Ilustración columna Tania
Inundación en Quito.Ilustración Teddy Cabrera

El último partido

La dolorosas muertes ocurridas en el aluvión de Quito, tienen además un componente adicional de tristeza, porque las víctimas no tuvieron la oportunidad de una despedida

Tengo que contarles la impotencia y el dolor que hemos sentido por el mortal aluvión registrado en Quito. No creo que haya ecuatoriano sin conmoverse con esta tragedia. No soy capaz de aceptar que la fatalidad pudo evitarse, aun cuando aparezcan expertos que digan lo contrario. Ningún porqué va a devolvernos a los que partieron.

No dejo de pensar en el partido de ecuavóley que se jugaba en la cancha de La Comuna, en la parte alta de La Gasca, donde estaban reunidas entre 40 y 50 personas. Hacían deporte. Jugaban 40, departían, cuando el aluvión se les vino encima y los envolvió con lodo y piedras, más todo lo que llevaba en su corriente oscura.

Cuando llegaron a la cancha no imaginaron siquiera que iban a su último partido. La parca los esperaba y seguramente no lo sabían. Me pregunto y me respondo, ¿tuvieron tiempo de despedirse de los suyos? ¿Tuvieron la oportunidad de decirles te quiero o –acaso –perdón-? Seguramente no. Las muertes abruptas tienen esa particularidad: no advertirnos de nada.

Un día después del mortal aluvión, llamo a mi amigo Carlos sin saber que su padre ha muerto. En otra ciudad y en otras circunstancias. Lo oigo masticar las palabras y baja el tono para confesarme que no pudo despedirse de él. Que no pudo decirle que lo perdonaba y lo amaba, más allá de todo. Se me hizo un nudo en la garganta y quise llorar con él, aunque Carlos no lloraba, todavía.

“La muerte es un desafío”, dice Leo Buscaglia, agregando que no perdamos el tiempo. Nos dice que digamos ahora mismo que nos amamos. Cuánta verdad hay en estas palabras. Cuánta razón al recordarnos la urgencia de hablar, decir la verdad, de confesar amor y, si es el caso, pedir perdón.

Una enfermera australiana, Bronnie Ware, experta en cuidar moribundos, se hizo famosa al publicar un libro titulado ‘Confesiones honestas y francas de personas en sus lechos de muerte’. En el texto explicaba que el mayor arrepentimiento que escuchaba una y otra vez, era “ojalá lo hubiera hecho”, “ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer, y no lo que otros esperaban que hiciera”. En la agonía de tantos enfermos que cuidó, los oyó desear haber dicho te quiero, y lamentarse por haber asumido que los demás ya sabían lo que sentía. Evidentemente no es suficiente.

Por eso estas muertes abruptas, como las ocurridas en el aluvión de Quito, lamentables por donde se las mire, tienen además un componente adicional de tristeza, porque las víctimas no tuvieron la oportunidad de una despedida. Los fallecidos el 31 de enero en Quito, murieron devorados por las aguas y el lodo, ante los ojos de decenas de vecinos impotentes, que solo podían lamentarse y rezar a gritos. Las historias que cuentan laceran el alma, tanto como la angustia de quienes aún buscan a la decena de desaparecidos, sin perder la esperanza de un milagro.

El último partido de ecuavóley en la cancha de La Comuna jamás podrá ser olvidado. Los vecinos que eran, quizá nunca podrán volver a serlo. Las casas de la zona ya no están. De los pequeños negocios queda poco, de los parterres y aceras, nada…

Quito seguirá por mucho tiempo bajo luto. Difícilmente La Gasca volverá a ser lo que era. Y las familias destrozadas por tantas muertes, acaso tendrán que esperar mucho tiempo para hallar consuelo. Ojalá y los suyos hubieran tenido la oportunidad de decir te quiero. Ojalá lo hagamos nosotros que a estas alturas sabemos que la parca puede llegar sorpresivamente, sin aviso.