En una sala del Centro Cultural Metropolitano de Quito, 1.900 figuras artísticas, religiosas y arqueológicas aguardan pacientemente su turno para ser restauradas. Esparcidas en estantes, mesas y mostradores, son testimonio silencioso del tiempo.

Algunas de ellas están en muy mal estado. Les falta un brazo, una pierna o una nariz. Otras simplemente están desgastadas por el paso de los años. Pero pese a su condición deteriorada transmiten una poderosa belleza y misterio.

(También puede leer: Llano Chico: Vasijas, osamentas y artículos en obsidiana datan de la época prehispánica

Una de las figuras más llamativas es una escultura tallada en madera de la Virgen María. Con el pasar de los años la polilla ha ido carcomiéndola, por lo que tiene cientos de agujeros, que han hecho que su rostro pierda la dulzura que le caracteriza.

La escultura tiene una postura rígida y una expresión facial inexpresiva. Estos rasgos son característicos del estilo hierático, que fue popular en la época en que se creó la obra. Debido al deterioro, ha perdido gran parte de su policromía original. Sin embargo, aún es posible apreciar algunos detalles de la pintura, como el rosario dibujado sobre su vestido.

Los restauradores han decidido no rehabilitar la escultura, ya que hacerlo podría dañarla más y hacer que pierda su particularidad. Por eso la escultura se conservará en su estado actual, como testimonio de la historia y el arte.

En un espacio de esta sala se encuentra el restaurador de arte Víctor Ordóñez, quien está encargado de dar forma a las figuras arqueológicas. Aunque no es cirujano, el bisturí es su instrumento principal. Con un pulso casi perfecto va tallando los bordes del fragmento de una vasija y con una brocha delgada retira las partículas de tierra.

En esta ocasión Víctor está restaurando una vasija de cerámica precolombina. Está hecha de un material frágil, y el pedazo faltante es pequeño y delicado. En sus manos, las piezas maltratadas por el tiempo cobran nueva vida. Para restaurar la figura, Víctor elabora un adhesivo especial que sea compatible con el material de la vasija. Con mucha delicadeza, aplica el pegamento especial y junta las piezas con fuerza, hasta que el adhesivo vaya secando.

Explica que para obtener buenos resultados es importante sujetar las piezas con pinzas o ligas, lo que permite que el pegamento se adhiera y las grietas se vayan uniendo. Pero no siempre tienen suerte, pues muchas de las piezas están incompletas y la restauración intenta mantener su forma. En otros casos, como cuenta Ordóñez, utilizan cera de dentista para formar un molde y rellenar las partes faltantes.

En las mesas, al igual que Víctor, sus compañeros fijan la vista en piecitas que deben unir para devolver la forma a viejas figuras de arcilla. Trabajan con esmero, como si estuvieran armando un rompecabezas.

Cada detalle es analizado con rigurosidad. Las piezas arqueológicas deben conservar sus elementos naturales para no alterar su realidad. Si a un jarrón hay que arreglarle la base, se lo tiene que hacer con un material parecido, pero dejando en evidencia que es una pieza extraña, aunque necesaria. Así, paso a paso, se recupera la vida. Esa metodología la replican una y mil veces.

Este proyecto busca conservar los bienes de tres museos: el del Carmen Alto, el Museo de la Ciudad y el Centro Cultural Metropolitano.

Santiago Chiriboga, restaurador del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), dice que son 18 restauradores los que tienen la misión de dar mantenimiento a las piezas que se encuentran en mal estado. Uno de los valores de su trabajo es respetar la esencia del autor, conservando su obra original, sin generar falsos históricos. A esto hay que agregar pasión y paciencia.

Chiriboga explica que el proyecto de conservación de bienes patrimoniales del Museo de la Ciudad, del Carmen Alto y el Centro Cultural Metropolitano cuenta con una inversión de 120 mil dólares. La idea es preservar los bienes muebles de reserva, entre los que se incluyen pinturas, esculturas, documentos y piezas arqueológicas.

El proyecto se basa en un enfoque integral que combina la conservación preventiva, la restauración y la difusión. La primera se centra en evitar que los bienes se dañen, mientras que la restauración consiste en reparar los daños producidos. La difusión busca que los bienes sean accesibles al público y se compartan sus valores culturales.

• 120.000 inversión para restaurar pinturas, esculturas, documentos y piezas arqueológicas de tres museos

¿Te gustó esta noticia? ¡Suscríbete aquí!