
Artesanos que salvan prendas y tradiciones
En Ambato, ellos mantienen vivos los oficios de antaño
Artesanos que reparan calzado, ropa y mochilas mantienen vivos oficios tradicionales que no solo salvan prendas, sino también memorias y economías familiares.
En tiempos de consumo masivo y desechos acelerados, hay oficios que se niegan a desaparecer. Reparadores de zapatos, mochilas, relojes y ropa forman parte de una cadena silenciosa de resistencia: ellos no solo cosen telas, también entretejen memoria, dignidad y raíces.
En la ciudad de Ambato, la calle Los Andes es escenario de estas historias de perseverancia. En varios locales se reparan zapatos, relojes y prendas. Uno de ellos es Cosedora Los Andes, donde no cesan de llegar clientes que buscan alargar la vida útil de sus pertenencias. Lejos de la moda rápida, estas personas apuestan por reparar, reutilizar y, sobre todo, valorar
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Oswaldo Cujilema, actual propietario de Cosedora Los Andes, representa la tercera generación de zapateros en su familia. Su abuelo comenzó remendando suelas a mano, cuando las máquinas especializadas eran solo un sueño. Luego su padre dio forma al negocio, y ahora Oswaldo ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder la esencia artesanal.
“Hace 10 años, cuando cayó la venta de plantas para calzado, decidimos volcar todo nuestro esfuerzo a la reparación. Fue una decisión difícil, pero nos salvó”, cuenta Oswaldo mientras acomoda su mesa de trabajo, repleta de zapatillas, botas, mochilas y hasta maletas por reparar.

El pequeño local, que abre de 08:00 a 19:00, cuenta con cinco colaboradores que atienden una fila constante de clientes. Algunos llegan con suelas despegadas; otros, en busca de cierres nuevos o ajustes para zapatos que ya no calzan bien. Las tarifas inician desde un dólar, dependiendo del trabajo.
“Antes venía gente de escasos recursos; ahora vienen personas de toda condición. El rico, el mediano y el pobre traen sus cosas a reparar porque ya no hay dinero para gastar en nuevo”, reflexiona Oswaldo, con voz serena y mirada sabia.
Costuras con identidad
Muy cerca del taller de Cujilema funciona el Taller de Costura Lucía. Allí, José Morales y su esposa Lucía han hecho del zurcido una forma de sustento y servicio comunitario.
En temporada escolar, el trabajo se multiplica. “Muchos padres llegan con los uniformes de sus hijos: achicamos licras, alzamos bastas, cambiamos cierres y forros. Todo lo hacemos con nuestras máquinas rectas, overlock y mucho cariño”, comenta Lucía mientras ajusta una chompa infantil.
José añade que, aunque el espacio es reducido, el trabajo nunca falta. La clientela valora no solo el precio justo, sino también la rapidez y atención personalizada. “En menos de 10 minutos arreglamos un pantalón para que el niño pueda ir al colegio cómodo y sin vergüenza”, afirma.

A pocos metros, dos relojeros también resisten al tiempo desde sus pequeñas casetas, donde devuelven vida a relojes detenidos, como si también intentaran recuperar minutos perdidos.
Marcia Incay, madre de cuatro hijos, llegó al taller con la mochila escolar de su hija. “Una nueva cuesta entre 20 y 40 dólares, pero aquí me la dejan como nueva por cinco”, explica. El cierre fue reemplazado y los tirantes reforzados.
Lo mismo piensa Mario Echeverría, quien trajo tres pares de zapatos que había dejado de usar. “Aquí les dan una segunda vida. Es mejor que botarlos”, dice.
Reparar no es solo una opción económica, sino una decisión cultural. En un país donde los saberes ancestrales son parte de la identidad, estos oficios tienen un valor que va más allá del objeto: conservan la memoria, respetan el entorno y enseñan a vivir con menos, sin renunciar a la dignidad, resalta Cujilema.
Estos artesanos no solo remiendan objetos: mantienen vivas las tradiciones de quienes, con aguja, hilo y manos sabias, siguen bordando futuro.
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