Quito

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Su padre solía reparar el reverbero.Henry Lapo

Artesanos, un oficio que busca generaciones

Martha Pacheco es reconocida como la ‘hojalatera de La Ronda’. Espera que los jóvenes mantengan la tradición

En Quito, La Ronda es famosa porque entre sus estrechas calles se encuentran decenas de artesanos que no dejan morir oficios de antaño.

Una de ellas es Martha Pacheco, conocida como la ‘hojalatera de La Ronda’. El amor por este trabajo lo heredó de su padre, Manuel Humberto Silva, y de su abuelo, César. La mujer es la tercera generación que lleva este oficio y se niega a dejarlo desaparecer en la historia.

Ingresar a su local es como adentrarse en un mundo de juguetes diminutos. Ollas en las que se prepara el caldo de pata, la paila de la fritada, el balde de la chicha, portaleches... todo en tamaño pequeño. Con sus hábiles manos también elabora pequeñas cocinas, platos, cucharas, hornos y las planchas de carbón.

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Pero Pacheco ya no solo quiere ser reconocida como la ‘hojalatera de La Ronda’, quiere ir más allá y dejar huella en nuevas generaciones. Que niños y adolescentes se conecten con la historia y con los objetos que la rememoran.

¿Cómo conseguir que dejen por un momento el teléfono celular?, se pregunta. La respuesta es muy simple: el juego.

Reflexiona que si bien el avance de los equipos tecnológicos es positivo en muchos sentidos, también ha dejado de lado la parte lúdica, el juego y la curiosidad que son fundamentales en el tradicional oficio de la hojalatería.

Antes, todo barrio tenía su hojalatero que soldaba las ollas, las tazas, los platos. Los grandes maestros se han ido. Ahora ya no quieren seguir con la tradición.

Martha Pacheco

Cuando niños y jóvenes visitan su taller, el tiempo se detiene. Basta que Martha les entregue un pedazo de lata para que la imaginación vuele. Con su guía y un primer acercamiento a herramientas como cinceles y martillos han creado lo primero que construye un aprendiz, un silbato.

Para Pacheco, la práctica de este oficio es un ejercicio que mejora la psicomotricidad de los niños, su concentración y creatividad. Y no solo eso, con los objetos que crean también descubren su pasado y todas las expresiones artísticas que existían, lo que despierta un interés por la historia.

Lo que más disfruta de estos encuentros es el asombro y la curiosidad de los chicos cuando están en contacto con las latas, con tillos, con máquinas para soldar. “Me preguntan para qué sirven, les cuento, me pongo a cantar, a jugar”, dice.

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miniaturas. Cocinas, ollas, platos elabora Martha.Henry Lapo

Y esa es su doble misión. En los grandes, es evocar la nostalgia que genera cuando visitan su taller. Incluso lloran al recordar los utensilios que usaban sus madres, los platos, las tazas de hierro enlozado, las ollas en las que preparaban el tradicional caldo de pata.

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La huella que quiere dejar en los más pequeños es que vuelvan al juego, a la diversión y que por un momento se ‘desconecten’ de la tecnología. Que retomen las labores manuales, que palpen, que se ensucien y así despierten la creatividad y la curiosidad.

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    filtrador. Una clásica ‘chuspa’ hecha miniatura.Henry Lapo
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    mechero. El pequeño artefacto es funcional.Henry Lapo

SU SUCESOR

Desde que era niña, Martha supo que la hojalatería no solo se trataba de algo pasajero. Se convirtió en su pasión. Recuerda que a su madre no le gustaba que acompañara a su padre a instalar canales de agua lluvia. Le decía que era un trabajo de hombres. “Creo que fui la rebelde de la familia”, cuenta.

Su padre, quien fue dirigente barrial y deportivo, y su abuelo fueron sus grandes maestros. Por más de 55 años se ha dedicado a este oficio en La Ronda.

Lamenta que en la actualidad prácticamente no haya maestros que se dediquen a este arte. Hace décadas, lo común era que en cada barrio haya un hojalatero que soldaba las ollas, las tazas, los platos de hierro enlozado.

Su sueño más grande es que el oficio no desaparezca y coloca sus esperanzas en su hijo William. Desde pequeño le interesó el oficio y con el tiempo ha perfeccionado la técnica. Él admite que todavía le falta mucho, que aún no puede igualar la ‘elegancia’ con la que trabajaba su abuelo.

Si bien la vida lo llevó por otros rumbos, a estudiar otra profesión, ahora William acompaña a su madre en el taller. Cada día procura involucrarse más.

“Este arte es muy valioso, bello y llegará un tiempo en que tome la batuta”, concluye.

Parte de mí quiere seguir con el oficio que es muy valioso. No supero el trabajo que hacía mi abuelo y mi madre, pero seguimos aprendiendo

William Montaño
​hijo 

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