
La botica que guarda el alma de Riobamba
Se trata de una casa centenaria con fórmulas personalizadas
En pleno centro histórico de Riobamba, sobre la calle Larrea, se alza una casa con muros de cancagua, ventanales generosos y balcones de hierro forjado. A simple vista, parece una reliquia bien conservada. Pero quien cruza su umbral descubre mucho más: un laboratorio singular, un archivo vivo de fórmulas magistrales y un hogar donde aún late la historia de una ciudad.
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La propiedad, construida en 1909, pertenece a la familia Rivas Yépez. Allí, doña María Luisa Yépez, conocida cariñosamente como “la señora Luchita”, junto a su esposo Julio César Rivas formó su familia y dejó un legado imborrable.
Hoy, esa misma casa continúa su legado, la Botica Bristol: un espacio donde conviven ciencia, tradición y servicio personalizado. Funciona como botica abierta al público, como laboratorio magistral certificado —el único en la provincia de Chimborazo— y como vivienda, preservando muebles de cedro de 1830 y recuerdos entrañables.
Desde uno de los balcones de esa vivienda, el expresidente José María Velasco Ibarra llegó a dirigirse en más de una ocasión al pueblo riobambeño durante sus visitas a la ciudad, dotando al lugar de una carga simbólica que trasciende lo doméstico.

Pero detrás de puertas discretas, se practica un arte en extinción: la formulación personalizada. Cada jarabe, crema o emulsión se elabora a mano, midiendo los ingredientes al gramo y atendiendo no solo a los síntomas, sino a las necesidades concretas de quien los solicita. “La medicina tiene que adaptarse a la persona, no al revés”, afirma Daniel Rivas, nieto de doña Lucha y actual director del laboratorio.
Esta lógica —que décadas atrás fue el estándar— ha sido desplazada por la automatización, la estandarización comercial. Pero en la Bristol, el conocimiento técnico no se disocia del trato humano.
Con más de 8.000 fórmulas registradas —científicas, naturales, ancestrales—, la botica resguarda un legado que evoluciona sin perder su raíz. El laboratorio fue adaptado con zonas estériles, luces desinfectantes y protocolos sanitarios exigentes, cumpliendo con todas las normativas de Arcsa sin sacrificar la esencia patrimonial de la casa.
“Nuestra misión fue adaptar sin borrar”, dice Rivas. “No tapamos los muros, no retiramos los muebles; los integramos al proceso”. Así, los balcones con historia conviven con los frascos de vidrio ámbar y los anaqueles de fórmulas.
Incluso el agua usada en los preparados se destila internamente, en una máquina que el equipo llama cariñosamente “Matilda”,
Producen esencias como agua de rosas y aceite de aguacate con estándares que superan los exigidos por la regulación. “No basta con cumplir. Hay que hacerlo mejor”, añade con convicción.
En esta botica, los medicamentos son personalizados. Por ejemplo, ahí se elabora y vende a una misma familia una crema antifelica para las manchas; o a una misma clienta, una fórmula magistral para el crecimiento de sus pestañas. “Aquí las medicinas tienen nombre y apellido. Preguntan, ajustan, respetan. No hay dos frascos iguales”, cuenta Daniel Rivas.
Ingredientes que nacen de la tierra
Los ingredientes naturales con los que trabajan provienen de manos campesinas. Productores locales entregan romero, altamisa, manzanilla, sábila, eucalipto y otras plantas que nutren no sólo las fórmulas magistrales sino también la línea cosmética de la botica. Más que abastecedores, son aliados de una medicina que respeta los ciclos naturales. “Hemos logrado organizar a la gente con calendario, así se preserva el conocimiento ancestral”, explica Rivas.
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