José Chazú
José Chazú teje con paciencia diversidad de objetos como canastos y sombreros.YADIRA ILLESCAS

José Chazú, el último tejedor de Cuatro Esquinas

A sus 75 años, este kichwa de Pasa elabora sombreros y canastos con paja blanca. Así mantiene viva una tradición

Cada día, el páramo y la chacra lo llaman. José Blas Chazú Yunapanta, indígena kichwa de la comunidad Manzana de Oro, en Cuatro Esquinas, parroquia Pasa, ha hecho del tejido su vida. A los 13 años comenzó a entrelazar la paja blanca que crece a orillas de las quebradas. Hoy, con 75 años, sus manos aún no descansan.

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“Este arte me lo heredó mi padre, pero nadie me enseñó del todo. Lo aprendí observando, y con el tiempo, mis dedos entendieron lo que la mente no podía explicar”, cuenta mientras acomoda charoles y sombreros sobre un tablado de madera en su taller, improvisado a la entrada de su casa.

Todo lo que hace lo construye con respeto y devoción. “Primero es el páramo. Ahí empieza todo”, dice. La materia prima, la paja blanca, la recoge él mismo.

Foto de Sistema Grana (14586509)

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No hay horario fijo. A veces después del arado o la siembra, se sube a su asno y se pierde entre los cerros. El viaje puede tomar tres horas. Recorre chaquiñanes, caminos estrechos con piedras que solo sus pies conocen. Cuando encuentra la paja seca, la corta con cuidado y da gracias. “La pachamama siempre merece una venia. Solo tomo lo que ya cumplió su ciclo, así vuelve a nacer más fuerte”, afirma.

En casa lo espera María del Carmen Chango, su compañera de toda la vida. Ella también teje y borda, aunque prefiere el silencio y el kichwa. Juntos criaron ocho hijos y entre risas y tejido, han resistido la dureza de la vida rural. “Mi mujer aprendió mirando, igual que yo. Somos compañeros, cómplices”, dice con orgullo.

El lugar sagrado de su hogar está lleno de color y fibra. En los clavos de la pared cuelga la paja recién traída. Debe secarse bien antes de trabajarla. Sobre el piso, entre ovillos de cabuya pintada y agujas de madera, nacen sombreros, porta vasos, charolas, canastos. Un sombrero grande le toma dos días. Una charola, medio día. Todo depende del clima, del pedido, del ánimo.

José Chazú
José teje con paciencia en la entrada de su hogar en Cuatro Esquinas, rodeado de sus creaciones de paja blanca.YADIRA ILLESCAS

Sus creaciones se exhiben y venden en las ferias

Sus creaciones viajan a Guaranda, Latacunga y cantones de Tungurahua. En diciembre, sus sombreros son los favoritos de los grupos folclóricos. Pero el precio no hace justicia al trabajo. “Un portacucharas cuesta 2.50, pero a veces me lo quieren pagar en un dólar. Es triste que no valoren el trabajo artesanal”, lamenta.

Para sostener su oficio, José también lleva sus productos a las ferias en Ambato y donde sea que lo inviten. “Voy a la feria del parque Cevallos, a veces al Parque de la Familia a los mercados o en las fiestas. Donde hay espacio, ahí estoy con mi mesa”, dice. Sus sombreros, portaobjetos y canastos atraen a curiosos, turistas y conocedores del arte manual.

A pesar de todo, José no se rinde. Con la paja blanca educó a sus hijos. En Cuatro Esquinas, José es el último que trabaja la paja del páramo. Otros artesanos elaboran piezas en madera o lana, pero él es el único que dialoga con la tierra a través de su tejido. “Esto no es solo un trabajo, es nuestra raíz. Aquí está nuestra identidad”. Mientras habla, sus dedos no se detienen. El tejido continúa. El páramo lo espera. La historia también.

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