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Ciencia y fe: en la búsqueda de la conjunción

Avatar del Francisco Swett

Blas Pascal tiene una respuesta intrigante cuyo enunciado más simple es: “somos incapaces de conocer si Dios existe o no existe, pero creer en Dios y que no exista es una alternativa superior a no creer en Dios y que exista”.

El Libro del Génesis es inspirador en su breve y potente descripción de La Creación: “En el principio Dios creó los cielos y la Tierra… la Tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, … y dijo Dios: Sea la luz y fue la luz”. Es una metáfora extraordinaria sobre eventos que, en el tiempo han concitado el interés de la ciencia y sentado las bases de la fe. Alan Lightman, físico de profesión y profesor de Humanidades en MIT, expresa en su obra El Universo Espiritual, que la doctrina central de la ciencia se basa en el principio de universalidad de las leyes y ubicuidad de los eventos en el universo. Dios no está limitado por las leyes que gobiernan la energía y la materia, y su presencia, añade, se basa en la fe: esto es, aquello en lo que creemos sin que medie la evidencia física o sin que exista metodología alguna de comprobación. La fe, concluye Lightman, es “la habilidad para honrar la quietud a momentos y en otros embarcarse en la exuberancia de la inspiración o el impulso, volar en las alas de la imaginación, y encontrarse con el mundo del que uno forma parte”.

Todo lo que hoy existe o ha existido, los átomos y las moléculas esenciales para la formación de la Tierra, y, por extensión, para todo el universo, sigue una secuencia de causa y efecto. Lo sostiene William Craig (1979) en el denominado Argumento Cosmológico de Kalam, cuyo origen reside en la tradición del escolasticismo islámico medioeval y ha sido incorporado en la Apologética Cristiana. La conclusión del argumento es que el universo tiene una causa y es un no-causado Creador que no tiene principio, no cambia, es inmaterial y atemporal; un Ser que no habita en el espacio, es todopoderoso y creó el universo ‘ex nihilo’: de la nada.

En contraposición al argumento deísta, la ciencia, cuyo propósito, en contraste a la Filosofía, es el de contestar preguntas acerca del cómo y no del por qué, propone los postulados de la Mecánica Cuántica, disciplina que, como su nombre lo indica, estudia el comportamiento de los cuantos de energía cuya mecánica contradice toda noción de lo que es intuitivo y cuya aleatoriedad les hace aparecer como eventos sin causa. A la pregunta de en qué momento el universo comenzó a existir, la respuesta científica más común es que todo se inició desde una singularidad con el denominado Big Bang (la Gran Explosión) que ocurrió hace 13.800 millones de años. Sin embargo, se ha demostrado que el Big Bang no es el comienzo del espacio, del tiempo, de la energía, de las leyes de la Física o de todo lo que conocemos. El orden es al revés: la Gran Explosión fue precedida por un estado diferente denominado la inflación cósmica, estado que, a diferencia de un universo poblado por materia y radiación, no conduce a una singularidad. Dicho de otra forma, un universo inflacionario puede, si se aplica el acelerador al revés para estudiar el pasado, reducirse a un tamaño infinitesimal pero no puede llegar a cero o a un punto en el cual puede afirmarse que es el principio de todo. La inflación es un espeso telón que esconde toda información posible, y detrás del cual el tiempo no existe.

¿Es Dios la causa de este enigma? Blas Pascal tiene una respuesta intrigante cuyo enunciado más simple es: “somos incapaces de conocer si Dios existe o no existe, pero creer en Dios y que no exista es una alternativa superior a no creer en Dios y que exista.” Pascal, un insigne matemático católico, llega a su conclusión a través de la razón. La fe, sin embargo, es el ancla y brazo de apoyo de la idea de Dios, una realidad consubstancial a la condición de ser humano.