Ilustración columna Tania
En la sociedad del sabido, del sabroso, del sapo, las triquiñuelas suenan graciosas, cuando en realidad son terribles.Ilustración Teddy Cabrera

Una cruzada por la verdad

Necesitamos una sociedad que privilegie la justicia, que fomente la confianza, que restablezca el valor de la fe pública

Como muchas mujeres que conozco, guardo en el primer cajón del velador, cosas que parecen insignificantes, pero con enorme valor, solo para mí. Una pequeña fotografía con mi papá de hace 40 años. Una bolsita con imanes; un escarabajo de cerámica, considerado amuleto de protección en Egipto… Abrí el cajón la noche del Día de la Madre, y me topé con un papel doblado que al desplegarlo me recordó a mi hijo Tommy y su especial regalo de Navidad: Una lora con plumajes rojos, salvada de un incendio forestal en la Amazonía y a la que rebautizaron con mi nombre. Al pie de la página, estaba la certificación de que el ave había sido llevada a un refugio de vida silvestre.

Más allá de la amorosa dedicatoria, el documento vino a darme un nuevo remezón en esta lucha interna por hallar una sociedad digna de confianza y que necesita a gritos una cruzada por la verdad. Recordé la discusión que mi hijo y yo habíamos tenido un par de años atrás, cuando me regaló, en papel, 57 árboles adquiridos en mi honor, en uno de los lugares más desérticos del planeta, en África. Entonces yo le reclamé airada, ¿por qué no había comprado esos árboles en Ecuador, donde también hay zonas arrasadas, secas, sin vegetación por la falta de lluvias? La respuesta no pudo ser más triste y reveladora: la organización no gubernamental con la que él se contactó no confiaba en Ecuador, o al menos no tenía forma de probar que si un hombre o una mujer de cualquier parte del mundo, comprara unos árboles para ser sembrados aquí, estos en verdad echaran raíces, y pueda ser probada su existencia ante quienes los adquirieron.

No fue la primera vez en que tuve que admitir con tristeza y rabia, cómo pueden vernos desde lejos. A su llegada a la universidad lo obligaron a volver a ponerse todas las vacunas de rigor, sin importar que había llevado la libreta original, y hasta un certificado del Ministerio de Salud Pública. Simplemente no confiaban en tales documentos de Ecuador. A mi hijo y otros estudiantes latinoamericanos los inocularon otra vez, obligatoriamente.

Cuesta creer que somos considerados poco confiables y una de las razones es nuestra indisciplina, nuestra mala costumbre de llegar tarde aceptando la mal llamada hora ecuatoriana. Si pudiéramos cuantificar los atrasos, por ejemplo, advertiríamos cuánto perdemos. Y no es todo. En la sociedad del sabido, del sabroso, del sapo, las triquiñuelas suenan graciosas, cuando en realidad son terribles. Un pésimo ejemplo en un país que requiere orden, control, disciplina y verdad.

Por eso me preocupo hoy, cuando oigo decir que va a crearse una nueva Comisión de la Verdad… Ahora dizque para aclarar cómo actuó la administración de justicia ecuatoriana en los sonados casos que terminaron en sentencias durante el gobierno de Lenín Moreno. Escucho rumores de que esta comisión es parte fundamenta del ‘acuerdo’ entre el Partido Social Cristiano, CREO y Unión por la Esperanza (léase correísmo) para alcanzar la gobernabilidad en el régimen de Guillermo Lasso. Las dudas que se levantan son inmensas y nos obligan a imaginar, desafortunadamente, una puerta abierta para la impunidad. Una nueva comisión de la verdad, que se maneje políticamente y con protervos fines, solo empeorará la imagen del Ecuador.

No hay que ser político para saber que necesitamos una sociedad que privilegie la justicia, que fomente la confianza, que restablezca el valor de la fe pública: Necesitamos una cruzada por la verdad, incluyente y generosa que dé cabida incluso a iniciativas verdes tan humildes como la reforestación y el refugio de vida silvestre… Que mi hijo pueda seguir dándome regalos como la lora y los árboles pero en nuestra tierra, en nuestro Ecuador, mientras su sociedad se fortalece en seguridad, justicia y verdad.