Esmeraldas
Turistas. La Bocana de Ostione, en Esmeraldas, es un espacio entre mar y árboles que invita a la relajación.Luis Cheme/Expreso

Bocana de Ostiones, laguna turquesa que impulsa turismo

Entre manglares y mar, este punto de la provincia de Esmeraldas renace como refugio turístico

El camino hacia Bocana de Ostiones se abre entre verdes colinas y un aire salado que anuncia el encuentro con el mar. A apenas diez minutos de la carretera E15 Troncal del Pacífico, la ruta serpentea por un paisaje que parece resistirse al tiempo: manglares espesos, aves que cruzan el cielo como pinceladas vivas, y el rumor constante de las olas, que llega desde lejos, como una respiración antigua.

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En medio de los riscos, el océano se recoge y forma una laguna turquesa: la Laguna de Bocana de Ostiones. Es allí donde los habitantes del norte esmeraldeño se bañan, celebran, y ahora, comienzan a construir una nueva forma de vida alrededor del turismo.

La comunidad está en movimiento. Lo que antes fue un caserío de pescadores y recolectores de mariscos se ha transformado poco a poco en un destino para quienes buscan lo auténtico, lo no intervenido, lo profundamente humano. Bocana de Ostiones pertenece al cantón Rioverde, dentro de la llamada Ruta Spondylus, un corredor costero que une playas, montañas, manglares y pueblos que respiran mar. Pero aquí, la vida tiene un ritmo distinto.

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A la entrada del poblado, se levanta la Cooperativa “Langostiones”. Su presidente, Carlos Cuero, habla del turismo con la misma convicción con que antes hablaba del mar. “Este es nuestro nuevo horizonte”, dice, mientras muestra el hospedaje aún inconcluso que sueñan abrir algún día. Las paredes sin pintar, el eco en los pasillos vacíos, no esconden la esperanza. “Seguimos trabajando, porque sabemos que lo que tenemos aquí vale”, agrega.

Y es cierto. La laguna, con su agua salobre que brilla bajo el sol, parece una pintura viva. Niños chapotean en la orilla, pescadores remiendan sus redes bajo la sombra de los cocoteros, y el olor a pescado frito se mezcla con el del coco fresco y la chillangua, esa hierba aromática que perfuma toda la cocina esmeraldeña. La brisa lleva consigo el sonido de los machetes abriendo cocos, las risas, y a veces, el canto de una garza blanca que se posa sobre las rocas.

Hace apenas un año, la comunidad decidió organizarse. Con el apoyo del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y la Dirección de Turismo, construyeron un comedor comunitario y adquirieron dos lanchas de fibra de vidrio. Fue el inicio de una nueva historia: la del turismo comunitario.

Hoy, esas embarcaciones, que antes solo servían para pescar, llevan a los visitantes por el río Ostiones, un espejo de agua bordeado por manglares que respiran vida. Gaviotas, garzas, piqueros y cangrejos violinistas acompañan el recorrido, y de tanto en tanto, se asoman las sonrisas de los niños desde los esteros. El viento es tibio, y el sonido del motor se mezcla con el graznido de las aves.

Más adelante está el charco corvinero, un remanso donde el agua es tan quieta que parece un espejo. Allí, los pescadores invitan a los turistas a lanzar sus líneas en busca de corvinas, bagres y pargos rojos. Algunos, los más afortunados, regresan con una cena asegurada.

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El lugar cuenta con un lago cristalino que encanta a los más pequeños.Luis Cheme/Expreso

En la parte alta, desde el peñón de Ostiones, el paisaje se abre como un abanico. Se distinguen las playas de Paufí y África, y más allá, el horizonte inmenso del Pacífico. En esa dirección se encuentra también la hostería Vistamar, un emprendimiento familiar dirigido por Romel Padilla, un hombre de hablar pausado y mirada firme. “Esto es un trabajo que nació de la familia, de muchos años”, dice. “Queremos que el turista venga a descansar, a respirar paz. Aquí no hay bulla, no hay prisa. Solo mar, senderos y silencio”.

Antes todo era un terreno baldío

En su terreno, tres senderos ecológicos cruzan la vegetación hasta la playa. Antes, cuenta Romel, todo era un terreno baldío. “Esto era puro monte y olvido. Pero fuimos reforestando, sembrando árboles, cuidando el manglar. Hoy es un sitio para las familias. No queremos multitudes; preferimos atender a treinta o cuarenta personas, pero que se sientan parte de nosotros”.

En uno de los senderos, las rocas guardan conchas y estrellas de mar incrustadas, testigos de un antiguo litoral cuando el océano llegaba más alto. Esas huellas fósiles, dispersas entre la vegetación, revelan que hace siglos el mar cubría esas tierras que hoy caminan los visitantes.

En efecto, el silencio en Vistamar tiene textura. Se oye el roce del viento entre las hojas, el crujir de los cangrejos en la arena, y más allá, las olas rompiendo con cadencia milenaria.

Si hay algo que define a Bocana de Ostiones, es su comida. En los comedores de la playa, las mesas de madera se llenan con platos que son una oda al mar: pescado frito, encocados espesos, y ceviches de camarón, calamar y concha. Pero el plato estrella es uno nuevo, nacido de la creatividad local: el “Tres sin sacar”.

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