde ir”. Ella siempre ha tenido fascinación por la historia, porque es la única referencia para aprender de los aciertos y los errores. Llegó al núcleo por su padre. Lleva ya dos años como miembro y actualmente es Vecina Relatora. Como nueva generación, adelanta que tiene en mente algunos proyectos, ideas, que le gustaría hacer a futuro. Pero los vecinos aún están organizándose. ¡Vienen sorpresas!

El complemento de los nuevos y antiguos miembros le da ahora un toque especial a la colonia. En las reuniones, como esta, se ríen. Toman vino. Bailan, cuando pueden. Y en medio de todo, por supuesto, está la ‘sal quiteña’.

El experto en el tema es, sin dudas, Rivadeneira (padre). Dice que el quiteño es contador de cachos, de chistes. Una característica de los chullas. Ya lo decía Jácome Harb, su gran amigo: “Se comenta que fue un producto (sal quiteña) que nunca subió de precio y siempre estuvo al alcance de cualquier chulla (…) No se sabe que se haya autorizado su exportación a provincias…”.

Para aprovechar la explicación, Rivadeneira dice que -en su momento- la colonia tenía en su directorio al Vecino Oidor.

Jácome Harb, con picardía, había dicho que le iba a dar ese cargo al señor Patricio Espinoza Serrano. “Era porque le fallaba el oído”, suelta el hombre. Y todos ríen en la habitación, que tiempo atrás fue el dormitorio de la tía de Recalde. “Cuando estoy por las noches siento la presencia de ella. Puse cámaras y tengo grabaciones de movimientos, ectoplasmas. ¡Qué lindo que mi tía esté todavía acá!”, relata.

En este grupo no hay curuchupas. Son apolíticos. Y no influye la religión. Pero sí la literatura para rescatar la historia, como lo hace Silvia Larrea, escritora. Ella mantiene vivas las leyendas de Quito. Y el Centro Histórico es su inspiración. Una de sus grandes historias es la de La Torera, a quien conoció cuando era niña en el Churo de La Alameda, parque de Quito. Desde entonces se propuso contar la historia/leyenda de este personaje. Y lo hizo.

Cuando son las 14:00, llega la luz. La reunión, en la que también estuvieron Martha Zambrano, esposa de Rivadeneira (padre) y Valeria Cañadas, esposa de Rivadeneira (hijo), termina. Los vecinos se marchan.

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