danzante
Cada año Gustavo Segovia se equipa con su tradicional atuendo, al que acompaña con una flauta de madera y su tambor de más de tres décadas.Gloria Taco

Gustavo Segovia, el pingullero de 73 años que aviva el Corpus Christi en Cotopaxi

Desde Cotopaxi, Gustavo Segovia es un fiel custodio de la memoria cultural de su pueblo

En el barrio 3 de mayo del cantón Pujilí, cada año se vive con fervor la preparación del Corpus Christi (cuerpo de Cristo), una de las festividades más representativas de la provincia de Cotopaxi, en la que se conmemora la Eucaristía con color, música y danza. Entre los rostros que mantienen viva esta celebración, destaca el de Gustavo Antonio Segovia Cárdenas, un hombre de 73 años que ha sido, desde su época escolar, tambonero, pingullero y fiel custodio de la memoria cultural de su pueblo.

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“Ya estoy preparando todo para la octava del Corpus”, dice con entusiasmo unos días antes de la fiesta. “Comenzamos con la misa el jueves 19 de junio y luego desfilamos por las calles de Pujilí el sábado 21. El domingo 22 saldré con los danzantes de Alpamalag de Acurios, los auténticos danzantes”, explica su rutina la que ya tiene aprendida de memoria, desde hace décadas.

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Cada prenda que viste el pingullero tiene un significado ancestral. El blanco representa la pureza, el valor, la fuerza. “Me hace sentir joven, a pesar de mis años”, explica Gustavo, quien en este mes de junio celebra un cumpleaños más junto a la festividad.

El poncho rojo que porta es el símbolo de valor, coraje y alegría. “Está tejido en lana de borrego y es indispensable en nuestras comunidades porque da calor. No solo abriga, sino que representa el legado de nuestros antepasados. En todas las comunidades indígenas, el poncho rojo es el más apreciado”, detalla.

Su sombrero, decorado con plumas, evoca la conexión espiritual con el sol. “Nos recuerda a Atahualpa, a Sancho Hacho de Velasco, el último Inca, y a nuestros abuelos que decían que las montañas brillaban al salir el sol, mientras los danzantes zapateaban al son del tambor y el pingullo”.

El danzante de Pujilí
Cada prenda que utiliza, desde el sombrero hasta las zapatillas, tiene un significado que resalta la riqueza ancestral de su pueblo.Gloria Taco

Ese tambor, que conserva desde hacía más de tres décadas, está elaborado con triplex, cuerdas internas y cascabeles que intensificaban el sonido. “Cuando toco el tambor y el pingullo, me siento rejuvenecido. Se me van las enfermedades. Me devuelve la vida”, dice.

Los aretes que lleva están hechos con ají y tabaco, también tiene su sentido ritual. Sirven para dar colorido y para limpiar el mal aire. “Cuando los danzantes se cansan, uno los limpia para que sigan bailando”.

Desde la escuela, Gustavo ya mostraba su inclinación por la música tradicional. En su grado simulaba tocar el tambor en el pupitre. Un día, su profesor lo puso a prueba y salió adelante. Su clase quedó impresionada y desde entonces, nunca dejó de participar.

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Su tambor no solo emite sonido: también cuenta historias. Está adornado con frutas, granos y elementos de la Sierra y la Costa ecuatoriana. “El maíz es para la chicha, el mote, el cariucho. El ají acompaña la fritada. La panela, el orito, el plátano y la naranja son productos del occidente de nuestro pueblo. Todos estos elementos se colocan en los jardines y castillos que adornan la toma de la plaza, en señal de agradecimiento a la Pachamama”, continúa.

Explica además y con orgullo, cómo incluso el trago, el puro hecho en los trapiches de caña, tiene un rol espiritual. “No es para emborracharse, sino para curar el tambor y el pingullo. Se lo rocía para que el sonido salga nítido. Así, la armonía se mantiene”.

Gustavo se prepara cada año con antelación para el Corpus. Es uno de los participantes más veteranos. Empieza a ensayar el tambor y el pingullo unos ocho días antes, para encontrar el tono del danzante; luego recoje las frutas para decorar el tambor, que luego entrega a alguna autoridad local como ofrenda. Ser tambonero y pingullero no es solo una tarea musical para él, sino también significa abrir el camino del danzante y del espíritu colectivo.

El danzante eterno del cantón Pujilí

Gustavo Segovia es mucho más que un músico popular. Fue un sabio, un guardián del saber ancestral, un hombre que hizo del tambor y el pingullo su manera de contar la historia viva de Pujilí. “Somos cultura, arte, tradiciones, montañas y sabores. ¡Pujilí para el mundo! ¡Viva Cotopaxi! ¡Viva Pujilí! ¡Viva el Ecuador!”, dice siempre con la mirada brillante.

Hoy su legado se mantiene vivo en cada sonido del pingullo, en cada golpe de tambor que resuena en las calles durante las fiestas. Además, su vitalidad y orgullo por su tradición contagia a cada niño que lo ve bailar y a cada joven que lo escucha con respeto. Él es el eco de una tradición que no muere y que ya es conocido como el danzante eterno de Pujilí.

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